La distancia al poder
En la Eurocopa 2016, el primer ministro islandés rehusó la zona VIP y se fue a las gradas. Este gesto para disminuir la distancia entre el poderoso y aquellos a los que representa es inimaginable en ningún político español. La España de la fanfarronería, del machismo, del que engaña como el más listo, aún pervive.
En el partido de la Eurocopa 2016 de Francia e Islandia, el primer ministro islandés rehusó la zona VIP y se fue a las gradas. Este gesto para anular o disminuir la distancia entre quien dispone de poder político y aquellos a los que representa es inimaginable en ningún político español. Aquí, en las Españas, los poderosos jadean por las prebendas y cultivan la distancia física y psicológica con aquellos que, precisamente, les han confiado el poder con sus votos.
Huelga decir que, desde el régimen fascista, ha llovido mucho. Aquella España gris y tenebrosa, ya no existe. La España de los pantanos, la de la radio nacional de lengua única el castellano, la del Azor de 47 metros de eslora y con lanza-arpones con el que Franco y Polo-collares pretendían abrumarnos en los Nodos de voz en off y musiquillas estridentes, es un pasado remoto, aunque su espíritu sigue vivo y todavía sufrimos sus efectos residuales.
Las cornadas de los toros matan toreros; los Sanfermines no han dejado de ser un infierno de emociones desbocadas en el que las personas someten a los toros al escarnio y el dolor. ¿Qué tiene de instructivo que las personas sangren, queden malheridas o incluso traspasen este mundo por las embestidas de un toro aterrado? Las pulsiones más siniestras se han manifestado en estas fiestas navarras en forma de violaciones y en juegos horripilantes con las mujeres de juguete. ¿Qué les ocurre a tantos hombres?. Y, como no podía ser de otra manera, las nuevas tecnologías nos lo han ofrecido todo en vivo y en directo, no sea que nos perdiéramos algún detalle.
La España de la fanfarronería, del machismo, de la cultura que señala al que más engaña como el más listo, de la democracia a medias tintas, aún pervive. Se trata de una realidad en decadencia que se esfuerza por sobrevivir en medio de las nuevas hornadas de jóvenes forjados en nuevos aires. Nuevas generaciones que, si no me equivoco, se visten con valores individualistas de igualdad y libertad. Y que, a pesar de sus gobernantes, viven la incertidumbre de su tiempo como un reto, con una envidiable capacidad de adaptación a los nuevos contextos.
Hablo de savia nueva preparada en las universidades que será necesario que se organice y se enfrente a una España que usa el poder de las urnas para el enaltecimiento y la fruición personal, y no como un servicio de gestión de recursos para el bienestar de la gente. Hablo de la España donde se recortan escuela y sanidad y se construyen, en cambio, infraestructuras faraónicas delirantes que sólo hacen que engordar bolsillos sedientos. La de las envidias y del divide et impera. La de la obediencia de los subordinados y la de la jerarquía como un valor indiscutible. La del abuso de las ventajas arbitrarias.
Y es que sentirse todopoderoso al gusto español debe ser el colmo. Significa, sin duda, tener la autoestima en un pedestal, gracias al poder para manipular sutilmente a la gente, disfrutar del vértigo de percibirse poseedor de la verdad absoluta y sentirse legitimado para minusvalorar a las personas y mantenerlas a una distancia psicológica propia de una divinidad griega.
Y todo ello, viviendo como reyes de los ahorros e impuestos de los contribuyentes, al igual que se hacía en la Edad Media. Es la España de la Pilarica, los terratenientes y los señoritos, donde las oligarquías no ceden ni un palmo. La España del conservadurismo que niega el cambio climático e incumple estrepitosamente los acuerdos mundiales. La España del automatismo cognitivo entre poder y acoso sexual. Y, en un juego entre poderosos, políticos y medios de comunicación se hacen reverencias, ahora tú, ahora yo, dejando al resto del personal en el más insignificante desvalimiento.
¿Cómo deben sentirse las personas de la calle, las personas mayores, si sus propias instituciones son artistas de primera fila en el arte de las corruptelas y las corrupciones a gran escala? Como mínimo, les debe invadir el miedo, la indefensión. Deben sentirse desencantadas y asustadas ante el engaño de sus gobernantes, ante la ambigüedad y la incertidumbre envenenada del futuro; de su futuro, que ya es bastante inmediato y que, legítimamente, querrían predecible. ¿Por qué nadie devuelve el dinero robado? ¿Por qué se permite la prescripción de los delitos? ¿Empezamos a rememorar nombres de delincuentes que han caído misteriosamente en el olvido, como beneficiándose de un juego de manos "ahora está, ahora ya no está"? ¿Citamos nombres de empresas, instituciones y organismos?
La distancia con el poder es grande en España; los todopoderosos, jerárquicos, autoritarios y engolosinados con la propia imagen son, sin duda, herederos del franquismo. No quisiera caer en la trampa de las comparaciones y los reflejos que nos deslumbran pero a mí me parece que tendremos que trabajar mucho para acercarnos a las lecciones de madurez democrática que a menudo nos regalan los islandeses. No se andan con chiquitas y no toleran que nadie dañe la democracia que cultivan con tanto acierto.