De títeres y terrorismo
Parece poco profesional el que los encargados no se hayan molestado en ver qué estaban programando para las fiestas del Carnaval. Otra cosa distinta es considerar que cuando un títere llamado don Cristóbal Polichinella coge una pancarta que lee "Gora Alka-eta" y se la coloca a una bruja de trapo se esté produciendo un acto de enaltecimiento del terrorismo.
El títere es cosa fingida, y esa es la esencia del teatro. El títere es la sombra de un ser humano. John Varey.
La programación de un acto para adultos, con un sesgo ideológico abiertamente reconocido, en un espectáculo infantil y la falta de un visionado previo de los programadores del conocido espectáculo La bruja y don Cristóbal: A todo cerdo le llega su San Martín solo pueden ser calificados de chapuza y, como tal, requiere una depuración de responsabilidades.
Parece poco profesional el que los encargados no se hayan molestado en ver qué estaban programando para las fiestas del Carnaval de Madrid. Otra cosa distinta es, en mi opinión, considerar que cuando un títere llamado don Cristóbal Polichinella coge una pancarta que lee "Gora Alka-eta" y se la coloca a una bruja de trapo se esté produciendo un acto de enaltecimiento del terrorismo. Creo, asimismo, un vistazo al fragmento del espectáculo, que corre por Vimeo, aclarará al lector las dudas sobre su contexto e intencionalidad:
La bruja y don Cristóbal from ctxt on Vimeo.
El mundo del títere, por su propia naturaleza, queda fuera de las artes regladas a la manera clásica que derivan de Aristóteles y sus comentaristas. En breve, el Estagirita mantiene que hay una división entre las artes teatrales que procuran la identificación con el público por comparación positiva (tragedia) o negativa (comedia). Según esta visión, los personajes del arte mínimo o "ínfimo" (caricaturas, grotescos, los personajes de Charlie Hebdo) no participan de la identificación que procura el sentimiento de temor y piedad inherente a la catarsis o purgación del alma del espectador. Pueden, como mucho, ser un espejo de la sociedad que reflejan y, por lo tanto, procurar el cambio de costumbres por medio de la sátira (género que tampoco regula Aristóteles). Los autores teatrales del XX (Brecht, Valle Inclán, Lorca) que han procurado dotar de la capacidad de identificación con el público a personajes alienados, irreales o esperpénticos, precisamente parten de reconocer la distinción aristotélica.
En el seguro provocador y posiblemente inmoral espectáculo que ha dado con los huesos de los titiriteros en la cárcel hay varios argumentos que subrayan precisamente que los autores siguen las artes aristotélicas de modo que reconocerían abiertamente que sus personajes queden fuera de la identificación con el público, lo que les impediría empatizar.
Primero, dentro del rico mundo del teatro de títeres, el del espectáculo citado es el que más aleja de las representaciones miméticas de la realidad. Se trata de muñecos de guante e hilo hechos de cartón y cachiporra con rasgos caricaturescos y movimientos irreales con una acción simple y un ritmo trepidante. Es un subgénero donde, además, hay un amplia tradición de sátira política, precisamente alentado por la falta de identificación. Los autores que recurren a este mecanismo precisamente juegan con la difícil identificación entre las personas reales y los personajes que los encarnan.
Segundo, se trata de muñecos de cartón y cachiporra con rasgos caricaturescos y movimientos irreales que no transmiten sentimientos. En un espectáculo de títeres, el público se ríe por encontrar violencia sin dolor ante personajes no-humanos. Los cachiporrazos solo duelen si te identificas con el personaje, no si es un personaje reconocible como tal. Del mismo modo, los títeres tienen la misma capacidad de empatizar y, por ende, la misma credibilidad política que un gallo disponiendo las reglas de un nuevo país (por citar un ejemplo clásico) o la Bruja Avería gritando "¡Viva el mal, viva el capital!" (por citar uno moderno).
Tercero, se trata de muñecos de cartón y cachiporra con rasgos caricaturescos y movimientos irreales que, además, provienen de tradiciones literarias reconocibles: la bruja protagonista (que no la monja que se ha leído en el periódico La Razón) es, posiblemente, el títere más antiguo que hay en la tradición. En su blog los autores trazan los antecedentes directos.
Además, para ellos, don Cristóbal Polichinela es un "oscuro personaje de la tradición popular ibérica" en referencia al Retablillo de don Cristóbal de Lorca. El personaje se retrotrae al Pulcinella de la Commedia dell´arte, el Pierrot de la comédie italienne, o el Punch de la tradición de títeres sajona "Punch y Judy", que efectúa cosas tan realistas como viajar al infierno y engañar (y en las versiones más macarras sodomizar) al diablo.
Cuarto, se trata de muñecos de cartón y cachiporra con rasgos caricaturescos y movimientos irreales cuyo fin declarado no es el enaltecimiento del terrorismo, sino la denuncia social. El fragmento, de muy dudoso gusto e ingenio, está insertado en el contexto de la obra y supeditado a otro fin. Como se ve en el vídeo, don Cristóbal Pulchinela se disfraza de un Policía que deja inconsciente a la bruja y, tras ello, construye un montaje policial para acusarla ante la Ley colocando una pancarta de "Gora Alka-ETA" sobre su cuerpo. Véase el comunicado de la CNT al respecto. No es que sea precisamente Shakespeare, pero la intención fundamental no es alentar al terrorismo sino denunciar violencia. Por supuesto, esta es una opinión sesgada e injusta, pero no punible.
Quinto, se trata de muñecos de cartón y cachiporra con rasgos caricaturescos y movimientos irreales que se insertan en el contexto del Carnaval, época del año que favorece las transgresiones, bien por causas sociales (Le Roy Ladurie), culturales (Bajtín), y que actúa como "válvula de escape" social (Gardiner). El contexto explica, aunque no justifique, la falta de decoro de los titiriteros a la hora de tratar los temas sociales.
Va de suyo que es condenable la falta de respeto del espectáculo por algunas instituciones sociales (la policía o la justicia, sin ir más lejos) y, por supuesto, parecería igual de reprobable en términos morales (y sociales y políticos) que unos muñecos de cachiporra insertaran referencias racistas, fascistas, sexistas o de apología de la violencia, pero no podríamos atribuírselas a personas de carne y hueso sino a muñecos, zafios, chabacanos y grotescos muñecos que son irreales y, por lo tanto, irresponsables. Puede desagradar profundamente el espectáculo, pero la senda punitiva y criminal que se está tomando con el caso es, en mi opinión, muy peligrosa.