Utopía municipal: el cambio tiene nombre de ciudad
Asistimos a un resurgir de la utopía municipal como posible respuesta a injusticias globales que crecen y se hacen ya insoportablemente visibles en nuestras ciudades. Por ello, la ciudad va resurgiendo como el espacio más cercano para una transformación sociopolítica real y para fomentar el afecto entre las gentes que lo habitan.
Asistimos a un resurgir de la utopía municipal como posible respuesta a injusticias globales que crecen y se hacen ya insoportablemente visibles en nuestras ciudades. Por ello, la ciudad va resurgiendo como el espacio más cercano para una transformación sociopolítica real y para fomentar el afecto entre las gentes que lo habitan. Sus alcaldesas y alcaldes son gentes en Twitter como Manuel Robles, Manuela Carmena y Ada Colau, que cada vez asumen con más contundencia su responsabilidad sociopolítica y cultural frente a la mera preocupación urbanística de las últimas décadas.
Las ciudades en España, como en todo el mundo, cada vez son más multiculturales, reciben a más gente y se enfrentan a una ingente cantidad de retos medioambientales; pero a la vez, reducen su poder político y presupuestario a favor de entidades autonómicas, nacionales o supranacionales que no están dando solución a sus problemas. En 2030 se estima que el 60% de la población mundial vivirá en áreas urbanas, añadiéndose cada día casi 180.000 personas a la población urbana, según el Banco Mundial . La ciudad se convierte de este modo en el gran escenario para el drama de la injusticia humana, alojando ya a más de 750 millones de pobres, de los 1.000 millones que se estiman a nivel mundial, de las que el 70% son mujeres y un número importante son inmigrantes.
La ciudad, polis en griego, fue históricamente el campo de batalla de la política y es el modelo sociopolítico y económico más ancestral. Se encuentra muy viva en nuestra memoria colectiva, como el arquetipo social de convivencia al que aspiramos y está en la raíz misma del concepto contemporáneo de ciudadanía y política. La ciudad es pues motor de evolución, innovación y revolución del pensamiento y la acción humana desde los orígenes de lo que hoy llamamos civilización. Desde Córdoba, Manchester, Milán o Lyon en Europa hasta Cali, Río de Janeiro o Filadelfia en las Américas. Desde las ciudades históricas de Zatal Juyuc, Uruk, Buto, Jerusalem, Mecca o Bagdag, en Oriente Medio a Mohenjo-Daro, Benarés, Lhasa o Pekín en el lejano Oriente; la ciudad alberga más historia, cultura, filosofía y vida que cualquier otra colectividad humana artificialmente delimitada por fronteras nacionales.
En plena sociedad del conocimiento, donde vivimos en una aparente interconectividad global, necesitamos espacios geográficos relativamente pequeños para sentir realmente un entorno político de proximidad. En cierta forma, es en la ciudad donde percibimos realmente la resolución, o no, de los conflictos políticos, presupuestarios, pero también los relativos a derechos humanos y medio ambiente que los gobiernos nacionales y supranacionales son incapaces de solucionar.
Pese a que la historia se siga enseñando desde la perspectiva patriarcal de los imperios, los reinos, las nacionalidades o las civilizaciones; la ciudad es la verdadera piedra angular de todas las identidades colectivas que hoy conocemos. El nacionalismo, al igual que el concepto de aldea global de Mcluhan ha demostrado su incompetencia para crear un modelo económico o político igualitario que responda eficazmente a los retos que preocupan a la ciudadanía.
Sin olvidar que nuestra identidad pueda ser parte de espacios tan amplios como la civilización occidental, Europa, España o Cataluña; nuestras ciudades son los mejores ejemplos de una realidad multicultural y global con problemas propios que requieren una respuesta local, pequeña, como pequeña es la ciudad, pero con impacto global, como:
1.- El respeto a los Derechos Humano y la elaboración de políticas que promuevan la igualdad de género, los derechos sociales de los emigrantes, el acceso a una justicia material efectiva y la protección de la libertad de expresión.
2.- La distribución equitativa de los recursos económicos y productivos, el fomento de una economía social y la eliminación de la la corrupción y el enriquecimiento injusto.
3.- La preservación de la ecología de nuestras poblaciones, la protección del medio ambiente y la conservación de entornos naturales dentro de el respeto por la Madre Tierra como sujeto de derechos, como vienen pidiendo cientos de organizaciones locales.
Así, si analizamos el resultado de las pasadas elecciones municipales , sería insuficiente una lectura tradicional en el sentido de que ha ganado una u otra sigla. Una posible lectura apunta a que asistimos a un mayor protagonismo de la ciudadanía en los municipios y unas alcaldías más respaldadas por la misma. Ello se trasladará seguramente a las elecciones generales de finales de año, donde seguiremos votando a quien realmente represente nuestras preocupaciones, y entre ellas están sin duda la construcción de sociedades locales más igualitarias y respetuosas con los derechos humanos y el medio ambiente.
Si volvemos a la ciudad de Ada Colau, por poner un ejemplo de lo anterior, nos encontramos que en Barcelona, según datos del Ajuntament de Barcelona del año 2014, había 262.233 inmigrantes censados, es decir, el 16,3% de la población. Diversidad poblacional que la alcadesa reconoce y protege frente a políticas xenófobas, populistas y miopes como la del exalcalde de Badalona.
Así pues, frente a la preocupación del Gobierno y la UE por construir muros más altos, la alcaldesa de Barcelona se ocupa en crear una red de ciudades que sirva como refugio a la inmigración. En lugar de preocuparse con la innecesaria ansiedad de un posible efecto llamada, Ada Colau se ocupa con una llamada al afecto. Frente a políticas macro, nacional o supranacionales, cada vez más lejos de las preocupaciones reales de la ciudadanía, propone políticas municipales y acciones concretas para crear un modelo político donde la ciudadanía vea soluciones a sus preocupaciones.
Afortunadamente tenemos otros muchos ejemplos, y así frente a la preocupante redución presupuestaria en politicas sociales a nivel nacional, y en concreto las destinadas a luchar contra la desigualdad y la vivienda social, en Fuenlabrada se hacen importantes apuestas presupuestarias municipales para apoyar programas como Más Igualdad y una oficina para luchar contra la injusticia de los deshaucios.
Por otra parte, las ciudades responden con medidas concretas de eficiencia energética, como responsables del 70% de la emisión mundial de gases que provocan el efecto invernadero, frente a la hipocresía de protocolos para proteger el medio ambiente como los de Kioto y Montreal o la Convención de Estocolmo, los tres con nombre de ciudad, donde el incumplimiento es la norma y la promesa de un cumplimiento futuro parece ser su único instrumento de adhesión.
Así, alcadías como la de Málaga con proyectos como"Smart City Málaga", aspiran a un ahorro energético del 20% con medidas como la integración de energías renovables en la red eléctrica. La promoción efectiva de carriles para bicicletas en ciudades como Sevilla, San Sebastian o Vitoria y programas como Trazeo proponen iniciativas municipales efectivas para luchar contra el cambio climático.
Podríamos citar miles de ejemplos de iniciativas locales con impacto global en las áreas de emprendimiento, exclusión social, educación, gestión de recursos hídricos y forestales, etc; pero lo realmente importante es que empezamos a ver el cambio, y el cambio ya no tiene nombre de partido, y mucho menos de nacionalidad, el cambio tiene nombre de ciudad.