Enfermos del pasado
Podemos desgañitarnos contra nuestra clase política, pero no lo tienen fácil para gestionar una situación endiablada. Las crisis económicas con las que lidiaron Felipe González y José María Aznar no son comparables en magnitud y complejidad a la que estamos viviendo, así que sacudámonos la tendencia a la melancolía si aspiramos a hallar nuevas respuestas para nuevos desafíos. El futuro se muestra incierto, pero la nostalgia por el pasado no nos ayudará a encontrar el camino para afrontarlo.
Es posible que este país esté enfermo del pasado, como decía Lucía Méndez este sábado en El Mundo. Y que para entender lo que está ocurriendo en Cataluña haya que pensar en esa misma enfermedad, en el contexto que explica el historiador Ricardo García Cárcel -reciente Premio Nacional de Historia por su ensayo "La herencia del pasado"-, al abordar no una, sino las distintas memorias históricas de España como un conjunto plural, diverso y oscilante entre los mitos y el adanismo que difícilmente cuadran en una única "historia oficial".
Es la memoria corta, la de nuestro pasado más reciente, la que despierta nostalgias ideológicamente contrapuestas en un momento de incertidumbre social, económica y política inédito en nuestra democracia. Entre muchos votantes y algunos dirigentes del PP, y a pesar de la actual mayoría absoluta de Mariano Rajoy, se palpa la nostalgia por la presidencia de José María Aznar, que él reconstruye en sus recientes Memorias y en las entrevistas que está concendiendo de promoción del libro. En el PSOE, los últimos descalabros electorales y la ansiedad por el futuro cristalizan en nostalgia por la época de Felipe González, al cumplirse este domingo 30 años de su investidura. "El PSOE debe recuperar su vocación mayoritaria", decía González, como si sus actuales dirigentes o las bases tuvieran vocación de partido radical o minoritario.
La sobreexposición mediática de ambos en los últimos días la describía ayer el periodista y escritor Rubén Amón en un tuit fantástico:
Pleno al quince: sólo nos faltaba la nostalgia por la peseta -ahora que el euro ha sido despojado de sus brillantes ropajes y se muestra desnudo y vulnerable- para completar el ataque de melancolía y de añoranza por un pasado, por cualquier pasado.
El tiempo difumina las aristas de los periodos históricos vividos y muy especialmente cuando la crudeza de la realidad se hace insoportable. Y la realidad es hostil, como demuestra el último mazazo, la explicación de Sáenz de Santamaría y Báñez de que no hay dinero para pagar la revalorización de las pensiones si queremos que Europa nos siga dando crédito, o el SOS de los discapacitados que ayer se manifestaron masivamente en Madrid, por primera vez en la historia, para clamar contra los recortes que les afectan en diversos frentes. El pesimismo crece ante la situación política (un 87% la valora así) y se desploman tanto la valoración de la gestión de Rajoy (un 71% la desaprueba) como del líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba (un 84%), según la encuesta de Metroscopia que publicó ayer El País.
Podemos desgañitarnos contra nuestra clase política, pero no lo tienen fácil para gestionar una situación endiablada. Con los manuales al uso ya obsoletos, lo que les estamos pidiendo es que desaprendan para enfocar de manera más creativa y audaz la situación. Las crisis económicas con las que lidiaron González y Aznar no son comparables en magnitud y complejidad a la que estamos viviendo, así que sacudámonos la tendencia a la melancolía si aspiramos a hallar nuevas respuestas para nuevos desafíos. El futuro se muestra incierto, pero la nostalgia por el pasado no nos ayudará a encontrar el camino para afrontarlo.