Por favor, habilita JavaScript para ver los comentarios de Disqus.
La estupidez humana

La estupidez humana

"Trump practica con soltura la técnica de la intoxicación, enjaretando constantemente bulos al por mayor que falsean la realidad y engañan a su clientela".

El presidente estadounidense Donald Trump, tras firmar una orden ejecutiva en el Despacho Oval de la Casa Blanca.REUTERS/Evelyn Hockstein

Donald Trump es, como mínimo, un personaje inquietante por muchos motivos. Particularmente, por su propia biografía —heredero de una gran fortuna inmobiliaria, ha sido el principal accionista de los principales concursos de belleza de su país, conductor de un programa-basura de televisión, visitante habitual de prostíbulos y dueño, él mismo, de negocios dudosos. Condenado en firme por haber sobornado a una mujer para que silenciara su relación con él, todavía ha de ser juzgado por el intento de golpe de Estado que auspició con la toma del Capitolio cuando Biden le ganó en las elecciones de 2020. Víctima de un atentado durante la pasada campaña, el hecho de que el francotirador fallara en su objetivo por milímetros le lleva a decir enfáticamente que ha sido predestinado por Dios para cumplir su alta misión. Se afirma que su vocación política surgió de unas pullas que hace tiempo le lanzó en público el presidente Obama… y realmente su condición de resentido social se hacer evidente. Además, Trump practica con soltura la técnica de la intoxicación, enjaretando constantemente bulos al por mayor que falsean la realidad y engañan a su clientela.

Semejante biografía ha facilitado sin duda que Trump practicara sistemáticamente la osadía de los necios: las cosas son siempre como parecen, y basta para gobernar atinadamente con aplicar el sentido común. Semejante simplificación es altamente destructiva, y así se advierte en las primeras decisiones de este presidente electo (en votos, por primera vez, ya que solo se impuso a Hillary Clinton en 2016 por el peculiar modelo norteamericano de Colegio Electoral). Como ha declarado, Trump está convencido de que el proteccionismo —es decir, la imposición de aranceles a las importaciones— favorece clara y abiertamente a sus productores, ya que los consumidores se ven obligados a recurrir a los productos autóctonos. No hace falta decir que este es un gran sofisma, ya que el comercio ha sido y es todavía el gran motor de la economía global. Entre otras razones, porque permite la autorregulación de los mercados, un principio liberal incuestionable que debería ser protegido, no para limitarlo sino tan solo para evitar los abusos de quien obtenga una posición dominante gracias a sus ardides o al dumping social… Pero la riqueza viene de los mercados abiertos, no del cierre de las aduanas.

En definitiva, Trump, adulado por todo su entorno, reverenciado interesadamente por muchos magnates que ven la oportunidad de enriquecerse todavía más —los despreciables Musk y Bezos, que se han sometido a sus arbitrariedades con gusto y que presionan contra la libertad de expresión en su país (Bezos a través del férreo control ideológico de The Washington Post, Musk mediante la manipulación de X—, está tan ensoberbecido que se considera la única fuente de doctrina y, lo que es más grave, el gestor más legítimo del equilibrio global. Ello es particularmente grave en lo que concierne a sus relaciones con el grupo de países democráticos con el que, tras la Segunda Guerra Mundial, se formó la Alianza del Atlántico Norte, la OTAN.

Es probablemente inútil señalar precedentes a los acontecimientos históricos, pero no deberíamos olvidar el relato de la Segunda Guerra Mundial. Los sociólogos políticos todavía no han aclarado completamente qué pasó en la Alemania de los años treinta del siglo pasado para que un personaje como Hitler, un ser alienado y también poseído de sí mismo, embelesara a los alemanes hasta el punto de que respaldaran la gran aventura expansionista del nacionalsocialismo, que se creyó capaz de controlar el mundo y que difundió con éxito la insensata doctrina de la superioridad de la raza aria, con la consecuencia brutal del Holocausto.

Evidentemente, no caben comparaciones entre Hitler y Trump, pero sí hay una familiaridad entre el acaloramiento de unos Estados Unidos que han apostado por el histrión estúpido para que los guíe en esa travesía de cuatro años. Que podrían ser más si cuaja su intento, ya enunciado, de optar a una tercera legislatura.

De entrada, Trump, en cuanto presidente USA, ya no es la garantía última de seguridad para las democracias occidentales. Trump no ha entendido lo que representa Ucrania en este momento: la mera insinuación de que este país europeo pudiera ser abandonado a su suerte por la OTAN debilita extraordinariamente a Occidente y refuerza al temible sátrapa autoritario que se ha apoderado, junto con sus oligarcas, de una Rusia que todavía, en toda la historia, no ha tenido una verdadera experiencia democrática.

Reducir el problema que ha creado Rusia al invadir Crimea y atacar a Ucrania a un asunto de financiación de la OTAN es no entender que la democracia tiene poderosos enemigos, y que los países libres estamos en la obligación moral y política de la unidad frente al sátrapa. El Tratado de Washington por el que se formó la OTAN obliga a los socios a responder colectivamente a la agresión que sufra cualquiera de ellos. Ucrania no está en la OTAN porque cuando este organismo se creó Kiev estaba sometida a la férula de Moscú, pero la idea de fondo prevalece: atacar Ucrania, que desea pertenecer a la UE y que solicita su ingreso en la OTAN, es una obligación de Occidente.

Infortunadamente, Trump no se avendrá a razones, pero los países occidentales deben poner pie en pared y no ceder a sus detestables provocaciones. El Reino Unido, que fue la cabeza de puente natural hacia Washington, ha reaccionado con claridad frente a la deriva de un Trump desequilibrado y provocador. Y aunque Europa no puede sustituir en un tiempo breve la potencia militar de USA, sí es capaz de edificar en breve plazo una fuerza suficiente de disuasión. No tenemos más remedio que ponernos a ello, aunque el rearme nos repugne a muchos ciudadanos que no terminamos de resignarnos a no vivir en paz. Pero no hay otro modo de acallar a este fantoche que, como sucede al parecer cada cierto tiempo, se ha beneficiado de una extraña conjunción astral para explotar la estupidez humana y llegar al poder, ante el estupor de quienes, sin ser profetas, veíamos venir lo que realmente está sucediendo.