¿El fin de la democracia en USA?
La brutalidad con que Trump ha ganado estas elecciones, los insultos acumulados contra sus adversarios o contradictores, su falta de respeto a la ley, sus amenazas de toda índole a personas e instituciones producen escalofríos.
Jason Stanley es profesor de sociología en Yale, y acaba de publicar un artículo en el Project Syndicate en el que sostiene la tesis de que la llegada de Trump al poder, y en unas condiciones exorbitantes, podría suponer el fin de la democracia norteamericana.
Trump es un individuo cargado de evidentes rasgos patológicos –racismo, homofobia, misoginia, nacionalismo étnico e intolerancia religiosa– y ha adquirido una capacidad insólita de mentir, como bien ha registrado el sistema mediático americano. Además, ha contravenido las leyes con pertinacia, ya ha sido condenado una vez y tiene otros procesos abiertos, uno de los cuales versa sobre la impulsión de un golpe de Estado cuando fue derrotado en las urnas hace cuatro años.
Desde Platón -asegura Stanley-, hace unos 2.300 años, los sociólogos políticos han estudiado el acceso de los tiranos al poder, y han concluido en que la vulnerabilidad y credulidad de los pueblos se acentúa en situaciones de suma desigualdad. Como sostuvo Jean-Jacques Rousseau, la democracia es más frágil cuando la desigualdad en una sociedad ha arraigado y se ha vuelto demasiado intensa. Las profundas disparidades sociales y económicas crean las condiciones para que los demagogos se aprovechen de los resentimientos de la gente y para que la democracia termine por desmoronarse de la manera descrita por Platón. Rousseau concluyó, pues, que la democracia requiere una igualdad generalizada; solo entonces los resentimientos de la gente no pueden ser explotados tan fácilmente.
El problema de la desigualdad en USA (y en la mayoría de nuestras democracias) es antiguo y en todo momento ha sido explotado por los políticos para imponer criterios autoritarios. Desde siempre, racismo y homofobia han sido argumentos electorales en USA. Pero Trump ha vulnerado la que Tali Mendenberg llama la ’norma de la igualdad’ según la cual estos planteamientos habían de realizarse con suma delicadeza, tenían que deslizarse a través de mensajes ocultos, comunicaciones en clave y estereotipos (por ejemplo, hablando de “pereza y delincuencia en los barrios pobres”). Y lo que ha hecho Trump desde 2016 ha sido desechar la referida norma tácita, etiquetando a los inmigrantes como alimañas y a sus oponentes políticos como “ los enemigos internos ”. Una política tan explícita de “nosotros contra ellos”, como siempre han sabido los filósofos, puede ser muy eficaz. Y lo ha sido en esta ocasión.
Nunca hubo en unas elecciones USA un racismo tan notorio y violento como el que ha sacado a la palestra el presidente electo, quien se dispone ahora a expulsar del país a varios millones de personas no nacionalizadas en un acto que fácilmente puede ser considerado “de violencia étnica”. En las elecciones de 2008, John McCain, el republicano, podría haber apelado a estereotipos racistas o teorías conspirativas sobre el nacimiento de Barack Obama, de raza negra, pero se negó a seguir ese camino, y es famosa la forma en que corrigió a una de sus propias partidarias cuando ella sugirió que el candidato demócrata era un “árabe” nacido en el extranjero. McCain perdió, pero se le recuerda como un estadista estadounidense de integridad intachable.
La brutalidad con que Trump ha ganado estas elecciones, los insultos acumulados contra sus adversarios o contradictores, su falta de respeto a la ley, sus amenazas de toda índole a personas e instituciones producen escalofríos. Y es temible que este sujeto, que ya había anunciado que no respetaría el resultado de las urnas si no le era favorable (como sucedió hace cuatro años), haya conseguido controlar no solo la presidencia de su países sino también las dos cámaras parlamentarias y el Tribunal Supremo.
No es fácil predecir lo que sucederá ahora, pero cuando el autócrata llega al poder, difícilmente se somete a las reglas establecidas. El Partido Demócrata, desplazado ahoa por sus propios errores, queda muy tocado psicológicamente y muy desacreditado políticamente, por lo que existe el riesgo de que la gran nación americana comience a funcionar como un estado de partido único. Una fórmula que agrada a los populistas de extrema derecha y a los regímenes dictatoriales que hoy controlan ya una gran fracción del planeta. Europa debe ser consciente del terreno en que se mueve y ha de guardar celosamente sus valores para no dejarse seducir por demagogos ni incurrir en derivas semejantes.