Son aviones viejos, de la era soviética, pagados a Kazajistán, que está modernizando sus tropas. ¿Para qué los usará Washington? La respuesta está en Ucrania.
El juego, que ha entretenido a millones de personas en todo el mundo desde 1984, es también un recordatorio de que el éxito puede tener un precio alto.
El presidente ruso confirma con la guerra de Ucrania su viraje al totalitarismo expansionista, que multiplica el éxodo opositor y aviva las tensiones internas.
La CE acusa a Moscú de “usar de nuevo la comida como arma de guerra” al “destruir la producción agrícola ucraniana” y “poner minas” en campos de cultivo y en puertos.
Se cumplen 90 años de las matanzas masivas que acometió Stalin en su plan para colectivizar la tierra. El Parlamento Europeo ahora eleva el reconocimiento de la tragedia.
El líder ruso, muerto ayer, quiso cambiar la URSS y acabó cambiando el mundo, ya que puso fin a medio siglo de antagonismo entre Este y Oeste conocido como Guerra Fría.
El discurso del Día de la Victoria rusa sobre las tropas de Hitler se esperaba cuajado de novedades, pero no ha habido ni una. Sólo glorificación del pasado y acusaciones falsas.
Jefe de los espías rusos, sucesor de Yeltsin, manipulador de leyes para perpetuarse en el poder, perseguidor de opositores y prensa y declarante de cuatro guerras: así es el presidente de Rusia.
Ucrania es un paso más en su empeño de recuperar la grandeza de Rusia, perdida tras la desintegración de la URSS. Su afán de influencia, si no de control directo, lleva años generando conflicto en la zona.