De repente te encuentras huérfano de sintaxis cuando en la consulta está ese perro que ya debe unos cuantos años a la vida, seguramente uno sea responsable de haber arañado los dos últimos con todo lo que la farmacología y la economía de su propietario le permitía. Pero llega el epílogo, y su dueño no quiere darse cuenta.
Un buen día, mientras te peleas con la pata que sobra para poder ponerle el anorak al perrito de aguas, te preguntas para qué te pasaste horas tratando de comprender el mecanismo de multiplicación a contracorriente en la producción de orina o para qué te dejaste los cuartos en todos los cursos que organizaba el Colegio de Veterinarios.