Holodomor, la sovietización forzosa de Ucrania por hambre que Europa va a declarar genocidio

Holodomor, la sovietización forzosa de Ucrania por hambre que Europa va a declarar genocidio

Se cumplen 90 años de las matanzas masivas que acometió Stalin en su plan para colectivizar la tierra. El Parlamento Europeo ahora eleva el reconocimiento de la tragedia.

Holodomor. Literalmente, “matar de hambre” en ucraniano. Así es como se denomina una de las mayores tragedias humanas del pasado siglo, la muerte masiva de ciudadanos sometidos por la URSS a su plan de colectivización de la tierra que dejó millones de muertos de hambre. No hay consenso en las cifras, complicado como es lograr información fiable de entonces, enmarañado como quedó todo por la propaganda, pero se cree que entre un millón y medio y 12 millones de personas fallecieron por las órdenes de Joseph Stalin, sobre todo entre 1932 y 1933.

Este jueves, el Parlamento Europeo tiene previsto votar una propuesta de resolución que, pasados 90 años de aquel drama, llame a las cosas por su nombre. “Genocidio”, piden que se le diga, por más que hay cierto debate entre los historiadores sobre la idoneidad del término, sobre si la matanza iba dirigida contra un pueblo en concreto o fue una brutalidad cometida sobre los ciudadanos de la URSS, en general. El texto lo tiene claro, dice que se “pretendía destruir los cimientos sociales de la nación ucraniana, sus tradiciones, cultura, identidad nacional y condición de Estado” y que aquellos actos, “estaban dirigidos contra el campesinado ucraniano y el pueblo ucraniano en su conjunto y se caracterizaron por la aniquilación masiva y las violaciones de los derechos humanos y las libertades”.

¿Pero qué fue lo que pasó, qué ocurrió para que aún sea herida abierta en Ucrania y uno de los asideros históricos de la causa que ahora defiende su soberanía frente a la invasión rusa?

Los orígenes

A finales de 1927 estalló la llamada “crisis de las cosechas”, se produjo una caída formidable en las entregas de los productos agrícolas a los organismos del Estado soviético, y las cosas empeoraron al año siguiente, cuando los campesinos sólo pudieron entregar 4,8 millones de toneladas en lugar de los 6,8 millones del año anterior. Hubo problemas climatológicos y malas recolecciones, pues, una coyuntura que Stalin aprovechó para intervenir directamente en Ucrania, aunque también en Kazajistán y el norte del Cáucaso, donde más daño hizo el Holodomor.

Lo que planteó Moscú fue un plan quinquenal para salir de la crisis, que debería desarrollar un ambicioso proyecto económico y proceder a la modernización de la industria pesada en todo el país. Una de sus propuestas estrella consistía en que las exportaciones de trigo quienes pagaran la factura de todo ello. Unas exportaciones muy concretas: las ucranianas, las de un país al que aún hoy, en guerra, se le llama “el granero de Europa”.

A partir de 1930, destacamentos de la Dirección Política del Estado (GPU), comenzaron a requisar de forma abusiva el grano y el trigo ucranianos, dejando las tierras sin las semillas necesarias para que pudieran germinar; tampoco dieron tiempo suficiente a la tierra para que se pudiera volver a plantar una nueva cosecha. Los ciudadanos quedaron sin nada. Si pedían ayuda, no se les concedía y hasta se restringió la migración de quien quería ir a buscar oportunidades a otras partes, con la imposición de pasaportes internos. Pobres y encerrados.

  El cuerpo de una mujer joven yace sobre la tierra cerca de Poltava (Ucrania), encontrado en la primavera de 1934. Express via Getty Images

Los más perseguidos eran los campesinos, que debían pasar a ser proletariado. Kulaks, pequeños propietarios de tierras o de ganado, eran el 80% de los ucranianos, así que su eliminación física era la de toda la comunidad. Gente con un palmo de huerta o con un par de vacas era tratada como millonarios.

En paralelo, ya en agosto de 1932, se aprobó la Ley de las Espigas, que establecía castigos para todos aquellos que estuviesen en contra de la confiscación y, sobre todo, para todos los campesinos que se atreviesen a robar grano. De esa manera, se impusieron penas de prisión a muchas personas que fueron encarceladas en centros penitenciarios de las ciudades de Balashevo o Elan. La desesperación, no obstante, era tal que los civiles seguían robando comida. Tantos eran los saqueadores que no había espacio para ellos en las cárceles y se empezó a aplicar la pena de muerte. Según registros de la época, bajo el paraguas jurídico de esta norma se ejecutó a 5.400 personas y 125.000 más fueron enviadas a los gulags (campos de trabajo) de Siberia.

No eran sólo las cosas de comer

La crisis del campo era grande y el proceso de industrialización tenía sus necesidades, pero hay un tercer elemento que los historiadores creen crucial a la hora de entender por qué Stalin cargó con semejante fiereza: el político. El hambre intencional, las requisas, eran parte de un intento de sovietizar a los ucranianos aunque fuera por inanición.

Desde el año 29, al menos, ya era manifiesta la persecución de los partidarios de lo contrario, la ucraniación, por lo que también se quería por esta vía destruir los sentimientos nacionalistas y evitar un hipotético levantamiento armado. Empezaron con algo tan básico como el idioma, el ucraniano, que fue vetado, y en zonas muy despobladas como Zaporiyia, Dnipro o Jarkov -que hoy ponemos en el mapa por culpa de la invasión- se llevó a cabo una estricta política de rusificación, con colonos llevados a la zona para repoblarla.

Los documentos que con los años han salido a la luz, y que aparecen en libros de referencia como Hambruna roja: la guerra de Stalin, de la periodista estadounidense Anne Applebaum, demuestra que a miles de niños huérfanos por la hambruna se los llevó a orfanatos rusos, fueron criados como rusos y no como ucranianos. Pasó en Jarkov, por ejemplo, donde hay 5,5 millones de personas con el ruso por lengua materna.

  Unos niños ucranianos encuentran un saco de patatas que se le había pasado por alto a los agentes de la GPU, en 1934.Express via Getty Images

Stalin no quería una contrarrevolución. De Ucrania salió el mayor movimiento, liderado por campesinos, en la guerra civil rusa de 1918 y 1921. Así que cortó por lo sano, endureció las condiciones de vida en Ucrania, bloqueando las fronteras del país para que la gente no pudiera salir y creando unas brigadas de 25.000 hombres que iban de casa en casa confiscando la comida de los campesinos, deteniendo y torturando.

Lo proeuropeo o lo antiMoscú quedaba sepultado por la necesidad de pan. O de ratas, erizos, caballos, raíces... lo que fuera. En pocos meses, sus posibles críticos se morían de hambre, los “nacionalistas burgueses”, los “enemigos de clase”. Hay comunicaciones de Stalin a Lázar Kaganóvich, primer vicepresidente de la URSS, en las que el jefe de Estado confiesa que “teme” perder Ucrania. Encaja.

Cuentan los historiadores que la segunda esposa del mandatario, Nadezhda Alilúyeva, trató de frenar sus planes, sin éxito. Una noche, al volver de unos fastos por el aniversario de la revolución, murió en su cuarto. Lo más factible es que se suicidara, cargando con el peso de esas diferencias de opinión y de infidelidades acumuladas, aunque no se descarta que la matara Stalin. Su marido obligó a los médicos a firmar un parte que decía que la causa de su fallecimiento fue una apendicitis.

  Volodimir Zelenski y su esposa Olena, el 26 de noviembre pasado, en un homenaje a las víctimas de Holodomor, en un monumento en su memoria instalado en Kiev. via Associated Press

Vientres hinchados y hasta canibalismo

El Holodomor es terrible por su trasfondo y por su ejecución. Applebaum sostiene, por ejemplo, que no se trató de muertes accidentales ni consecuencias colaterales de la coyuntura en el campo, sino “deliberadas y planeadas”. “Los que sobrevivieron a la hambruna ucraniana siempre la describieron, cuando les permitieron hacerlo, como un acto de agresión estatal. Los campesinos que vivieron los registros y las listas negras los recordaban como un ataque colectivo contra ellos y su cultura. Los ucranianos que fueron testigos de los arrestos y los asesinatos de intelectuales, académicos, escritores y artistas los recordaban del mismo modo, como un ataque premeditado contra la élite de su cultura nacional”, explica. El suministro de alimentos como arma de destrucción masiva.

A su entender, los muertos -que en su caso cifra en unos siete millones- no  son sólo por la colectivización, que también, sino “más bien el resultado de la incautación forzosa de la comida de los hogares de la gente; de los cortes de carreteras que impidieron que los campesinos buscasen trabajo o alimentos; de las duras normas de las listas negras impuestas a las granjas y aldeas; de las restricciones aplicadas al intercambio y el comercio, y de la agresiva campaña propagandística destinada a convencer a los ucranianos de que mirasen, impasibles, cómo sus vecinos morían de hambre”. El plan no era matar a todos los sometidos, pero sí debilitar a un país entero y acabar con lo más “activos y comprometidos”.

Ese era el marco. Las consecuencias, una escena de terror tras otra. Las narra el dibujante italiano Igort en sus Cuadernos ucranianos y rusos, que entrevista sobre el terreno a supervivientes de la hambruna y da cuenta de niños con el vientre hinchado por la falta de alimento, de familias que buscan hierbas o cortezas en el campo para aguantar, que guardaban como “reliquias”. El pan se hacía con heno, si había. Las albóndigas, con forraje. Liebres y conejos eran el mayor manjar. A los niños se les daba piel curada de caballo para que masticaran todo el día.

La deskukakización fue a más con los días y llevó a la ingesta de carne podrida o hierbas venenosas, que a la postre acababan igualmente con la vida de los ciudadanos. Enfermos también por la cantidad de cuerpos acumulados en las calles, porque nadie tenía fuerzas para irlos a enterrar. Los campos estaban llenos de personas que morían en la nieve mientras buscaban algo que llevarse a la boca. Y las casas, de personas que se aletargaban por la falta de comida y se iban apagando poco a poco, en sus camas.

Aparecieron entonces los casos de canibalismo, sobre todo en las zonas rurales más pobres. Hay entrevistados que pasan de puntillas por eso, pesa la vergüenza, pero están verificados por los documentos de la propia URSS, como un informe citado del jefe regional de la GPU en Dnipropetrovsk, que en Zagradovka encontró una familia de campesinos pobres donde había muerto un niño de 12 años.

“La madre, F., y su vecina, Anna S., cortaron el cadáver en pedazos y lo sirvieron con la comida que habían preparado. El cuerpo fue consumido casi en  su totalidad. No quedaba más que la cabeza, los pies y una parte de un hombro, la palma de una mano, la columna vertebral y alguna que otra costilla. Todas las partes del cuerpo que habían sobrado han sido halladas en el subsuelo. F. ha explicado sus actos citando como causa la carencia absoluta de comida. Les quedan tres niños, que están muy hinchados”, se lee.

  Velas y espigas de trigo, los símbolos de recuerdo a las víctimas en Ucrania. Gleb Garanich via Reuters

La condena internacional

En aquellos años, la comunidad internacional hizo muy poco por las víctimas. La maquinaria de propaganda de la URSS trabajó bien y a fondo y se lanzó el relato contrario, con visitas controladas de mandatarios y prensa occidental a zonas teatralizadas, disfrazadas de normalidad. Se conoce un intento de unos reporteros italianos por contar la otra cara, pero el dictador Benito Mussolini los vetó. Reino Unido, Francia y hasta la Sociedad de Naciones estaban de brazos cruzados, por más que hubiera 40 millones de afectados.

Entonces, no existía siquiera el término “genocidio”, no estaba en el derecho internacional, algo que se añadió tras el Holocausto, tras la Segunda Guerra Mundial. Con los años, al conocerse más testimonios, y sobre todo al caer la URSS, se ha ido poniendo lo pasado en su lugar. Se han denunciado las “crueldades” del régimen totalitario en la ONU, en la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) o en el Consejo de Europa. El propio Parlamento Europeo, en 2008, aprobó una resolución que reconocía el “crimen contra la humanidad” que supuso el Holodomor.

Ahora, a instancias del Grupo del Partido Popular Europeo se pide que se hable de genocidio, argumentando entre otras cosas que “los crímenes soviéticos del siglo XX no han recibido una evaluación jurídica y moral clara por parte de la comunidad internacional”. Da el paso, además, en un contexto en el que “la Rusia de Vladimir Putin continúa con el mismo ataque genocida contra Ucrania que ha llevado a cabo sistemática y sistemáticamente el imperio ruso contra el pueblo ucraniano”.

Y más: “con su guerra de agresión ilegal, injustificada y no provocada contra Ucrania, Rusia está cometiendo un Holodomor, un intento de congelar al pueblo ucraniano hasta la muerte mediante la destrucción intencionada de la infraestructura civil de energía y electricidad de Ucrania en vísperas del invierno; que Rusia se ha propuesto destruir la producción agrícola de Ucrania y ha atacado los silos de cereales, ha bloqueado puertos y ha puesto en peligro la seguridad alimentaria mundial”.

La historia, dicen, se repite.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.