Digresiones marianas
Está claro que la vida parlamentaria podría volverse bastante más interesante (o cuando menos variada) si se animase a los políticos a conocer y emplar a diario todos los recursos de la elocuencia, no sólo los aznarinos.
Decía hace poco el escritor Arturo Pérez Reverte que los políticos españoles deberían superar una oposición antes de ganarse el derecho a ser incluidos en ninguna lista electoral. Como cualquier funcionario público.
No le falta razón al vehemente articulista. Además de exhibir una cultura que haría que los concursantes de Gran Hermano parecieran enciclopedistas franceses, ignoran principios y valores morales imprescindibles a la hora de ejercer con dignidad la función pública (en España casi todos los cargos electos creen que dimitir no es un saludable gesto democrático, sino un mafioso ruso o un patriarca griego). Por si fuera poco, demuestran un vergonzoso desconocimiento de la lengua de Shakespeare y se ensañan con la suya propia, como si las incorrecciones sintácticas y gramaticales en que incurren a diario en sus tediosas declaraciones a los medios fueran refinados tropos literarios en vez de patéticos ejemplos de sus lagunas educativas.
Y hablando de ornamentos lingüísticos ¿se han fijado en que, de todos los recursos estilísticos y retóricos que emplean ministros, diputados y concejales, el único del que abusan hasta el infinito y más allá, (si dejamos a un lado el eufemismo, que dominan con maestría torera) es la anáfora?
Para los de ciencias y los de la Logse, recordaré que la anáfora es una repetición con valor poético: una figura retórica que consiste en insistir en una o varias palabras al principio del verso o enunciado. Su variante -también muy empleada por nuestra mediocre casta política- es la epífora, que no es más que una anáfora al final del enunciado.
Una de mis preferidas es invención del Demóstenes de Faes, el político que prefiere hacer seiscientos abdominales al día antes que ponerse a estudiar los tratados de oratoria de Cicerón y Quintiliano.
Corría el año 1998. Una ONG se había reunido con José María Aznar en el Palacio de la Moncloa, cuando un relámpago de inspiración atravesó la mente del genial estadista:
Me gustan mucho los niños, me gustaría haber tenido más y me gusta que la gente tenga niños.
Anáfora y epífora, todo en uno. Ese mismo año le cayó al marido de Ana Botella el primero de sus innumerables Doctorados Honoris Causa. Creo que la engañada fue la Universidad de Florida.
Está claro que la vida parlamentaria podría volverse bastante más interesante (o cuando menos variada) si se animase a los políticos a conocer y emplar a diario todos los recursos de la elocuencia, no sólo los aznarinos.
Por ejemplo, la anástrofe.
La palabra suena ominosa, porque rima con catástrofe, pero no consiste más que en invertir el orden sintáctico habitual o normal de dos o más palabras sucesivas en una frase.
Rajoy, por ejemplo, que ha heredado de su padrino Aznar el talento para la exposición oral, podría repetir el mantra con el que nos machaca noche y día, introduciendo esta pequeña variante anastrófica.
En vez de...
No podemos gastar lo que no tenemos
¿por qué no...?
Lo que no tenemos no lo podemos gastar.
La frase resulta igual de tautológica y vacía, pero al invertir el orden de las palabras, la deslumbrante reflexión del gallego adquiere un matiz muy bello, a la par que sobrecogedor.
No llega, eso sí, a los hipérbaton del Maestro Yoda en La guerra de las galaxias, que habría dicho
Gastar no podemos lo que tenemos no.
La paralipsis (de nuevo una palabra chunga, que hace pensar en una prueba olímpica para minusválidos) o preterición (del latín praetereo, dejar atrás) es otra figura retórica, que consiste en afirmar que se omite o pasa por alto algo, cuando de hecho se aprovecha la ocasión para llamar la atención sobre ello.
Rajoy: No voy a repetir ahora lo que siempre digo, que no podemos gastar lo que no tenemos.
¿A que Mariano ya les ha hecho sonreír? Muchos habrán pensado-: ¡Qué cabrón, ya nos la ha vuelto a meter!
¿Y qué tal un poco de quiasmo para aderezar el soporífero discurso marianista? Quiasmo no es el último fichaje portugués del Real Madrid, sino una de las más importantes figuras literarias de repetición. Consiste (wikipedia dixit) en
Rajoy podría quiasmizar su mantra con
Ni podemos gastar lo que no tenemos, ni podemos tener lo que hemos gastado.
Como ven, con dos o tres toquecitos de oratoria el Presidente del Gobierno empieza a parecer el Winston Churchill español. ¿O debería decir el Winston Chuches?
La epífrasis es una figura literaria, clasificada en retórica dentro de las figuras de acumulación. Es una suma de ideas complementarias a la principal, de forma que si éstas se eliminan queda aquella con un sentido completo.
De nuevo es wikipedia (¿habéis donado ya?) la que nos proporciona el ejemplo más notable
Rajoy podría aportar un ángulo diferente a su revolucionario teorema económico si dijera:
No podemos gastar, consumir ni derrochar lo que no tenemos.
La ironía es la figura literaria mediante la cual se da a entender lo contrario de lo que se dice.
En periodismo político se utiliza con frecuencia, aunque ha sido el gran Miguel Ángel Aguilar, en las tertulias de Hora 25, el que la ha elevado a la categoría de arte.
Si Rajoy quisiera mostrarse un día irónico (no caerá esa breva), no tendría que inventar nada nuevo, sólo tunear un poco su mantra:
¡Gastemos sin reparos, si somos millonarios!
La onomatopeya es la imitación lingüística o representación de un sonido natural o de otro fenómeno acústico no discursivo.
Rajoy: No podemos de repente ¡clin, clin, clin! empezar a gastar lo que no tenemos
Y llegamos por fin a mi figura retórica preferida (mi sección en RNE, hoy defenestrada por las hordas cospedalinas, se llamaba "Haciendo Amigos"), que es el insulto.
En vez del clásico hijo de las cuatro letras, con el que Doña Esperanza Aguirre regaló en su día los oídos de un esbirro de Gallardón, la enciclopedia de internet nos cuenta que
De modo que el presidente del gobierno, para introducir variaciones en su tema, como si fuera Beethoven con Diabelli, podría espetarles a los españoles:
No podemos ser unos despilfarraeuros porque nos hemos convertido en unos arruinabancos.
La atenuación, también denominada lítotes, consiste en afirmar algo, disminuyendo (atenuando) o negando lo contrario de lo que se quiere afirmar o decir:
Aquello no estuvo nada mal (estuvo muy bien)
Rajoy: No estamos muy en condiciones de gastar lo que no nos sobra.
A partir de aquí, abordaré recursos de gran poeta, de bardo universal.
Olas gigantes que os rompéis bramando
En las playas desiertas y remotas
Envuelto entre sábanas de espuma,
¡Llevadme con vosotras!
Gustavo Adolfo Bécquer, Rima LII
Rajoy: Me lo digo constantemente, Mariano, no puedes gastar lo que no tienes.
Termino ya, en plan conciliador, con una figura literaria muy usada entre los monologuistas de humor, ahora tan de moda: la conciliatio.
Rajoy: No podemos gastar tanto porque no sabéis cómo las gastan en Europa.
No me resisto a colocarle un estrambote a esta digresión mariana sobre el lenguaje político, sugiriendo muy encarecidamente a nuestro ilustre prócer que emplee de vez en cuando la diástole (lo contrario de la sístole). Es una figura muy apropiada para estos tiempos de infarto que vivimos.
Ejemplo (Luis de Góngora):
El conde mi Señor se va a Napoles
Y el Duque mi Señor se va a Francía
Majestades, merced, porque este día
Pesadumbre daré a unos caracoles.
Si Rajoy quisiera ponerse gongorino y no cansino, como hace siempre, podría sorprender al Parlamento con estos inmortales versos, que pasarían a convertirse en carne de zapping televisivo en cuanto hubieran salido de su boca.
Gastar lo que no hay no podemós
porque eso nos conduce a la ruiná
aquí no despilfarra ya ni dios
el chollo se os ha acabado ya.