No cabe ninguna concesión a la tentación de retorno al casillero nacional (como propugna la ultraderecha, hipócritamente emboscada en su Make Europe Great Again), ni, aún menos, al nacionalismo reaccionario.
Esa polarización extrema se ha trasladado a una plétora de acusaciones penales y causas judicializadas tan carentes de fundamento como de base probatoria.
Son cada vez más clamorosas, graves y preocupantes las experiencias que muestran que frente a cada vez más relatos, y cada vez más acríticamente asumidos, no hay "dato" ni evidencia empírica que pueda mover un solo voto.
Que el primer ministro húngaro haya tenido el descaro de reunirse en el Kremlin con el autócrata ruso y extender beneficios al no menos despótico Lukaschenko, es en sí una elocuente muestra de su contumaz desprecio por lo común.