Donald Trump entierra a Woodrow Wilson
"Lo impresentable es que el líder de Occidente se comporte como un jovenzuelo malcriado con maneras de sátrapa desaforado".

Donald Trump es un personaje atrabiliario, insoportablemente arrogante, descarado a la hora de vulnerar las convenciones y hasta las leyes, impropio de un país como los Estados Unidos que desde su intervención en la Segunda Guerra Mundial, que decantó la victoria aliada, ha ejercido un liderazgo moral sobre Occidente. Pero dicho esto, y repudiado por tanto el bagaje autocrático del actual inquilino de la Casa Blanca, hay que reconocer que el personaje mantiene un discurso muy polémico que, sin embargo, no puede ser desechado completamente sin reconocer al menos que ciertos vectores de sus irrupciones son, como mínimo, dignos de ser analizados y ponderados.
Amit Segal es un periodista israelí, hijo de un histórico activista fundador del Estado de Israel, master en Políticas Públicas por el University College de Londres, actualmente comentarista del Canal 12 israelí y del periódico Yedioth Ahronoth, colaborador ocasional del Wall Street Journal. Y Segal acaba de publicar en este último medio un trabajo titulado “Trump entierra la política exterior wilsoniana” que ilumina claramente la situación en apariencia inextricable de la política exterior americana, tan revuelta como la interior.
Segal recuerda que el actual statu quo internacional fue puesto en pie por el presidente Woodrow Wilson, quien en enero de1918 pronunció un célebre discurso en una sesión conjunta del Congreso en el que pidió una “asociación general de naciones” que ofreciera “garantías mutuas de independencia política e integridad territorial a los Estados grandes y pequeños por igual”. Estaba reclamando en realidad la Sociedad de Naciones, con la que el mandatario pretendía satisfacer el deseo de la opinión pública global que estaba convencida de que la principal amenaza a la paz mundial era la violación de la soberanía nacional y de las fronteras. De ahí que con la Sociedad de Naciones se pretendiera prevenir los conflictos haciendo que los Estados fueran sagrados y sus fronteras inviolables.
Pues bien: según Segal, Trump rechaza esta visión. Para el nuevo presidente USA, el principal peligro para la paz mundial no es la violación de la soberanía de los estados sino la acción de regímenes terroristas autoritarios. “Las fronteras trazadas en el siglo XX no han proporcionado seguridad ni autodeterminación: ha conducido a conflictos armados. Siria se ha convertido en una brutal dictadura multiétnica. La población mayoritariamente palestina de Jordania está gobernada por una monarquía autoritaria con raíces beduinas. Gaza comenzó siendo un territorio bajo control egipcio y se convirtió en un despiadado estado terrorista. El canal de Panamá se ha convertido en un puesto avanzado chino…”.
Segal explica finalmente que Wilson creía que cuando se concede la autodeterminación a los países autoritarios puede surgir de forma espontánea la democracia… “George W. Bush y Barack Obama se aferraron a esta doctrina y abogaron por elecciones democráticas en los territorios palestinos, Irak y Egipto. En cambio, surgió el Islam fundamentalista, que puso en peligro toda la región. Miles de personas pagaron con sus vidas. ¿Dónde preferiría vivir, en la “democrática” Gaza o en la “autoritaria” Dubai?”, pregunta el periodista.
En el escenario ideal de Wilson, la preservación de las soberanías nacionales era esencial para el libre comercio. En el de Trump, no es razonable permitir que los principales puertos de ambos lados del canal de Panamá, construido por Estados Unidos y abierto al tráfico universal, estén controlados por empresas chinas. Y hay que reconocer al menos parte de razón a Segal cuando afirma que “la intervención estadounidense en el canal puede comprometer la soberanía de Panamá y obstaculizar el comercio, pero los riesgos de la influencia china en una vía fluvial tan crucial son mucho mayores”.
Hay, en fin, ciertas determinaciones de Trump que tienen que ser consideradas positivamente porque sugieren cambios del viejo sistema geopolítico que son inaplazables. Cualquier occidental coincidirá con Trump y sus consejeros cuando afirman que hay que impedir que la codicia china y rusa acabe en una ocupación sorpresiva de Groenlandia… Pero es evidente que esta cuestión no puede se acometida unilateralmente por Washington ni planteada como un desaire amenazador a los daneses por lo que ha de ser pacíficamente abordada por la alianza occidental que tiene su plasmación, plenamente vigente todavía, en la OTAN.
En este sentido, Trump podría ser un revulsivo, el promotor de reformas profundas que Occidente en particular y la globalización en general necesitan para afrontar un futuro cargado de complejidad y de incógnitas. Lo impresentable es que el líder de Occidente se comporte como un jovenzuelo malcriado con maneras de sátrapa desaforado, esgrima amenazas impropias para dirigirse a sus vecinos o menosprecie la opinión de aliados históricos que durante muchas décadas han contribuido a preservar y reforzar los códigos y los valores de la democracia política.