La derecha también se fractura
La eclosión de nuevos partidos durante la crisis 2008-2014 no solo sucedió en la izquierda: también en el centro-derecha y en la derecha dura.
El sociólogo político Maurice Duverger (1917-2014) enunció una ley que lleva su nombre, bastante obvia por otra parte, según la cual los sistemas electorales mayoritarios engendran modelos políticos bipartidistas en tanto que los sistemas proporcionales dan lugar a modelos pluripartidistas. Los ejemplos clásicos eran el británico y el italiano que durante décadas fue un modelo proporcional puro.
En nuestro país, los sociólogos de la Transición consensuaron un sistema electoral híbrido, proporcional corregido con circunscripciones provinciales, que aplicaba la ley d’Hondt. Mediante aquella fórmula se aseguraba que, además de dos grandes formaciones estatales de centro derecha y de centro izquierda, cabrían en las cámaras el Partido Comunista y las formaciones periféricas.
Nuestro modelo, formalizado en la Ley Orgánica de Régimen Electoral General (LOREG), fue consolidando un bipartidismo imperfecto, que alcanzó la máxima concentración en dos grandes partidos durante la etapa de Zapatero (elecciones generales de 2004 y 2008). Posteriormente, el bipartidismo empezó a degradarse merced al nacimiento de otros partidos, que fueron la consecuencia de la irritación social hacia las viejas formaciones, incapaces de prevenir y resolver las crisis. Los nuevos partidos consiguieron sobreponerse a los efectos distorsionantes de la ley d’Hondt, que encarece seriamente los escaños a los partidos menores, lo que genera una lógica de concentración: si los afines se agrupan, obtienen mejores resultados que si concurren por separado.
Está muy a la vista el problema de la actual izquierda: la incapacidad de Sumar para abarcar a todas las formaciones de su teórico espacio dificulta grandemente la obtención de una mayoría permanente de izquierdas, pese a lo cual Sánchez consiguió el año pasado una mayoría de investidura que podría garantizarle una legislatura de cuatro años, aunque la gobernabilidad se mantenga bajo mínimos.
La eclosión de nuevos partidos durante la crisis 2008-2014 no solo sucedió en la izquierda: también en el centro-derecha y en la derecha dura. La aventura de Ciudadanos influyó durante una etapa considerable en el proceso político, hasta que el particularismo y la miopía de su líder colapsó la formación política, con una subitaneidad desconocida en Occidente. Pero también surgió VOX, la reencarnación de un franquismo sociológico que había permanecido aletargado hasta entonces pero que cobró encarnadura en cuanto el Partido Popular, muy dañado por la corrupción —que lo apartó del poder mediante una moción de censura—, arruinó su prestigio.
VOX, que no hizo más que rescatar la herencia franquista y adornarla con la xenofobia y el racismo europeos, ha bloqueado hasta ahora el acceso de la derecha al poder. No porque el PP haya construido el cordón sanitario en torno a VOX como ha hecho casi toda la derecha democrática europea con las formaciones neofascistas sino porque la propia ciudadanía ha retirado la confianza en el PP ante la evidencia de que iba a necesitar a VOX para gobernar.
Es cierto que ese cordón sanitario que ha funcionado en Francia desde 1972 —cuando Jean Marie Le Pen fundó el Front National— y en Alemania desde la etapa constituyente se ha debilitado (Macron no está siendo leal con este criterio democrático), pero en España se mantiene sociológicamente muy vivo: nosotros no estuvimos en la Segunda Guerra Mundial pero sí padecimos una guerra civil, y las enseñanzas de aquel conflicto están muy vivas entre nosotros: la sociedad castigó a Feijóo en 2023 para impedirle formar gobierno con Abascal. Y es muy probable que esta regla de oro informal se mantenga.
Por añadidura, las corruptelas de la derecha y su desorientación ideológica han tenido un nuevo efecto nocivo para este espacio: el surgimiento de un tercer partido, todavía más a la derecha de VOX. Como es conocido, «Se acabó la fiesta», el partido de Alvise, consiguió 801.000 votos y tres escaños en las pasadas europeas, 10.000 votos menos que Sumar, 230.000 votos más que Podemos, casi el doble que Junts y la mitad que VOX.
El nacimiento de esta extraña heterodoxia democrática fortalece sin embargo el cordón sanitario que, para una mayoría de electores, separa a los antisistemas del bloque electoral democrático, pluralista, constitucional, atento a los códigos de derechos humanos, integrador y socialmente avanzado. O sea que la democracia sólo podría perderse si la izquierda naufragase estrepitosamente, haciendo prevalecer intereses menudos o traicionando sus creencias. Conviene tomar buena nota de todo esto.