Prohibido agredir sexualmente
Que todas las fiestas y ferias tengan que comenzar ahora con la advertencia de que no se puede agredir sexualmente a las mujeres nos indica la clase de sociedad que tenemos y cómo la deriva del tiempo lo único que hace es darle la razón a la historia y su machismo. Así ha ocurrido ahora en las fiestas de Vitoria.
Manifestación de repulsa por el intento de violación a una joven en las fiestas de Vitoria.
Que todas las fiestas y ferias tengan que comenzar ahora con la advertencia de que no se puede agredir sexualmente a las mujeres, en lugar de hacerlo con el pregón, nos indica la clase de sociedad que tenemos y cómo la deriva del tiempo lo único que hace es dar la razón a la historia y su machismo. Ahora ha ocurrido en las fiestas de Vitoria.
Advertir que no se agreda sexualmente a las mujeres es como decirle a un conductor que no estrelle el autobús y, aun así, dejar en sus manos la situación y la decisión.
Que las fiestas comiencen ahora con esa advertencia y con la necesidad de informar sobre las agresiones sexuales que algunos hombres cometen aprovechándose de las circunstancias festivas, refleja el nivel de permisividad que existe en la sociedad sobre las diferentes formas de violencia contra las mujeres y, de manera muy especial, frente a la violencia sexual.
Una permisividad que llega hasta las instituciones donde, con frecuencia, el punto de partida de la investigación es analizar la credibilidad de la mujer que denuncia. En caso de que los hechos sean creíbles, esas instituciones tomarán una decisión sobre las consecuencias negativas que la simple denuncia puede tener sobre el agresor, para ver y decidir quién sale perdiendo más en caso de continuar con la investigación.
Y lo curioso es que unos mismos hechos se consideran de manera completamente diferente según se relacionen con el agresor o con la víctima. Mientras que, a la hora de valorar lo ocurrido sobre la mujer, se piensa que no tiene mucha importancia y que en un par de días ya "se le habrá pasado el susto y el mal rato", al hacerlo sobre el agresor se actúa al contrario y se piensa que acusarlo de esa "teórica situación menor" es algo muy grave. Una valoración que, como se puede ver, refleja de manera directa la trampa social.
Si no existiera esa permisividad y esa distancia con la realidad en la interpretación de los hechos y en la respuesta a los mismos, no sería necesario poner en marcha campañas informativas ni establecer puntos de información por parte de los organismos de igualdad de los ayuntamientos, en colaboración con las organizaciones feministas.
A ningún ayuntamiento se le curre poner puntos informativos ni hacer campañas sobre "no robar" en las fiestas, ni sobre la prohibición de romper el mobiliario urbano. Se supone que los valores y referencias de la sociedad son lo suficientemente claras y están lo bastante interiorizadas como para que nadie lo haga y para que, si alguien lo hace, se actúe con la contundencia que marca la ley. En estos casos, nadie se pone a valorar la credibilidad de quien denuncia ni las consecuencias sobre el denunciado.
Pero en la violencia sexual parece que las circunstancias son distintas, y que el ambiente festivo abre una especie de veda para poder agredir a las mujeres. Y no es casualidad. En ese contexto de celebración se dan una serie de circunstancias que potencian las ideas, mitos y creencias que existen en la sociedad sobre la violencia sexual, de ahí que se incremente el riesgo de que se produzcan estas agresiones.
Entre esos elementos, hay tres argumentos justificativos de las violaciones en general recogidos en los diferentes estudios sociológicos y que forman parte de las celebraciones. Concretamente, se tiende a justificar las violaciones sobre las siguientes situaciones:
- La diversión de las mujeres en ambientes públicos (fiestas, discotecas, celebraciones...) y su relación y flirteo con los chicos.
- El consumo de bebidas alcohólicas.
- Vestir ropa sexy, que es lo que la propia sociedad impone por medio de la moda.
Estos tres elementos se convierten en argumentos, no para explicar las violaciones, sino para justificarlas bajo la idea de la provocación de las mujeres, a través de la insinuación y de la petición a los hombres para que "hagan algo con ellas". Pues las mismas referencias culturales que justifican la violación bajo esos argumentos son las que crean el mito de que las mujeres no pueden buscar directamente una relación sexual, ya que, al hacerlo, serían consideradas como unas "frescas" y unas "malas mujeres". De ahí la conocida idea de que las mujeres "cuando dicen no, en realidad quieren decir sí".
Al final la trampa está servida, al crear la idea de que, para las mujeres, "no es sí"; lo que en realidad quiere decir que, para los hombres, "sí es siempre sí", diga lo que diga y haga lo que haga la mujer.
Pero además de estos elementos, en las fiestas concurren dos circunstancias más que últimamente están cobrando un protagonismo especial. Por un lado, la actuación de los hombres agresores en grupo, al menos en alguna de las fases de la agresión sexual, situación que lleva a creer que la responsabilidad se diluye entre todos los agresores hasta el anonimato, cuando la responsabilidad es de cada uno de ellos, con sus nombres y apellidos. Desde el punto de vista jurídico, actuar en grupo no sólo no disminuye la responsabilidad, sino que actúa como agravante para cada uno de los participantes.
Por otro lado, se da una circunstancia que tiene muy desconcertados a muchos hombres, especialmente a los más jóvenes. Me refiero a la libertad y autonomía alcanzada por las mujeres y que, en las más jóvenes, entre otros muchos contextos, se manifiesta también en el hecho de acudir a divertirse a las fiestas con total independencia de los chicos y a hacerlo como ellas quieran, con quien ellas decidan y hasta donde deseen.
Esta libertad es algo que en el modelo machista de las relaciones no encaja, pues la identidad masculina está construida sobre la idea de que las "buenas chicas" tienen que ir a estos lugares de celebración acompañadas por hombres que las protejan de otros hombres. De ese modo, los hombres actúan como protectores y como agresores, y decidirse por uno u otro papel va a depender de las circunstancias y de cómo interpreten ellos la actitud de las mujeres.
La situación puede llegar al extremo que se vio en San Fermín, cuando uno de los detenidos por agresión sexual era guardia civil, un defensor del orden público como profesional y "de las buenas mujeres como hombre" que, al final, se comportó como un agresor fuera de la ley y de toda referencia de convivencia.
Los hombres se presentan como solución al problema que generan los propios hombres (como el conductor del autobús que decide no estrellarlo) y, en todo ese entramado social, muchas mujeres quedan sometidas al control social de las apariencias y la reputación, y al control material de los hombres.
Muchos hombres preferirían que las mujeres permanecieran sentadas alrededor de la plaza del pueblo y que fueran ellos los que se acercaran a sacarlas a bailar, como ocurría antes y aún sucede en algunos lugares, pero hoy la libertad no es sólo de los hombres.
Lo que sucede en las fiestas solo es la consecuencia de lo que ocurre cada día en la sociedad. Acabar con el machismo y sus violencias no se consigue con puntos de información, aunque por desgracia hoy sean necesarios, sino con políticas y acciones decididas y continuadas en el tiempo.
Pero también es fundamental que el resto de los hombres nos posicionemos contra los machistas, su violencia y su posmachismo. Ellos actúan en nombre de los hombres ni defendiendo la masculinidad, y nosotros no podemos permitir que nos utilicen para que ellos mantengan sus privilegios a través de la injusticia, los abusos y la violencia.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog del autor.