Si hablas del 'Brexit' hablas de inmigración
Los argumentos populistas y nostálgicos del 'Brexit' no hacen más que reforzar el profundo rechazo a la inmigración y envenenar el concepto de soberanía. Los británicos están cansados. A nadie le interesa escuchar largas y tediosas explicaciones, quieren respuestas claras y directas, o blanco o negro. Pero en un mundo que se define en tonos grises nada es sencillo.
Las encuestas apuntan por primera vez a una posible victoria del Brexit que sin duda refleja el descontento general con las políticas del gobierno de David Cameron. Los medios de comunicación abruman el panorama social con debates y programas que avivan el escepticismo sobre los resultados del 23 de junio. La economía y la inmigración, dos nociones que van de la mano, son los temas que más inquietan a los británicos, como se demostró el pasado 7 de junio en el debate que enfrentó a Cameron y a Nigel Farage, el euroescéptico líder del partido de derecha extrema UKIP.
Los argumentos populistas y nostálgicos de la campaña por el 'Brexit', que no hacen más que reforzar el profundo rechazo a la inmigración y envenenar el concepto de soberanía, han alcanzado lo inimaginable, la conformidad pública con las medias verdades. Los británicos están cansados. A nadie le interesa escuchar largas y tediosas explicaciones, quieren respuestas claras y directas, o blanco o negro. Desafortunadamente, en un mundo que se define en tonos grises gracias a la globalización, nada es sencillo.
Por eso la retórica gana. El poder de convicción de los líderes de la campaña para dejar la Unión se encuentra en su habilidad para expresar lo que todos quieren oír, que sus problemas proceden de Europa. Importantes instituciones políticas como Michael Gove, ministro de Justicia y hombre fuerte del partido conservador, o el excéntrico exalcalde de Londres con aspiraciones a primer ministro, Boris Johnson, se suman al exagerado discurso de Nigel Farage en un ejercicio de cinismo en estado puro.
¿Que sus declaraciones no se sostienen? No pasa nada, es más fácil aceptar que los inmigrantes contribuyen directamente al desempleo, a la reducción del salario mínimo y al estancamiento de la educación o la sanidad que aceptar el fracaso de políticas domésticas. El posible acuerdo sobre la incorporación de Turquía a la UE, que permitiría a sus 77 millones de habitantes circular libremente por todo el territorio europeo, y la crisis de los refugiados no podrían haber llegado en mejor momento.
La campaña del 'Brexit' se ha apoderado del discurso político hasta tal punto de que la supuesta avalancha de inmigrantes que espera al Reino Unido es prácticamente un hecho. ¿Que las palabras no persuaden? Ya se encarga Farage de dejarlo bien claro en los nuevos carteles electorales para las próximas elecciones del Parlamento Europeo, en los que se observa una larga cola de refugiados sirios junto al eslogan "la UE nos ha fallado, debemos liberarnos y retomar el control". Es imparable, no puede ser más directo ni más xenófobo tampoco, pero es la diferencia entre unos cientos y unos miles de votos. Una imagen vale más que mil palabras, dicen.
Por su parte, la campaña liderada por Cameron para permanecer en la UE se ha resignado, no a sacar a Farage y compañía de su error, sino a apaciguar a la opinión pública con el endurecimiento de las políticas de inmigración. La carísima propaganda proEuropa, un folleto compuesto de 16 páginas financiado con fondos públicos que ha llegado a todos los hogares de Reino Unido, alberga un apartado sobre el control de fronteras y de la inmigración en el que propone soluciones para problemas imaginarios.
"El Gobierno ha llegado a un acuerdo para que el sistema de prestaciones de Reino Unido no resulte tan atractivo para los inmigrantes europeos". En realidad, los inmigrantes europeos, según los datos de 2015, suponen tan solo el 5% del total, si bien es cierto que la grave crisis económica de estos años ha obligado a miles de personas, especialmente del sur de Europa, a movilizarse para encontrar trabajo, aumentando por consiguiente el número de inmigrantes desde 2005.
Además de la crisis financiera, no hay que olvidar que durante la gran expansión de la UE en 2004, en la que se acordó la entrada de 10 países a la Unión, el Reino Unido abrió sus puertas a los trabajadores de los nuevos Estados miembros de inmediato. Sin embargo, no hay absolutamente ningún dato que apoye la hipótesis de que los europeos emigren atraídos por las ayudas y subsidios del Estado, los tan famosos benefits, pero claro, queda muy bien hablar de limitaciones. Aun así, la mayoría de inmigrantes procede de países como Pakistán o India, vinculados al Reino Unido por un más que controvertido pasado colonialista, y en esto, señores, Europa no tiene nada que ver, por mucho que Farage se empeñe.
En definitiva, la percepción popular es que la inmigración es una constante, da igual de dónde proceda, y de esto solo Europa tiene la culpa. El resto de argumentos en contra de la EU preocupan menos, son solo extras, porque hablar del 'Brexit' es hablar de inmigración.
En este país existe un sentimiento generalizado de pérdida. Se habla de pérdida de identidad, se habla de pérdida de control, de liderazgo, de independencia, de soberanía. El recuerdo de un pasado más brillante pesa sobre la memoria de muchos británicos, que ven en la UE un enemigo que les impide ser lo que un día fueron. Pero no se puede vivir en el pasado, las reglas no son las mismas. El futuro es interdependencia y globalización, y la UE ha demostrado durante años la verdad de este argumento. La parte más visible de este fenómeno es la inmigración, la diversidad, que no tiene tanto que ver con la pertenencia a la UE como a los vínculos comerciales, políticos y culturales entre Estados.
Salir de la UE no va a resolver nada, pero responsabilizarse del fracaso de las propias políticas domésticas sería un primer paso. Reino Unido necesita deshacerse de narcisistas políticos, reconocer la verdad por lo que es, no por lo que desearía que fuera, y prepararse para el resultado de la votación, sea el que sea.