Del pádel entre ventanas a los horarios para pasear: vivencias distópicas que dejó la pandemia

Del pádel entre ventanas a los horarios para pasear: vivencias distópicas que dejó la pandemia

Cinco años después, el confinamiento parece a la vez cerca y lejos, y una capa de irrealidad cubre esa etapa de furor por hacer bizcochos o los aplausos a las 20:00 con el 'Resistiré'.

El DJ ChechuIbiza pinchando en un balcón durante la cuarentena el 18 de abril de 2020 en Madrid.Getty Images

"En mis tiempos no necesitábamos salir de casa para divertirnos". "Cuando yo era joven, el que tenía perro era un privilegiado". "Cuando ocurra algo grave en el mundo, haz acopio de papel de wc, hijo mío". En marzo de 2020 muchos españoles dejaron por escrito en redes sociales, intentando poner algo de humor a la situación, cómo hablarían de la pandemia del covid, con todas las situaciones extraordinarias que tocó enfrentar, a próximas generaciones.

Lo que estaban viviendo o, mejor dicho, empezando a vivir, era inimaginable. Hasta ese momento, el foco había estado en China y todo parecía remoto y ajeno hasta que la imparable ola llegó a países como Italia.

Aunque muchos se movían entre el escepticismo y la incredulidad, la balanza se había ido inclinando hacia el miedo desde finales de ese febrero tras el confinamiento de un hotel en Adeje (Tenerife), la cancelación del Mobile World Congress o la celebración de ciertos eventos que a posteriori se calificaron como de propagadores, como el partido de Champions del Atalanta y el Valencia en Milán, ARCO, las manifestaciones del 8M o el mitin de Vox en Vistalegre.

Esos fueron los días en los que ya no se hablaba de otra cosa y en los que comenzaron las medidas de contención, como animar al teletrabajo. En un parpadeo, pasaron a de "contención reforzada". El 9 de marzo se suspendieron las clases en Madrid, Vitoria y Labastida (Álava), los lugares con transmisión comunitaria alta. 

Fueron los días de también suspender la Liga, las Fallas o las procesiones de Semana Santa y el runrun era incesante: "Van a cerrar Madrid". Quien podía, se preparaba yéndose a alguna segunda residencia o casa familiar, mientras que otros, con el "por si acaso" en mente, hacían algunas compras para llenar la despensa. No fuera a ser, aunque pareciera ciencia ficción.

Y fue: tras la declaración de pandemia internacional el 11 de marzo por la OMS, el 14 España iniciaba su segundo estado de alarma de la historia, una situación excepcional sólo antes activada en la crisis de los controladores aéreos de 2010. Esos 15 días que se contemplaban terminaron convirtiéndose en tres meses y siete días. 

Al confinamiento domiciliario le siguió una desescalada asimétrica que dio paso a una "nueva normalidad" que poco tenía de normal, pero iluminada con la esperanza de las vacunas.

  Un hombre saltando a la cuerda en una azotea de Madrid el 19 de marzo de 2020.Getty Images

Cinco años después, aquello parece a la vez cerca y lejos, y una capa de irrealidad cubre esa etapa de furor por hacer bizcochos o los aplausos a las 20:00 con el Resistiré. Todo, en un contexto de auténtica tragedia, con cientos de fallecidos y miles de contagiados cada día, el Palacio de Hielo convertido en una morgue, hospitales colapsados, residencias de ancianos en situación más que crítica y un pico de la curva que no se doblegaba, por no hablar de la crisis económica y de salud mental que causó.

Las situaciones distópicas que dejaron aquellos meses comenzaron con el frenazo radical que supuso el confinamiento en nuestras vidas. Tocó apañar una oficina en casa, aunque fuera en la mesa de la cocina; arreglarse, aunque fuera de ombligo para arriba para las videollamadas; hacer malabares cuidando y entreteniendo a los niños por muy sin pantallas que se quisiera ser, o llenar horas y horas de soledad o aburrimiento, sin saber cuántas quedarían por delante.

En tiempos inciertos en los que vivir es un arte, la cultura fue salvavidas. Contra el tedio fueron de gran ayuda las maratones de series y películas o los conciertos online, mientras que los programas de televisión intentaban mantener la normalidad, pero sin público en plató, y con los presentadores sacando su maña para maquillarse y peinarse a sí mismos.

La cocina fue también el pasatiempo o la necesidad de muchos: además del famoso papel higiénico con el que muchos arrasaron, también se agotaron productos como la levadura, por todos los que comenzaron a hornear pan o bizcochos. En esas primeras semanas, después de la correspondiente cola, costaba salir del supermercado o recibir la compra online con todo lo de la lista. Y a frotar bien después las bolsas para desinfectarlas.

En esa época, quien no lo dio todo con Patry Jordán o Xuan Lan en bucle, se recorrió los museos del mundo vía streaming o esperaba la dosis diaria de chistes de Joaquín. El ingenio se agudizó con pádel entre ventanas, bingo a voces o las clases de gimnasia desde la terraza para toda la comunidad de vecinos. 

Cualquier cosa valía con tal de romper la monotonía, que era tal que hasta hubo un cambio de hora y dio absolutamente igual.

Paseos por el garaje, sacar al perro todo lo posible o bajar el cartón al contenedor se convertían en vías de escape momentáneas, aunque muchas veces bajo el atento ojo de la policía de balcón.

Precisamente el balcón o la ventana se convirtieron en el epicentro de la vida social, con una cita que comenzó a las 22:00 para aplaudir a los sanitarios, pero que al poco se adelantó a las 20:00 para que pudieran unirse los niños. Ese momento, que servía para ponerse al día con los vecinos, se amenizaba con la canción que muchos acabaron aborreciendo: Resistiré del Dúo Dinámico. 

En esos pequeños espacios al mundo se colgaron también mensajes de ánimo, arcoíris con el "todo va a salir bien", permitieron celebrar cumpleaños y hasta la Feria de Abril, pero también en ellos algunos dieron rienda suelta al descontento con el Gobierno a través de caceroladas.

Las calles, vaciadas, dejaron imágenes dignas de película. Esos monumentos mundiales vacíos; esos animales campando a sus anchas –aunque también circuló mucho fake y nunca hubo delfines en Venecia– y ese aire más limpio que nunca, aunque no se pudiera salir a disfrutarlo si no se disponía de salvoconducto.

Todos nos hicimos expertos en los distintos tipos mascarillas, incluso en fabricarlas de manera casera, y hasta las máscaras de snorkel de Decathlon sirvieron para paliar la falta de respiradores. También nos sabíamos al dedillo en qué superficies duraba más tiempo el coronavirus, poníamos en cuarentena los paquetes y nada de tocar un pomo de una puerta sin protección. Y qué decir sobre los abrazos a través de plástico.

También, aunque antes no tuviéramos ni idea, supimos todo lo que daba de sí un kilómetro alrededor de nuestra casa: esa era la distancia máxima en la que se podía pasear en cuanto se permitió. Y siempre según franjas de edad y grupos de riesgo. 

  Ciudadanos paseando por la Castellana de Madrid el 9 de mayo de 2020.Getty Images

Esos fueron los meses de debatir sobre la distancia de seguridad y de buscar incesantemente un remedio para las gafas empañadas (spoiler: no lo había).

Ahí comenzaron los aforos, que aplicaban hasta para ir a misa o, desgraciadamente, a un funeral. Regresaron las bodas, ahora con gel hidroalcohólico como detalle para los invitados. También se sucedían las discusiones sobre si tenía sentido tener que entrar con mascarilla a un restaurante para luego comer sin ella.

Aunque se empezaba a salir del túnel, aún quedaba mucho por delante. El verano también trajo lo suyo, con playas como la de Benidorm divididas en parcelas para respetar las distancias entre bañistas, o turnos en las piscinas. 

  Parcelas delimitadas en la playa de Benidorm para respetar la distancia de seguridad el 14 de junio de 2021.Pablo Blazquez

O la vuelta al cole con ventanas abiertas, hiciera el frío que hiciera. O esa primera Navidad, con colas para hacerse una PCR para poder ver a la familia, bajo toque de queda, limitación de personas reunidas y recomendaciones como que los abuelos y los niños cenaran en mesas distintas.

Cada día, las esperanzadoras vacunas parecían estar más cerca. Fue noticia hasta la llegada de la primera remesa, y cómo olvidar a Araceli Hidalgo, la primera vacunada de España, que tras recibir la primera dosis ante las cámaras dijo: "A ver si nos portamos todo el mundo bien, que nos llevemos bien, y a ver si podemos conseguir que el virus este se nos vaya".

Al poco, la picaresca española mostraba su peor cara con algunos políticos o curas colándose en las listas de vacunación. Y si habíamos tenido no pocas imágenes surrealistas, aún quedaba por ver a personas pegándose cucharas al brazo para intentar desacreditar las vacunas, que demostraron ser la mayor arma para regresar a la más que ansiada normalidad.

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