El aviso alemán

El aviso alemán

"No hay nunca razón alguna para odiar al diferente o al extranjero, pero ese odio menguaría si los servicios públicos de nuestros países fueran capaces de atender debidamente a toda la población, autóctona y foránea".

Björn Höcke, uno de los líderes de Alternativa para AlemaniaStringer

Alice Weidel, la líder de la formación neonazi “Alternativa para Alemania” (AfD), ha alardeado con descaro de sus buenos resultados, en detrimento de los partidos democráticos, después de conocer que los resultados provisionales situaban a su formación política al primer puesto en Turingia con el 32,8% de los votos, muy por delante de la Unión Democristiana (CDU), que ha aglutinado el 24,5%. Los alemanes de este Lander han dado el triunfo a Björn Höcke,el líder más radical de AfD, condenado en dos ocasiones por utilizar símbolos nazis y calificado en 2019 por un tribunal alemán como "fascista". En la vecina Sajonia, el recuento ha permitido salvar la cara a los demócratas, con el 31,9 % para los democristianos y el 30,6 % para los de Weidel. Asimismo, la curiosa Alianza BSW de Sahra Wagenknecht ha quedado en tercer lugar en los dos estados del Este en sus primeras comparecencias electorales; como es conocido, esta formación ultraizquierdista riza el rizo de lo inverosímil al declararse abiertamente xenófoba.

Por fortuna, en Alemania los partidos democráticos respetan escrupulosamente el cordón sanitario que aísla a las formaciones de extrema izquierda y de extrema derecha, por lo que, de momento, ningún lander quedará bajo el control de AfD. Pero es un hecho sumamente preocupante -no parece necesario resaltarlo- que en el país done nació el nazismo, los epígonos de aquel dislate ideológico consigan tan inquietantes cotas de popularidad.

La cuestión de fondo que debe examinarse en esta tesitura es evidentemente el repertorio de causas que han provocado esta gran defección democrática. Los analistas han destacado ya el efecto del atentado terrorista de Solingen en agosto, en el que un ciudadano sirio que había solicitado asilo en Alemania acuchilló a once personas durante un festival; tres ellas fallecieron casi inmediatamente. Pero es obvio que este es un elemento más en la construcción de un estado de ánimo cada vez más generalizado que se caracteriza por la desconfianza de la ciudadanía en el régimen democrático, en sus políticos y en la capacidad del Estado de cambiar las cosas cuando se produce una crisis.

El revés político de los partidos convencionales alemanes -socialcristianos de CDU/CSU, socialdemócratas del SPD, liberales del FDP y Verdes- en la antigua Alemania Oriental tiene su causa principal en la decadencia de la propia Alemania, cuyo canciller Scholz está siendo incapaz de frenar la crisis y levantar los ánimos de sus compatriotas. La obsesiva pusilanimidad en el planteamiento de la guerra de Ucrania y la férrea ortodoxia económica están minando el liderazgo alemán en una medida alarmante. Ni Alemania es ya la locomotora de Europa, ni el eje franco-alemán dirige los destinos continentales. La situación de Francia, por cierto, no es mucho mejor que la de la propia Alemania, por lo que la doble crisis se retroalimenta.

La causa secundaria del varapalo al establishment en la antigua Alemania del Este es la persistencia de un gran desequilibrio entre las dos alemanias después de la reunificación en 1989-1990, de la que se han cumplido 35 años (más tiempo que el que duró la división). Los datos respaldan la impresión de que los estados federados que antaño formaron parte de la República Democrática Alemana (RDA) se despueblan, empobrecen y envejecen. Y la observación sociológica es bien expresiva: en Alemania Oriental el 40% de la población se identifica explícitamente como "alemanes orientales" y sólo el 52% como "alemanes". En Alemania Occidental, en cambio, el 76% se considera "alemán" y sólo el 18% "alemán occidental". Casi la mitad de los alemanes orientales se sienten "ciudadanos de segunda".

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Sería demasiado simplificador decir que la culpa del ascenso de las formaciones de extrema derecha (y/o de extrema izquierda) es la incapacidad y la impotencia de los partidos democráticos, pero aun reconociendo que esta relación no es simple ni directa, no cabe duda de que los radicalismos son una respuesta a la impericia de los gobernantes, en un entorno, el europeo, en que la corrupción es una lacra que no se ha sabido combatir a tiempo. No hay nunca razón alguna para odiar al diferente o al extranjero, pero ese odio menguaría si los servicios públicos de nuestros países fueran capaces de atender debidamente a toda la población, autóctona y foránea. Por eso, quizá el primer paso para destruir a los radicales, a los extremistas, a los terroristas de todos los pelajes, sea gobernar mejor nuestras democracias.