El auge de los autócratas
A lo largo y ancho del mundo, multitud de países buscan líderes que prometan ser fuertes. ¿Cuál es el motivo de la repentina reaparición de la figura de los autócratas, 25 años después de que el fin de la Guerra Fría pareciera haber supuesto el último triunfo de la democracia liberal?
A lo largo y ancho del mundo, multitud de países buscan líderes que prometan ser fuertes. ¿Cuál es el motivo de la repentina reaparición de la figura de los autócratas, 25 años después de que el fin de la Guerra Fría pareciera haber supuesto el último triunfo de la democracia liberal?
La respuesta reside en las transformaciones económicas y políticas que ha sufrido el mundo desde entonces. Los autócratas han resurgido en respuesta a problemas y peticiones específicas fruto de una economía mundial cada vez más globalizada y digitalizada.
La democracia liberal se basa en las coaliciones, en los vetos de las minorías, en la pulverización del poder. Históricamente, era el producto ideológico de un periodo en el que las naciones podían construir muchísimo poder a expensas de sus ciudadanos.
Hoy en día, sin embargo, las corrientes de la economía mundial han reducido el poder de los Estados nación. La capacidad que tiene el capital para fluir a través de las fronteras ha tenido como consecuencia que los países luchen por mantener políticas fiscales y monetarias soberanas; la capacidad de las personas para cruzar las mismas barreras ha supuesto que la noción de comunidad nacional y los valores compartidos tengan que enfrentarse a dificultades constantes; y la internacionalización de ideas, tanto del fanatismo religioso o de la cultura popular sin un Dios, amenaza las creencias compartidas de cada país. Esta vuelta a unos salvadores nacionales refleja, quizá, un deseo de reinventar el poder nacional y rescatar el orgullo nacional en medio de un mundo en el que parece que las naciones son cada vez más irrelevantes.
Naturalmente, casi todos estos salvadores -estén en Occidente o no- tratan de restaurar un orgullo nacional que, de alguna manera, se ha perdido en la era de la globalización. Erdoğan busca intencionadamente recrear la gloria del Imperio Otomano; Shinzo Abe, el nieto de un ministro japonés de la época de la guerra, mantiene una actitud defensiva sobre el registro del Imperio japonés; Narendra Modi, el primer ministro de la India, habla constantemente de la gloria de la antigua cultura india; y Vladimir Putin está consiguiendo un culto comparable al que tenían la emperatriz Catalina I de Rusia, Pedro I el Grande o incluso Stalin.
Pero hay más. Como responden a los problemas que sufre el mundo hoy en día, los autócratas de todo el mundo tienden a compartir algunos principios económicos y sociales.
En cuanto a los asuntos sociales, la mayoría prometen preservar y revitalizar el consenso nacional sobre el comportamiento público y privado que parece estar amenazado por las minorías liberales y la permisiva cultura global. Putin se denomina a sí mismo "el defensor de la Iglesia Ortodoxa". Modi y Erdoğan desafían a los regímenes liberales y seglares que han monopolizado el poder en sus respectivos países durante décadas. Incluso Abe aprovechó su primer discurso como primer ministro de un Japón socialmente liberal para reclamar la presencia de "los valores de la familia" en el sistema educativo.
Parte del motivo por el que los autócratas hacen hincapié en los valores tradicionales reside en la economía. A menudo, los autócratas son concebidos como unas figuras políticas que erradican la corrupción. Para las sociedades que están sufriendo inestabilidades económicas por culpa de los cambios tecnológicos o regulatorios difíciles de comprender, la plaga de la corrupción -y la sospecha de que la élite está robando el futuro económico de la población- puede ser una buena cabeza de turco. Este tipo de corrupción se interpreta como un símbolo de deterioro de la ley moral, un deterioro que puede arreglarse mediante la restauración de los olvidados valores tradicionales.
La segunda característica es que los autócratas de hoy en día son, casi todos, nacionalistas económicos. Muchos tienen la intención de deshacer el impacto que ha tenido la globalización en el poder que tenía el país sobre la economía nacional. Por eso, se les percibe como campeones económicos: por ejemplo, Putin se ha asegurado de que los monopolios de los recursos públicos rusos se consideren como una parte del poder del Kremlin. Modi ha decepcionado a los partidarios del mercado libre al negarse a privatizar el enorme e ineficiente sector público de la India; en Egipto, el presidente (y antes general), Abdel Fattah Al Sisi, ha intentado conseguir que las empresas controladas por el ejército sean la columna vertebral del desarrollo económico del país.
Los mercados fuerzan a que los Estados no puedan controlar el traspaso de sus fronteras; incluso los mercados libres sin libre comercio tienden a descentralizar el poder. De hecho, los autócratas de hoy en día son, principalmente, capitalistas nacionales. David Lane, sociólogo de Cambridge, describe el principal objetivo de Putin como "un capitalismo cooperativo y corporativo liderado por el Estado que cuenta con una protección autoritaria electoral". Bien podría ser la descripción de los objetivos del resto de autócratas.
En la mayoría de los casos, estos hombres no son ideólogos. Son pragmáticos con un plan elaborado que buscan realizar intervenciones específicas que ayuden al desarrollo nacional y que aumenten su propio poder. En el ámbito electoral, prometen "implementaciones" en vez de liderazgo político. Por eso, la economía detrás de sus promesas electorales puede llegar a considerarse mágica: desde el compromiso de Donald Trump de ahorrar diez mil millones de dólares que "el Gobierno está malgastando", hasta el compromiso de Modi de multiplicar por dos los beneficios de los ganaderos en pocos años, pasando por la promesa de Erdoğan de aumentar el PIB per cápita turco de 9670 euros a 22.000 en ocho años si sale elegido otra vez.
En el fondo, no importa si no cumplen las promesas. Lo que un autócrata promete en realidad es que las viejas suposiciones sobre la economía no se harán realidad cuando él llegue al poder. Al acabar con la corrupción, al controlar el derroche, gracias a una mejor implementación y a una mayor eficiencia, al expropiar a los monopolistas y al perseguir a los ricos evasores de impuestos, se sacará dinero para financiar las iniciativas populistas.
De hecho, estos mandatarios no tienen soluciones para la presión económica de la globalización, pero sus discursos cuentan con un poder seductor. Aquellos que pueden acompañarlo con riqueza de productos, como Putin, se las han arreglado para sobrevivir más. Otros empiezan a sufrir cuando intentan lidiar con las restricciones reales que existen sobre sus economías, como les pasa a Modi y Al Sisi. Estos hombres son producto de una crisis mundial. Pero si esas crisis duran más de lo debido, a ellos también se les pondrá a prueba, ya que sus promesas no cumplen con las expectativas.
Al fin y al cabo, una de las cosas más importantes que hay que recordar sobre los líderes autoritarios en el siglo XXI es que siempre buscan legitimidad democrática. Sigue vigente la promesa de principios de la década de los 90: Los autócratas siguen considerando necesaria la confirmación de la popularidad mediante unas elecciones y otros elementos propios de la democracia liberal, quizá porque la gente les sigue votando.
Parece que, en una época de cambios incontrolables sin precedentes en tantos ámbitos, la garantía del desarrollo y de la seguridad es poco fiable a no ser que se vea representada en una persona.
Si este es el caso, entonces somos testigos de una triste acusación contra la democracia liberal. Los partidos tradicionales no han conseguido dar con soluciones imaginativas para lidiar con el estancamiento de la economía, el reemplazamiento, las amenazas a la seguridad y la sensación que tienen muchos de que sus comunidades desaparecen. El enorme crecimiento del comercio global ha generado muchos perdedores, y muy pocos se han visto recompensados.
El proceso de uberización de la economía global ha conseguido una velocidad considerable durante estos últimos años y amenaza con ser tan perjudicial como lo fue el comercio. El auge de las máquinas en la producción industrial está en el horizonte. Y, aun así, no se ha hecho mucho para anticipar y sobrellevar los reemplazos y los problemas que traerán consigo estos cambios tecnológicos.
Si los liberaldemócratas de todo tipo no aprenden de los errores que han cometido durante los últimos 25 años y no se esfuerzan por crear un nuevo consenso económico que restablezca la fe del electorado en las doctrinas del Occidente de la posguerra, la era de los autócratas habrá llegado para quedarse.
Este post fue publicado originalmente en 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.