¿Qué diría Ayn Rand del Día Internacional de las Mujeres?
Feminismos hay de muchos tipos y el 8 de marzo, nos une un mismo objetivo que situamos por encima de las diferencias en los enfoques y prioridades.
El Día Internacional de las mujeres es sobre todo un día de reivindicaciones, de clamar todos y todas en contra de las discriminaciones e injusticias, en contra de las agresiones perpetradas a las mujeres. Los malos tratos y los asesinatos machistas. El hecho de que vayamos todos y todas a la vez es de lo más loable y bonito. Feminismos hay de muchos tipos y el 8 de marzo, nos une un mismo objetivo que situamos por encima de las diferencias en los enfoques y prioridades. Sin embargo, soy del parecer que no todos los feminismos son feministas. En pleno siglo XXI en Occidente difícilmente encontraremos a nadie que se manifieste abiertamente partidario de la sumisión de la mujer, y eso no significa que se sea feminista.
Formo parte del grupo de mujeres que pensamos que el feminismo es una manera de vivir, una manera de estar en la Tierra, que se afana por un mundo sin injusticias y discriminaciones por razón de género, de raza o de cualquier otra cosa. Soy de las que piensan que todo lo que implique desigualdades injustas nos concierne. Que el feminismo debe estar infiltrado por todas partes, que nos corresponde solidarizarnos tanto, por ejemplo, con la gesta en contra de la desescolarización y el analfabetismo de las niñas en África como a la hora de apoyar a las luchas en curso contra los desequilibrios en el medio ambiente (porque, por supuesto, estos desequilibrios tienen las raíces en la desigualdad social y el lucro inconmensurable de una minoría (el 1% de la humanidad). Y en esta desigualdad las más perdedoras son las niñas y las mujeres y entre éstas, las que no son caucásicas).
Para poder avanzar un paso más allá de dónde estamos, para construir un futuro donde quepa la humanidad entera, es necesario saber qué errores hemos cometido; necesitamos saber qué poderes, qué movimientos filosóficos destructivos han invadido y pretenden envenenar nuestras vidas. Para mí uno de los motores de muchos de los gravísimos problemas que Occidente arrastra es la ideología del individualismo descarnado que a mediados del siglo XX se difundió como una inmensa mancha de aceite por todos Estados Unidos bajo el influjo de distintos ideólogos, uno de los más perversos, quizá el peor, fue la filósofa Ayn Rand.
Me dicen que hablar, hacer debate, cuestionar abiertamente la ideología del fascismo, la derecha y la ultraderecha y las personas que la cultivan, no es bueno, ya que tiene efectos secundarios negativos: al visibilizarlas reforzamos, dicen, justamente todo lo que, para poder construir un mundo más justo y equitativo, queremos aniquilar. Dicen que es una forma de dar alas a sus adláteres. Y no carecen de razón. Cierto, las personas somos impermeables a las narrativas que contradicen nuestras creencias e ideologías.
Cuanta más cerrazón intelectual mayor impermeabilidad. Inconsciente o conscientemente nos agarramos a las informaciones que apoyan nuestras creencias. Sobre todo en las ideologías conservadoras y de derechas intervienen cuestiones conscientes de defensa de los privilegios e intereses personales. Y son sobre todo los «ricos» los que temen a un Estado fuerte, ya que éste puede utilizar su poder para corregir los desequilibrios sociales, quitándoles a ellos una parte de su riqueza para destinarla a inversiones públicas que servirían de interés general o ayudarían a los más desfavorecidos.
De modo que está claro que llevar a la palestra las injusticias y discriminaciones que estas ideologías conllevan no obedece al propósito de intentar convencer de nada a las personas que las alimentan. Ésta sería una acometida perdida. Las únicas reacciones garantizadas serían la disonancia cognitiva o el cinismo y la imperturbabilidad. Probablemente al hablar de ello, aunque sea en contra, estamos provocando que se afiancen más y más a sus intereses y que los defiendan aún con más vehemencia. Pero da igual, hay que hablar de ello y lo hacemos.
Como he dicho antes, la filósofa Ayn Rand fue un personaje nefasto; un personaje emblemático de la ideología de la individualidad, la que defiende a ultranza el egoísmo personal. Una filósofa que hoy en día sigue gozando de una influencia notable en la sociedad estadounidense, sobre todo entre los sectores conservadores ultraliberales. Una paya que, por ejemplo, afirmó que el altruismo es "inmoral". En 1979 declaró en la televisión -se puede consultar la entrevista de Donahue en YouTube- cosas tan jugosas como que «el altruismo no es sino un vicio que amenaza nuestra supervivencia y nos conduce a descuidar nuestra felicidad en beneficio de las demás personas y a comportarnos como animales destinados al sacrificio.
O «el altruismo significa que usted sitúa el bienestar de los demás por encima del suyo, que usted vive con el objetivo de ayudarles y que esto da sentido a su vida. Es inmoral según mi moralidad». Según ella, «la inmoralidad del altruismo radica en que pide amar sin discriminaciones... y de no limitarse a amar «a quien se lo merece».
Nadie ha dado nunca una razón válida que justifique que el hombre (la humanidad) tenga que proteger a sus semejantes. El altruismo no sólo es perjudicial, sino «una noción monstruosa» que representa la «moralidad de los caníbales que se devoran unos a otros». Otra degradación, según ella, sería: «Ofrecer tu amor en aquellos que NO lo merecen... Ésta es su moral de sacrificio y los ideales inseparables que se desprenden: reformar la sociedad para convertirla en un corral de ganado humano y remodelar su espíritu a imagen y semejanza de un montón de basura». Exalta la palabra clave que “debe ser nuestro faro y estandarte. La palabra que nunca morirá aunque tengamos que morir en la hazaña. La palabra sagrada: EGO».
De modo que ya lo sabéis: Hombres y mujeres sólo tenéis que amaros a vosotros mismos. El egoísmo y el narcisismo severo como estandarte de vuestras vidas.
Según un sondeo realizado en 1991 por la Biblioteca del Congreso un porcentaje elevadísimo de estadounidenses citaban La rebelión del Atlas (la autora es Ayn Rand) como el libro que, después de la Biblia, más les había influido. El libro tiene unas 1.400 páginas y se han impreso cerca de 30 millones de ejemplares (hoy en día supera con creces la cifra). El abismo que separa a los republicanos de los demócratas, a los partidarios y opositores de la solidaridad social y de un papel activo del Estado en la vida de los ciudadanos, no se comprende sin medir la influencia del pensamiento de Ayn Rand. Una ideología, la de la individualidad y el egoísmo personales que ha penetrado en el sistema educativo en las escuelas, en las familias y en la sociedad en general propiciando el narcisismo patológico al que asistimos hoy en día. Una ideología que desgraciadamente se extiende por Europa.
Ayn Rand murió en 1982 cuando se iniciaba el reaganismo (Ronald Reagan fue uno de sus más fervientes admiradores). Los valores que Rand defendía estaban en sintonía con los pensamientos y valores de los poderosos, es la heroína del Tea Party, el movimiento político estadounidense ultraconservador, heteróclito y contestario que surgió de la crisis financiera en 2008, opositor furibundo en el Estado federal y a casi toda forma de impuestos.
Rand propugnaba con sus teorías filosóficas reducir los impuestos a los ricos y subsidios a los pobres. Un personaje que esparcía por todas partes, como quien no hace la cosa, que las tres «A» de la historia de la filosofía eran: Aristóteles, San Agustín y Ayn Rand, es decir, ella misma. Más cerca de Nietzsche, despreciaba a todos los demás filósofos, especialmente a Kant a quien trata de «monstruo» y acusa de ser «el peor de los hombres» porque, en las antípodas del individualismo que ella proclama, defiende una ética fundamentada en el deber y la responsabilidad hacia la colectividad.
El hecho de que esta filósofa haya marcado tanto la cultura de Estados Unidos, que, como sabemos, ejerce una gran influencia en el resto del mundo, es lo que, pese a resultarme de lo más incómodo, me ha motivado a hablar y hacerlo con la mirada de una epidemióloga que no puede ignorar un virus que amenaza con propagarse por el resto del mundo. Prueba de ello es la proliferación de movimientos y partidos ultraderechistas que infectan Europa cuyo ideario es la defensa del individualismo patológico y descarnado.
El gobierno, dicen, debe contentarse con vigilar la protección de las libertades individuales y no intervenir en absoluto en los asuntos personales de los ciudadanos y sobre todo en el funcionamiento de la economía. Ni el Estado ni nadie debe obligarnos a preocuparnos por los pobres (¡recordemos! ¡la pobreza es femenina!), las personas mayores (¡recordemos! el envejecimiento –la prolongación en años– de la vejez es femenina!) y los enfermos, ni a pagar impuestos destinados a ayudarles.
¿Por qué deberíamos compartir recursos que hemos ganado a pulso con personas que ni siquiera conocemos y, además, sin recibir ningún tipo de compensación a cambio? ¿Por qué? Según Ayn Rand, sólo el individuo es creador, la sociedad es una máquina depredadora, y el Estado-providencia, concepción que afortunadamente todavía prevalece en Europa, constituye la «psicología más nefasta que jamás se haya descrito». De modo que quienes beneficiamos al Estado somos un grupo de sinvergüenzas. Porque, claro, son los pobres quienes explotan a los ricos y no al revés. Ya sabéis, nada de Seguridad Social, nada de subsidios de ningún tipo, nada de pensar en un salario mínimo... pero ¿qué os habéis creído?
Seguro que os habéis escandalizado leyendo el lamentable pensamiento de la filósofa Rand. Pero debemos ser conscientes de que este ideario tan deplorable está cogiendo impulso, pesa en la sociedad más de lo que pensamos y cuenta con influyentes y poderosos defensores. Debemos ponerlo en evidencia y no dejar que contamine subliminarmente las creencias de las personas. Para combatirlo es necesario dejarlo bien retratado, delatarlo, descubrirlo. Y ésta es también una de las tareas del feminismo tal y como muchas de nosotros lo entendemos.