La sombra de Uribe es alargada
Colombia decide este domingo quién debe ser debe ser su presidente para los próximos cuatro años y, muy posiblemente, lo hará bajo el escenario con más incertidumbre electoral de las últimas décadas. Ninguno de los candidatos está en situación de ganar en primera vuelta, de tal manera que el resultado del próximo domingo perfilará los dos candidatos que se disputarán la presidencia en segunda vuelta.
En inicio, si se cumplen los pronósticos, el candidato que obtendrá mayor número de apoyos será Iván Duque, quien, avalado por Álvaro Uribe, concentra el voto más conservador del país. Y es que, a pesar de su pasado desdibujado por los vínculos con el paramilitarismo, unido a escándalos tales como la muerte de miles de civiles que fueron presentados ante la opinión pública como combatientes de las FARC-EP o escuchas ilegales instrumentalizando el aparato de la inteligencia nacional, Uribe sigue siendo para buena parte del imaginario colectivo del país, el mesías que salvó a Colombia de convertirse en un Estado fallido.
Lo que hace meses era una segunda vuelta asegurada frente a Germán Vargas Lleras, vicepresidente con Juan Manuel Santos entre 2014 y 2017, hoy en día parece más que improbable. Ello, porque al liderazgo autoritario de Vargas se suma la ausencia de cualquier capacidad comunicativa alguna y un halo de corrupción clientelar entre buena parte de sus principales apoyos personales y partidistas. Tampoco tiene posibilidad Humberto de la Calle, jefe del equipo negociador del Gobierno colombiano con las FARC-EP y a quien le ha dificultado la carrera presidencial tanto el interés de parte de su partido (tan fragmentado como clientelar) por buscar alianzas con un candidato con verdaderas opciones, como el hecho de que para muchos es el responsable de "entregar al país a la guerrilla". Sin duda, una etiqueta tan falsa como injusta para alguien que en los últimos cuatro años le ha entregado todo al proceso de negociación y a su firme convicción por poner fin a medio siglo de violencia.
Por todo lo anterior, dos son las opciones que le pueden disputar la presidencia al uribismo. Por un lado, Gustavo Petro. Exalcalde del Bogotá, su campaña se ha centrado en prevalecer la lucha contra la corrupción, junto a un modelo económico que trascienda del extractivismo desarrollista que impera en Colombia y sobre la base de promover un sistema tributario que, con más presión sobre las capas más pudientes, encuentre instrumentos desde los que fortalecer el paupérrimo Estado social colombiano. Junto a él, aunque por debajo en las encuestas, se encuentra Sergio Fajardo, doctor y profesor de matemáticas cuya mejor carta de presentación ha sido su eficaz gestión tanto al frente del departamento de Antioquia, como de su capital, Medellín.
Sin embargo, mientras que a Petro le acompaña un personalismo tan petulante como polarizador, lo cual no es óbice para destacar su empatía en los niveles más abandonados de la desigual y marginal estructura social colombiana, a Fajardo le pesan sus escasas dotes comunicativas y su incapacidad para movilizar al electorado. Vamos, lo que le sobra a uno le falta al otro, y no es nada baladí si se tiene en cuenta que la desafección alcanza, por lo general, el 50% de abstención.
En cualquier caso, y aunque mi opción personal, claramente, se alinearía con las posiciones más progresistas de Gustavo Petro, no hay duda de que si hay un candidato al que Iván Duque derrotaría sin problema alguno en la segunda vuelta, ése sería el exalcalde bogotano. Más difícil, sin embargo, lo tendría con Sergio Fajardo, quién tendría mayor capacidad de para encontrar apoyos electorales en la segunda vuelta y que se beneficiaría de una mayor volatilidad, tanto de la izquierda, como del conservatismo anti-uribista.
Dicho de otro modo, la segunda vuelta, muy probablemente quedará reducida a un binomio uribismo/anti-uribismo, con la importante vitola de que la eventual llegada del candidato del expresidente a la Casa de Nariño sería una vuelta al pasado y un retroceso para un Estado al que le ha costado mucho deshacerse de los excesos personalistas y antidemocráticos que personificó Álvaro Uribe durante buena parte de la década pasada. En cualquier caso, la suerte está echada y está claro que, pese a todo, la sombra de Uribe es alargada.