Nobel de Economía 2024: ¡Las instituciones importan!
"La erosión deliberada o sañuda de las instituciones es una parte inequívoca de todo asalto al Estado".
La Academia Sueca ha concedido el Premio Nobel de Economía 2024 a los Profs. Daron Acemoglou, Simon Johnson y James A. Robinson, por su contribución a la explicación del valor e importancia de las instituciones en la promoción y defensa del bienestar social y la prosperidad. Años de excelencia científica, y un abundante volumen de publicaciones traducidas a las principales lenguas de la comunicación politológica avalan el singular acierto de este galardón en esta precisa ocasión.
Sabido es que si hay un asunto que preocupe al pensamiento y al análisis político, ese es el de la embestida de un populismo rampante, simplificador de lo complejo, profundamente divisivo, polarizador de extremos crecientemente enfrentados y mutuamente intransigentes, no solo en las sociedades más abiertas y avanzadas, sino la desorganización de la globalización como escala definitiva de lo humano.
Una de las brechas de vulnerabilidad generalmente detectadas es la que se cierne sobre el descrédito y erosión de las instituciones sobre las que se descansa el gobierno del espacio público. En ciencia política llamamos instituciones al centro de imputación de un conjunto de relaciones sociales relevantes para la identificación y la definición de la comunidad política; en ciencia del Derecho entendemos, como correlato, que las instituciones describen un sistema de relaciones jurídicas con un centro de imputación común en un ordenamiento jurídico: trátese de la familia, la propiedad o el Estado (parafraseando a Engels) las instituciones importan, nos describen como sociedad al tiempo que la hacen posible.
Las instituciones públicas son, además, determinantes para la convivencia desde el respeto al pluralismo y a la diversidad que son tan consustanciales a las sociedades abiertas, expuestas por tanto al conflicto, a la competición electoral por el gobierno y al cambio político y social. La garantía del respeto a las instituciones es por lo tanto una misión distintiva del Estado, forma contemporánea de organización de la comunidad internacional. Incluso quienes lo asaltan desde agresivas posiciones de privilegio social o de combate a lo público bajo la pomposa etiqueta de “anarcocapitalismo” (una variante aberrante del ultraliberalismo salvaje) reconocen la necesidad de preservar tareas que sólo al Estado competen: instituciones que establezcan reglas de juego vinculantes (poderes legislativos), la ejecución coercitiva de las normas que hagan posible la vida y la paz social, tanto en el ámbito doméstico (interno o nacional) como en la convivencia en la arena internacional (poderes ejecutivos, que incluyen la Fuerza Armada y la Defensa del Estado) y la resolución autorizada de disputas fundadas en la ley el Derecho (poderes jurisdiccionales).
La erosión deliberada o sañuda de las instituciones es una parte inequívoca de todo asalto al Estado, sea por la vía golpista y por sus variaciones ensayadas en la historia (los “ruidos” contra el orden jurídico previamente establecido), sea por la vía de su erosión progresiva, imparable, acumulativa a la postre. Posiblemente el ensayo más reputado de los Profs. Acemoglou y Robinson (Why Nations Falls, traducido al español Por qué fracasan los países) sea una aportación central para el merecimiento del Nobel de Economía 2024 que ha distinguido a ambos autores junto al Prof. Johnson.
La oportunidad y provecho de esta escuela institucional de pensamiento económico no se contrae al mapa de los “países en desarrollo” (los Developing Countries antes llamados “Less Developed”). En el vertiginoso tráfago de la globalización, todos los fenómenos políticos y sociales están interconectados en una plétora de medios de comunicación y redes a los que nadie en el planeta puede permanecer inmune, y menos indefinidamente. Los populismos disruptivos, las nuevas manifestaciones de un nacionalismo reaccionario y de la regresión identitaria tanto de minorías autoidenficadas (piénsese en el “wokismo”) como de enteras poblaciones sobre criterios étnicos, lingüísticos, religiosos, culturales o de otra índole, abonan la pendiente de riesgo que pende sobre instituciones sin repuesto, desmoronadas las cuales rebrota con virulencia ese “estado hobbesiano de naturaleza” en que campea, sin más protección social ni Leviatán que lo impida, la cruda ley del más fuerte.
No hace falta ensañarse con los Países en Desarrollo: ¿Acaso no sufrimos en los Estados miembros (EEMM) de la UE, plenamente desarrollados, los embates más despiadados contra esas instituciones que han hecho posible la gobernanza democrática y la convivencia pacífica en sociedades trufadas por sus contradicciones internas? ¿Acaso no asistimos en Españas a ataques combinados desde diversidad frentes y estrategias concertadas contra instituciones preciadas y por lo mismo frágiles?.
El desprecio de las instituciones es causa determinante del “fracaso de las naciones”; es decir, de los Estados (Acemoglou & Robinson). Cuidar las instituciones, respetarlas, apreciarlas, fortalecerlas con nuestras palabras y acciones, es apuntalar la convivencia, el bienestar, el progreso y prosperidad de los pueblos y los grupos y personas que lo integran. En este principio descansa la racionalidad, el mérito y la oportunidad del Nobel de Economía 2024.