El padre, proveedor de afectos
Frente al padre ausente, volcado en lo público y en el éxito profesional, es necesario recuperar la presencia activa y cómplice. Frente al señor que dictaba las leyes y ejercía la autoridad, urge que nos convirtamos también en hacedores de cuidados. Y, de esta manera, es necesario alcanzar un equilibrio nuevo en las familias a partir del derecho-deber de corresponsabilidad y de un reparto paritario de los cuidados y la autoridad.
Una de las grandes revoluciones pendientes, que a su vez ha de formar parte de la que rompa con las cláusulas del contrato sexual que durante siglos ha mantenido las diferenciaciones jerárquicas entre hombres y mujeres, es la que ha de afectar al entendimiento y ejercicio de la paternidad. Lo cual es tanto como decir a la construcción de la masculinidad. En este momento de transiciones, todos los hombres, y muy especialmente los que somos padres, hemos de mirarnos en el espejo, deconstruirnos y asumir nuevos papeles que poco tienen que ver con los que vimos desempeñar en nuestros progenitores. Es urgente que vayamos rompiendo los binarios del patriarcado-público/privado, cultura/naturaleza, producción/reproducción, razón/emoción- y que asumamos una presencia constante en lo que antes era territorio reservado a las mujeres.
Frente al diligente padre de familia, ausente y autoritario, debemos convertirnos en proveedores de afectos. Frente al padre ausente, volcado en lo público y en el éxito profesional, es necesario recuperar la presencia activa y cómplice. Frente al señor que dictaba las leyes y ejercía la autoridad, urge que nos convirtamos también en hacedores de cuidados. Y, de esta manera, es necesario alcanzar un equilibrio nuevo en las familias a partir del derecho-deber de corresponsabilidad y de un reparto paritario de los cuidados y la autoridad. Todo ello sin olvidar que muchos modelos de familia son posibles y que, por tanto, también son múltiples las paternidades. Unas paternidades cuya diligencia hoy no debería conectarse con la heteronormatividad, ni con el riguroso cumplimiento del papel heroico de quien se define por los logros sociales y públicos, sino con la capacidad de generar afectos y hacer posible el milagro cotidiano de crecer en compañía. Asumiendo la fragilidad que a veces nos llena de dudas y el reto que supone aprender lecciones que no podemos leer en ningún manual.
La igualdad efectiva de mujeres y hombres, así como la plenitud de nuestro desarrollo afectivo, pasa necesariamente por esta revolución que, tal vez a menor velocidad de lo que algunos quisiéramos, va generando ya movimientos irreversibles. Una revolución que como bien dejó claro hace décadas el feminismo confirma que "lo personal es político" y que, por tanto, es en lo privado donde debemos subvertir las reglas que a su vez condicionan lo público.
Este artículo se publicó originalmente en el blog del autor, Las Horas.