En la muerte de Elena Santonja

En la muerte de Elena Santonja

Eran los años ochenta y los jóvenes de provincias, inquietos y ansiosos de todo tipo conocimiento, queríamos saber lo que estaba pasando en Madrid, ese lugar que tiene el cielo más bonito del mundo. Llegaban a nuestras pequeñas ciudades revistas y rumores de movimientos culturales de toda índole.

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Eran los años ochenta y los jóvenes de provincias, inquietos y ansiosos de todo tipo conocimiento, queríamos saber lo que estaba pasando en Madrid, ese lugar que tiene el cielo más bonito del mundo. Llegaban a nuestras pequeñas ciudades revistas y rumores de movimientos culturales de toda índole. Creadores, actrices, directores, poetas, músicos, novelistas, dramaturgos...

Todo aquello que atrapábamos en los periódicos, en las mencionadas revistas, en la radio y en la televisión, ajenos aún a los mundos de Internet y a esas televisiones que los años convertirían en fango, donde se hacían famosos personajillos de medio pelo que no sabían hacer la o con un canuto y que su máximo logro era acostarse con alguien con cierto renombre (o decir que lo habían hecho, aunque fuese mentira, que ya todo puede llegar a incluirse en el mismo saco por idéntico importe).

No, aquella televisión, la de los ochenta, aún no contaba con eso. Por ella pasaban, en unos programas y otros, programas de entrevistas o musicales, gente que tenía algo que aportar, gente que había hecho algo en su vida . O que estaba empezando a hacerlo. Alaska y Javier Gurruchaga estaban al frente de La bola de cristal, Paloma Chamorro charlaba con Pedro Almodóvar en La edad de oro y luego daba paso a un concierto de Lou Reed, Nick Cave o The Smiths; el programa De película daba un repaso a lo mejor de la cartelera y también al cine clásico, Terenci Moix hablaba con absoluta libertad de su homosexualidad en horario de máxima audiencia, o Jesús Hermida entrevistaba en uno de sus programas a las mismísimas Bette Davis o Liza Minnelli antes de dar paso a un nuevo capítulo de la mítica serie Cheers. O sea, nivelazo.

De allí, de esos tiempos que hoy parecen impensables en nuestras televisiones, surgió Elena Santonja y su programa Con las manos en la masa. Qué gozada era llegar del colegio y ver a Charo López, a Fernando Fernán Gómez, a Carmen Maura o a Carlos Berlanga charlar y cocinar con la Santonja, cuyo desparpajo lo mismo servía para un roto que para un descosido, para unas lentejas que para un rape, para unas albóndigas de carne que para un bacalao al pilpil o a la vizcaína. Nos gustaba la cocina y nos gustaba ver a aquellos famosos (de verdad) que empezábamos a admirar entre fogones, aunque algunos de ellos, reconociéndolo o no, no tuviesen demasiada maña para preparar aquellos platos (ni falta que les hacía). Ahí estaba la Santonja, con su labia y su copa de vino, con su bagaje artístico (pintora, actriz ocasional...) y sus recuerdos, para animar aquella media hora de programa. De buena televisión.

Elena Santonja se acaba de morir en este tonto día de otoño y los jóvenes de entonces no podemos hacer otra cosa más que recordarla con afecto, por aquellas horas de cocina y entretenimiento que nos brindó. Cuando la vida entera estaba por delante y el cielo de Madrid -el más bonito del mundo, sí- aún estaba por descubrir.

Imágen: EFE.