La tienda de las palabras olvidadas
¿Por qué no dar una oportunidad al conocimiento y a la cultura? ¿Por qué conformarnos con esas muestras televisivas que dejan patente el camino hacia la incultura dándole tiempo a gente que dice "sífilis" por "sílfide", "coreografía" por "ecografía", "totalitario" por "totalmente" y mucho más?
Escuchar la radio es un placer que puede proporcionarte sorpresas inesperadas: noticias desconocidas hasta ese momento, canciones rescatadas del olvido, o, como me pasó la otra tarde, entrevistas diferentes que sacan a la luz ideas ingeniosas y beneficiosas para la cultura. Mientras ordenaba cosas por casa pude escuchar en Ya veremos, el programa que Juan Luis Cano presenta en M80, la conversación que mantenían con Ferrán Lafuente, directivo de una empresa de comunicación, por haber puesto en marcha una tienda diferente: la de las palabras olvidadas. Quedé prendada.
El nombre en sí ya suena romántico para alguien que se dedica a enseñar lengua y literatura, pero además, me captó el objetivo desinteresado del proyecto. Venden palabras a cambio de compartir en redes sociales. En un mundo tan globalizado como éste, donde sólo parece haber una lengua única de referencia, intentar recuperar algo tan nuestro como el vocabulario, me parece un ejercicio de buen gusto. Invadidos por runners, muffins, cookies y un largo etc. hemos ido dejando a un lado términos bellos y cargados de sentido para adoptar, cada vez más, un bagaje eximido que reduce rápidamente nuestro caudal lingüístico.
La televisión tampoco ayuda. Bajo la realidad de que "si tiene audiencia es porque la gente lo ve", las horas que pasamos delante de la caja plana nos deja la mente como el grosor de la pantalla y no ayudan en demasía a elevar nuestros conocimientos. Invadidos de jóvenes sin preparación alguna que exhiben su intimidad sin reparos a cambio de compensación económica y una más que fatua fama, que casi presumen de su ignorancia, deberíamos recuperar cierto contenido educativo, formativo. Damos la impresión de estar rodeados de personas que no saben hablar ni pensar, que se tragan cualquier propuesta que les ofrezca reír con situaciones banales y olvidar sus penas tragándose las mentiras de otros. Y no es verdad. También hay una audiencia, de ancha franja de edad, que reclama una oferta didáctica e interesante. Porque hay gente así, que se entretiene y aprende al mismo tiempo, no sólo por documentales, sino por programas formativos. Se puede hacer, y de muchas formas. "La bola de cristal" ya lo avisaba: «Tienes diez segundos para imaginar... si no se te ha ocurrido nada, a lo mejor deberías ver menos la tele».
Así que, ¿por qué no intentarlo? ¿Por qué no dar una oportunidad al conocimiento y a la cultura? ¿Por qué conformarnos con esas muestras televisivas que dejan patente el camino hacia la incultura dándole tiempo a gente que dice "sífilis" por "sílfide", "coreografía" por "ecografía", "totalitario" por "totalmente" y mucho más? Podríamos utilizar las redes sociales como medio transmisor. Se habla mucho de ellas, y normalmente en sentido negativo, pero se pueden encontrar ejemplos que revierten esa costumbre, como la "Tienda de las palabras olvidadas". Deberíamos fomentar este tipo de proyectos. Y, de nuevo, desde la escuela podemos hacer mucho por educar en ese sentido y por promover ideas que conlleven aprendizaje. Desde fotografiar ejemplos de palabras mal escritas para explicar la norma correcta (como hizo ya una compañera con gran éxito entre los alumnos) a crear páginas de Facebook o cuentas en Twitter que favorezcan cualquier aspecto pedagógico. No nos dejemos llevar por la multitud. Seamos, como Juan Ramón Jiménez proponía, esa "inmensa minoría" capaz de cambiar una realidad adversa al conocimiento y al pensamiento. Promovamos las ideas ingeniosas, la originalidad, la luz.
Incluso en la música podemos encontrar ejemplo que corroboran las dos vertientes: del verso rápido, ingenioso y cambiante de Santiago Auserón o Joaquín Sabina, o del rap, a los ritmos repetitivos, cansinos, de letras exiguas de tantos otros.
Quizás sea momento, como decían los electroduendes, de "desenseñar a desaprender cómo se deshacen las cosas". Quizás, como esperaba Bunbury, el viento esté soplando a favor. No todo está establecido ni perdido. Hagamos un último esfuerzo.