Una de las primeras medidas que propongo a los padres para convertir los suspensos en aprobados es aprender a usar bien la agenda. Parece una tontería, pero la gran mayoría de mis alumnos o no la usa o no sabe hacerlo y son pocas las familias que revisan las agendas de sus hijos a diario para saber qué tareas tienen pendientes.
Llegó la hora de sustituir la tradicional idea del lugar donde se guardan o nos esperan los libros por otra idea más ajustada a los mejores objetivos escolares y a los tiempos que nos atraviesan. No digo que no haya libros, digo que no ciñamos ese espacio a esa función ni a esa representación.
La ingeniería social (el sueño de una sociedad diseñada mediante un cálculo economicista en la que no sobren ni falten abogados o médicos) ha engendrado unos deseducadores muy bien educados que se baten a garrotazos por resolver una disputa que no está dentro, sino fuera de la escuela.
Familias, son ustedes el complemento imprescindible para nuestra labor docente. Si su hijo ha suspendido tres, cuatro asignaturas (las que sean), no pueden regalarle una videoconsola en Navidad: están creando adolescentes indolentes que creen que lo merecen todo por el simple hecho de ser ellos.
Querido Pablo Poó: He leído tu carta, con cariño y mucha pena. Agradezco tu interés por mí pero lamento que andes tan desorientado... Ya que me espera una vida dura, agradecería que me permitieses ser feliz con 12 años. ¿Se puede seguir enseñando como hace cien años en un mundo en el que la enseñanza y la información están por todas partes?
Es poco frecuente encontrar esquemas conceptuales que sometan al verbo aprender a escalas inferiores. Estamos acostumbradísimos a verlo encumbradísimo, es un verbo canonizado, santificado. Y eso no le hace nada bien. Comprender es más que aprender -nos dicen-, y además es una cosa diferente.
No se puede obligar a veinticinco alumnos a leer el mismo título porque cada uno de ellos tiene gustos particulares, personales y distintos. Nos bombardean a diario con la "atención a la diversidad", pero cuando llega la hora de enganchar a nuestros escolares al hábito lector nos la pasamos por el forro, lo vestimos de obligación y, como guinda, lo hacemos pasar debajo de la escalera del examen.
Cuando la escuela plantea una redacción, medimos su "modernidad" a partir del tema que se define. Así, si si el tema es "Mi bandera" decimos que es una redacción antigua, típica de una escuela fuera de época; pero si es "Caminos para combatir la intolerancia religiosa en Brasil" todo gira 180º y pasa a ser una redacción fantástica, propia de la revolución educativa en marcha.
Los que han pasado por mis clases saben que no suelo poner deberes, que es algo esporádico, justificado por alguna causa inesperada. Y no por eso me he sentido poco respetada por mis alumnos, ni he pensado que estaba influyendo en su desorganización. Más importante que la obligación fuera de las aulas, me gustaría conseguir, como una quimera lejana, que les gustara leer
En los últimos días nos han asaltado portadas de periódicos con titulares en los que se habla de niños y adolescentes que son objeto de los abusos de sus propios compañeros con consecuencias cada vez más preocupantes. Con mayor asiduidad nos preguntamos los docentes y los padres qué podemos hacer para prevenir estos tristes sucesos. La respuesta no es sencilla.
Los docentes somos los profesionales de la educación y, como tales, tenemos que ser considerados y valorados. Con medidas como esta huelga contra los deberes solo se consigue poner en entredicho la profesionalidad, autonomía y el saber hacer de unos profesionales que únicamente perseguimos el bien de nuestros alumnos y el progreso de la sociedad. Es complicado inculcar unos valores o intentar guiar a un chaval cuyos padres infravaloran tu labor y plantean dudas sobre tu capacidad y saber hacer como docente.