La última mentira de Cifuentes
No sabemos si Cifuentes es cleptómana, pero sí que miente compulsivamente.
Trató de evitarlo a toda costa. Se resistía a dimitir por un máster de pacotilla que le ofrecieron no gratis, pero sí a coste cero (de trabajo). Cuando esta mañana las redes y las teles empezaron a escupir las humillantes imágenes del hurto de unas cremas, todavía pensó en aguantar. Su entorno empezó a propagar la explicación: una patología -la cleptomanía, el impulso irresistible de robar-, de la que se había tratado y 'curado'. Pero el bochorno y el escarnio eran ya insoportables. Pillada con las manos en una crema barata, en una grabación de hace 8 años, el vídeo ha sido la puntilla a su carrera. Cospedal, su más feroz defensora, se rindió. Rajoy bajó el pulgar. Y Cristina Cifuentes, finalmente, dimitió como presidenta de la Comunidad de Madrid.
Es su última mentira: no fue hurto, sino 'un error involuntario'. Cualquier supermercado, o cualquier juez, tiene una lista de excusas mejores de otros pillados in fraganti. Es la última trola de una serie, mucho más grave, con la que ha tratado de justificar cómo obtuvo un máster sin asistir a clases y sin presentar el trabajo final. Sus mentiras han acabado por destapar un agujero negro en la Universidad Rey Juan Carlos, que ha prestado su nombre y su prestigio a personajes con intereses espurios, y su nula capacidad o voluntad de ejercer la labor de control que se exige a cualquier institución pública. Acorralada, mientras la justicia investiga, la última contorsión de Cifuentes fue 'renunciar' al título, como si eso fuera posible. (Yo puedo quemar mi título de bachillerato, pero no 'renunciar' a él).
Cifuentes ha tratado de explotar hasta el último minuto su papel de víctima. Si ha resistido es porque se negaba a salir de la política por la puerta de atrás, y porque mientras ocupaba la presidencia seguía teniendo la llave de información valiosa que afecta a la Comunidad de Madrid y a su partido. La prueba es que, en este largo mes, le ha dado tiempo de denunciar ante la Fiscalía la desastrosa gestión del Campus de la Justicia bajo la presidencia de su antecesora y archirrival Esperanza Aguirre. Dice que ya había pensado dimitir el 2 de mayo, día de la Comunidad de Madrid, tras los actos conmemorativos. Lo cierto es que no le quedaba otra salida, con una moción de censura presentada por el PSOE, con el apoyo de Podemos, y la decisión de Ciudadanos de dejarla caer si no presentaba su dimisión.
Cifuentes apunta a que hay una bomba de relojería bajo la sede de la Comunidad de Madrid, en la Puerta del Sol, cuyos efectos pueden hacer temblar también la sede del PP en Génova, a apenas kilómetro y medio. Se puso en el punto de mira cuando decidió colaborar con la justicia para destapar el pozo de corrupción creado por sus antecesores bajo la tapadera del Canal de Isabel II. Ahí despertó el fuego amigo. Lo que aún no sabemos es por qué decidió frenar y no sostener ante el juez Velasco lo que las escuchas judiciales habían detectado: una campaña para presionarla por parte de La Razón. El caso acabó archivado.
Rajoy quiere pasar página fiel a su estilo: sin despeinarse, como si a partir de ahora el escándalo Cifuentes fuera agua pasada, otro capítulo negro que sumar al de su antecesor, Ignacio González. Pero el Partido Popular está malherido, y emite señales de fin de ciclo. Por su torpeza al sostener a Cifuentes contra viento y marea treintaypico largos días, en vez de cortar por lo sano; por el miedo que destila al intuir el coste electoral que este culebrón tendrá en Madrid, a un año de las elecciones; por las tensiones palpables entre Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría, entre el partido y el Gobierno, que alimentan la rumorología hasta niveles marcianos.
No sabemos si Cifuentes es cleptómana, pero sí que miente compulsivamente. Y esa patología es incompatible con ocupar un cargo público. Ella ha tardado en asumirlo, e idéntica ceguera ha demostrado su partido: no pocos populares han vivido estos días escandalizados por la decisión de Dolores de Cospedal, secretaria general del PP, de sostener a Cifuentes hasta el último minuto. El papel de luchadora contra la corrupción que resiste las maniobras de sus enemigos y colegas, víctima de una cacería, es insostenible.
Tras anunciar su dimisión, Cifuentes pedía a los medios una reflexión sobre si todo vale. La respuesta es no, no todo vale, no todo es publicable. Por eso, hasta ahora, parte de esos dosieres que ella sabe que circulan desde hace tiempo no han aparecido publicados. Y lo que sí se ha publicado es irrefutable, gracias al trabajo de investigación de eldiario.es -que desveló las irregularidades de su máster- y las de El Confidencial -al detectar las actas falsas de la URJC-. Las imágenes del chusco robo publicadas hoy por Okdiario revelan otra faceta oscura de la hasta ahora presidenta madrileña. Huele a cloacas, sí, y el origen de las filtraciones siempre es interesante para entender el contexto, pero irrelevante para lo medular: no puedes ostentar un cargo público si trapicheas para conseguir un título universitario, y tampoco si robas en los supermercados, ya sea una crema antiarrugas o un plátano. Y desde luego, no puedes seguir en el cargo si te pillan y tratas de taparlo construyendo, mentira sobre mentira, un castillo de naipes.
Mientras Cifuentes se despedía hoy de su carrera política, conocíamos que el gran Martin Scorsese ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2018. El cineasta norteamericano ha retratado como nadie a buscavidas, mafiosos, gánsteres y lobos de Wall Street: qué peliculón no haría sobre la ascensión y caída de Cristina Cifuentes, la mujer que aspiró a ser un verso suelto del PP y sobrevivir a ello.