Tras 20 años de protagobismo, por primera vez la corriente conservadora del expresidente Álvaro Uribe no llega a la segunda vuelta. De la presidencia a la nada.
Transcurridos 41 días desde que el plebiscito por la paz fuera derrotado en Colombia, llegamos a un segundo acuerdo de paz que, antes de nada, evidencia el compromiso de las partes involucradas por cerrar más de cincuenta años de conflicto armado interno.
La resistencia civil de Uribe es un acto de soberbia, de egoísmo, movido por intereses políticos y propósitos personalistas. Ante la inminencia del fin del conflicto con las Farc, el desespero del expresidente se desborda. Sin las Farc, él no es nadie; sin guerra, sus postulados no serán nada y su discurso quedará convertido en palabras huecas.
Es fácil decir que Colombia tiene potencial y recursos para ser un país pujante y avanzado en infraestructura como Chile, pero es difícil aceptar que para llegar a disfrutar de esas ventajas tenemos que cambiar el chip y entender que nos falta madurar mucho como sociedad y como Estado.
Al perder de nuevo las alcaldías de Bogotá y de Medellín y la gobernación de Antioquia, quedó demostrado por enésima vez que Uribe es inútil a la hora de endosar votos. Por otro lado, el triunfo de Peñalosa en Bogotá, como antítesis de lo que los capitalinos han tenido últimamente, es un mensaje contundente a la izquierda.
Aún me produce dolor de cabeza recordar la primera vez que en un curso, hace muchos años, se propuso un ejercicio que consistía en decir en voz alta la palabra no, muchas veces, moviendo la cabeza de arriba abajo y decir posteriormente sí, moviendo ahora la cabeza de derecha a izquierda.
Está claro que el tema del proceso de paz tiene al pueblo colombiano dividido. Quienes lo apoyan son asociados con las FARC, y quienes se oponen son señalados como miembros de la ultraderecha. Las redes sociales han sido escenario de miles de batallas verbales donde son lanzados todo tipo de agravios entre unos y otros;
En 50 años las acciones de las guerrilla no han resuelto nada y, por el contrario, han servido como pretexto para estigmatizar todo pensamiento diferente de la ideología tradicional de la derecha liberal y conservadora, que ha imperado en el país todo este tiempo.