La importancia de los bancos centrales
Estas instituciones, que una vez fueron serias y aburridas, se han alzado como las principales (o incluso únicas) formuladoras de políticas. Se quedaron dormidas cuando el riesgo financiero era enorme, y se decantaron por seguir un modelo de intervención agresivo durante la crisis. Lo que han experimentado los bancos centrales forma parte de un cambio más amplio cuyos efectos repercutirán en varias generaciones.
"No se necesita más financiación, se necesita una financiación mejor".
- Martin Wolf.
"El mundo ha acabado con la capacidad de improvisación del banco central como estrategia de crecimiento".
- Larry Summers.
En los últimos años, la economía mundial ha avanzado de formas que una vez parecieron improbables, por no decir impensables. Se trata de un fenómeno que continúa en la actualidad, como dejaré claro en este libro, y que cobrará más fuerza en el futuro.
La crisis financiera mundial que azotó prácticamente a todos los países, gobiernos y hogares del mundo entre 2008 y 2009 abrió paso a una nueva y frustrante normalidad de crecimiento lento, un aumento de la desigualdad, una disfunción política y, en algunos casos, una tensión social (a pesar de la política generalizada de intervenciones por parte de los bancos centrales y de las innovaciones tecnológicas).
Ahora, esta nueva normalidad está cada vez más desgastada. Para los que se preocupan, los síntomas de estrés se están multiplicando tanto que el camino que está siguiendo la economía global está a punto de acabarse, y lo más probable es que sea de manera repentina.
A medida que se acerca este punto de inflexión histórico, lo inconcebible se volverá más habitual y las inseguridades irán en aumento, especialmente porque cada vez está más claro que, en vez de ser una transición suave, el camino actual podría decantarse por una dirección de entre dos muy distintas. La primera de ellas promete un crecimiento inclusivo más alto y una estabilidad financiera estable de verdad. Pero, por el contrario, la segunda nos hundiría en un crecimiento aún más lento, en recesiones periódicas y en la vuelta a la inestabilidad financiera.
Afortunadamente, no hay nada escrito sobre lo que vendrá después del desgaste de esta nueva normalidad. El camino a seguir después de llegar a la división todavía puede verse influenciado sustancialmente por las decisiones que tomemos como Gobiernos, empresas y unidades familiares. Pero, para tomar mejores decisiones, tenemos que comprender bien todos los elementos que están en juego y su posible evolución. La mejor manera de hacerlo es a través de un examen a los bancos centrales más importantes del mundo... en el pasado, en el presente y en el futuro.
Estas instituciones, que una vez fueron serias y aburridas, se han alzado como las principales, y a menudo únicas, formuladoras de políticas. Se quedaron dormidas mientras se corrían enormes riesgos financieros, y se decantaron por seguir un modelo de intervención agresivo durante la crisis financiera. Al hacerlo, salvaron al mundo de una depresión financiera de varios años de duración que habría arruinado vidas y habría alimentado el malestar social.
También se percataron de que otras instituciones se quedaron paralizadas por culpa de las políticas disfuncionales. Los bancos centrales dieron con varias formas de conseguir mantener el crecimiento de la economía global -aunque algo artificial- a pesar de que todavía no se habían remodelado las bases de la prosperidad económica.
Ahora, se espera que estas instituciones monetarias sigan haciendo milagros, pero su capacidad de sacarse un as de la manga está llegando a su límite.
Este protagonismo es nuevo y anómalo para los bancos centrales. Llevan décadas trabajando lejos de los focos. La mayor parte de aquellos a los que les interesaba seguir las andanzas de estas instituciones orgullosas y tradicionales -que no eran muchos fuera del pequeño círculo de economistas y especialistas políticos- creían que estaban compuestas por tecnócratas convencionales que trabajaban entre bambalinas con herramientas técnicas complejas.
La fundación del primer banco central tuvo lugar en la Suecia del siglo XVII, siglo en el que también se fundó el Banco de Inglaterra (en 1694), considerado el precursor de la banca central moderna. A pesar de la desaparición del Imperio británico, su banco central -que ha influido en la concepción de la mayoría del resto de bancos centrales del mundo- sigue siendo uno de los miembros con más influencia de este club tan enigmático y exclusivo.
Aun así, su poder y alcance palidecen en comparación con otras dos instituciones que tienen un papel principal en este libro: el Sistema de Reserva Federal estadounidense, el banco central más poderoso del mundo; y el Banco Central Europeo (BCE), el emisor de la moneda común europea, que circula en 19 países miembros y el elemento más avanzado del histórico proyecto de integración europeo.
Estas dos instituciones son mucho más jóvenes que el Banco de Inglaterra.
La Reserva Federal se creó en 1913 como respuesta a dificultades financieras. Hoy en día es el banco central de los 50 estados y demás territorios de Estados Unidos, opera por delegación del Congreso estadounidense y tiene la misión de "proporcionar al Estado un sistema financiero y monetario estable, seguro y flexible".
El BCE comenzó a funcionar en 1999. Trabaja con los bancos centrales nacionales que forman parte del Eurosistema y su objetivo es mantener la estabilidad de los precios, salvaguardar la moneda común y supervisar las entidades de crédito (especialmente los bancos).
Para conseguir sus objetivos, todos los bancos centrales tienen la potestad para gestionar la moneda nacional y la oferta monetaria con el fin de obtener resultados macroeconómicos específicos como mantener una inflación baja y estable y, en algunos casos, un crecimiento económico y una tasa de empleo altos. Durante estos últimos años, cada vez más bancos centrales se han encargado de supervisar partes del sistema financiero y de asegurar la estabilidad económica.
En el nivel más básico de sus obligaciones, los bancos centrales controlan el precio y la cantidad de dinero en circulación, tanto directamente (al alterar los índices de interés facturan a los bancos y también modifican la cantidad de crédito del que disponen los bancos) como indirectamente (al influir en la tolerancia de riesgo del sistema y sus condiciones financieras generales). Por lo tanto, con el tiempo se han ganado más autonomía de sus jefes políticos.
Tanto de forma directa como a través de un proceso parlamentario, los Gobiernos fijan los objetivos macroeconómicos para los bancos centrales. A muchos les otorgan autonomía para conseguir sus objetivos ayudándose de lo que ellos elijan. Este proceso se ha percibido como favorable porque aísla a los bancos centrales de las efímeras aventuras políticas de los Gobiernos que solo buscan la reelección. Además, el poder y la influencia de los bancos centrales han crecido enormemente.
Podemos fijarnos en la Reserva Federal. Como es el caso de otros bancos centrales, sus objetivos, poderes e influencias han aumentado drásticamente: ha pasado de ser el simple emisor del dólar a ser una institución mucho más compleja que regula y gestiona el sistema bancario. Concretamente, y citando sus objetivos publicados en su página web, la Reserva Federal es responable de:
- dirigir la política monetaria de la nación influyendo en las condiciones monetarias y de crédito en el ámbito económico buscando la mayor tasa de empleo, los precios más estables y unas tasas de interés moderadas a largo plazo;
- supervisar y regular las instituciones bancarias para asegurar la seguridad y la salud de la banca y del sistema financiero nacionales y proteger los derechos de crédito de los consumidores;
- mantener la estabilidad del sistema financiero y frenar el riesgo sistemático que puede crecer en los mercados financieros; y
- proporcionar servicios financieros a las entidades depositarias, el Gobierno estadounidense y las instituciones extranjeras oficiales, y desempeñar un papel principal a la hora de gestionar el sistema de pagos nacional.
A pesar de este notable aumento de sus responsabilidades, su poder y su influencia, nada pudo preparar a los bancos centrales para la drástica transformación sin precedentes por la que han tenido que pasar durante estos últimos años, durante la crisis financiera y sus consecuencias.
Se han visto obligados a salir de su misterioso anonimato y de su orientación técnica y, de repente, se han encontrado en el escenario principal al convertirse en los únicos responsables del destino de la economía global. Al responder a emergencia tras emergencia, han dejado de lado unos enfoques más convencionales y, en su lugar, han evolucionado para convertirse en experimentadores de políticas en serie.
A menudo, y aunque pueda parecer lo contrario por tratarse de unas instituciones tan obsesionadas con la tradición, se han visto obligadas a dar con soluciones inmediatamente. Han tenido que recurrir a instrumentos de política sin ensayo previo. Muchos han sentido la necesidad, dado que sus expectativas de obtener mejores resultados en ocasiones han acabado resultando decepcionantes, de adentrarse en un terreno político desconocido.
Para aquellos que estén acostumbrados a una gestión convencional de la economía y de los sistemas financieros, todo esto implica una transformación impensable para los bancos centrales. Y, aun así, las brechas estructurales no se han quedado aquí.
Lo que han experimentado los bancos centrales forma parte de un cambio más amplio cuyos efectos repercutirán en todos nosotros, en nuestros hijos y, muy probablemente, también en sus hijos. Se trata de un cambio que requiere una mayor evolución en la economía global, en el funcionamiento de los mercados y en el panorama financiero. Las implicaciones van más allá de la economía y de las finanzas, afectan a las políticas nacionales, a las negociaciones regionales y globales y a la geopolítica.
Ser capaces de entender lo que no estaba planeado y, para ellos y para muchos otros, la incómoda transformación de los bancos centrales (que han pasado de ser instituciones invisibles a ser los únicos que dictaban la política) nos proporciona una perspectiva única de los enormes cambios que están azotando al mundo entero. Estas instituciones nos ayudan a entender el cómo y el por qué:
- explicando cómo el sistema mundial no ha conseguido cumplir las expectativas de millones de personas de los distintos continentes: la mejora económica, el empleo remunerado y la seguridad financiera;
- detallando por qué al mundo le cuesta tanto crecer, por qué aumenta la desigualdad entre países y por qué tantas personas viven en este estado de inestabilidad financiera; y
- sacando a la luz el motivo de las dificultades que pasan tantos sistemas políticos para lograr entender y alcanzar las realidades cambiantes y conseguir que estas tengan un mejor final.
Muchos de nosotros hemos presenciado directa o indirectamente una serie de cambios poco habituales, por no decir improbables. Se trata de un fenómeno presente a múltiples niveles y, por ahora, esto solo es el principio.
En los próximos años, este mundo en el que vivimos nos va a hacer salir de nuestras zonas de confort y nos exigirá una respuesta. A no ser que seamos capaces de comprender el origen de estas fuerzas perturbadoras -los puntos de inflexión o la división de caminos-, lo más probable es que no seamos capaces de reaccionar lo suficiente. Cuanto más ocurra esto, más probabilidad habrá de perder el control de la situación política, económica y financiera, tanto para nuestra generación como para las futuras.
Si observamos al mundo desde la perspectiva de los bancos centrales, el objetivo de este libro es aumentar la probabilidad de que el lector lidie mucho mejor con lo que le espera a la economía global. Al analizar los orígenes y las implicaciones de las transformaciones históricas de los bancos centrales y, lo que es más importante, al relacionarlos con los cambios sociales, este libro explica brevemente cómo y por qué hemos llegado a esta división de caminos tan importante. Aun así, no se trata de un libro de historia, ni tampoco de bancos centrales. Al proporcionar un diagnóstico del mundo actual, el libro trata principalmente sobre lo que deparará a la economía global que todos compartimos y sobre lo que podemos hacer al respecto, especificando así lo que se necesita para sacar al sistema de la crisis, la probabilidad que hay de que ocurra y lo que pasaría si fallara.
Por todas estas razones, y unas cuantas más que serán evidentes a medida que los lectores avancen por las páginas del libro, espero que aprendan algo más aparte del importante papel que desempeñan de los bancos centrales y que se den cuenta de cómo este papel se ha relacionado cada vez más con el destino de la economía mundial. Los lectores también obtendrán un contexto analítico práctico que aumentará las probabilidades de obtener un mejor resultado.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.