Mi relato personal sobre la anorexia
Aunque durante un tiempo mi silencio funcionó, ha llegado un punto en el que ya no me creo mis propias mentiras, ha llegado un punto en el que he decidido forzarme a abrir los ojos a la realidad y decir: hasta aquí. No quiero engañarme a mi misma, ni esconderme, ni avergonzarme de nada.
No voy a mentir, lo que voy a hacer a continuación me aterra mucho mucho muchísimo, por eso voy a intentar echarle valor y espero no arrepentirme mañana (o en cuestión de segundos). Voy a abrirme sin censuras, sin mentiras, sin ocultismos... y voy a escribir sobre algo para lo que jamás me había sentido preparada. Nunca me había creído capaz de hablar abiertamente de ello y mucho menos de escribir...lo y compartirlo públicamente. Pero aquí estoy, dispuesta a derrumbar mis propios límites, dispuesta a destapar algo verdaderamente importante y ponerle nombre y apellidos. Porque aunque durante un tiempo mi silencio funcionó, ha llegado un punto en el que ya no me creo mis propias mentiras, ha llegado un punto en el que he decidido forzarme a abrir los ojos a la realidad y decir: hasta aquí. No quiero engañarme a mí misma, ni esconderme, ni avergonzarme de nada.
Por todo esto voy a escribir sobre ello; porque en esta batalla ya no tengo nada que perder... y mucho, muchísimo que ganar. Y lo voy a hacer públicamente porque creo que es un tema tabú, algo que asusta y de lo que la gente no sabe ni cómo hablar, y son precisamente las cosas importantes y dolorosas las que deben tener prioridad y trascendencia en nuestra sociedad, y de las que hay que hablar.
Del mismo modo que alguien que lucha contra un cáncer, una diabetes, o una gripe habla abiertamente de ello y no se ocultan ni sienten culpabilidad o vergüenza por sufrir la enfermedad; yo voy a hablar abiertamente de la anorexia, porque es una enfermedad muy grave, demasiado común, y que puede matar.
Quienes me conocen bien desde hace ya un tiempo saben que a la edad de 14, 15 y 16 años sufrí de anorexia y bulimia. Fue una etapa muy dura en la que me perdí yo sola en una espiral de miedo, soledad y autodestrucción. Una etapa en la que aún no había aprendido a quererme y en la que me obsesioné por la autoexigencia y la perfección. En la que yo nunca era suficiente y nunca merecía tanto. Después de meses (o más bien años) de silencio, tuve la gran suerte de contar con muy buenos amigos que dieron la voz de alarma, avisaron a mi familia (que dicho de camino, es única y maravillosa, y a la que se lo debo todo) y en seguida me pusieron en tratamiento psicológico, a tiempo, antes de que la situación fuera demasiado complicada y no tuviera marcha atrás.
De eso hace ya mucho, muchísimo tiempo. Acudí a terapias psicológicas y sané mi herida. Aprendí a amarme sin condiciones y a respetarme. Aprendí a ordenar mi mente, a tener una buena autoestima, a saber valorarme aunque mi entorno no siempre lo hiciera, a escucharme, a mimarme... a cuidar, con gusto, de mí misma. Aprendí que la vida es espectacularmente bella, en cada uno de sus instantes, en cada particularidad, en cada matiz insignificante, en cada atisbo de vida.
Me reenamoré de mí misma y de la vida. Estaba feliz, radiante y loquita perdida por exprimir cada experiencia y cada momento. Sólo respirar, sólo disfrutar de cada nuevo día me tenía en un estado de fascinación increíble. Descubrir por primera vez todo lo que ya tenía dentro, todo lo que siempre había valido, todo lo que la vida me llevaba ofreciendo desde que nací... después de años de autocastigo, odio y desprecio fue toda una revelación. Un auténtico renacer. Era profundamente feliz, y descubrir todo esto fue tan emotivo que recuerdo que lloraba constantemente de felicidad por lo agradecida que me sentía, por la belleza oculta que todo escondía. Volvía a sonreír y me hacía consciente de que no recordaba cuántos meses hacía que no podía sonreír de esa manera tan bella y tan sincera. Era tal mi fascinación y mi gratitud... Aprendí a amar, a respetar y a agradecer sin límites, entendí que no podía ser más afortunada de lo que ya era. Me di cuenta de que todo eso ya había estado siempre dentro de mí, y que un muro mental que yo me había construido me estaba impidiendo siquiera verlo.
No os podéis hacer una idea de cuánto crecí y cuánto aprendí, tan jovencita, gracias a todo aquello. Aprendí el valor de las cosas, a amar la vida y agradecer sin límites.
Hoy, con 21 años, tengo de nuevo un brote de anorexia. De hecho, probablemente, lo tenga desde hace meses o incluso un año, pero estas cosas nunca son muy claras de delimitar y, de cualquier modo, yo no he sido consciente de ello hasta hace bien pero que bien poquito. Mi tendencia hacia lo que escapaba de mi control era tratar de darle una respuesta, conseguir inconscientemente una explicación que me aliviara, así que siempre encontraba excusas, y autoengaños. Sabía que no estaba bien, que cada día me sentía más triste, ansiosa o deprimida; que nada me llenaba igual que antes. Sabía que algo me perturbaba, que mi amor propio comenzaba a flaquear, que aparecían miedos irracionales... pero nunca lo vi venir de frente, no tan claro ni tan directo. Digamos que alimentaba mi propia mentira y me la creía, y con ello escondía la auténtica verdad al resto del mundo. Siempre encontraba explicaciones a las que darle un sentido para finalmente convencerme de ello y creerme mi propia realidad, y de verdad que me la creía. No podía ser sincera con nadie, porque era absolutamente incapaz de ser sincera conmigo misma. Por multitud de causas y diversos factores y situaciones de la vida, me vi inmersa en un ambiente que me hizo más débil y vulnerable; y el trastorno me atrapó de nuevo, y de nuevo silenciosamente. No ser capaz de quererme, no ser capaz de aceptarme, y sentirme de nuevo muy sola y muy muy perdida.
No quiero mostrarme como una víctima porque no lo soy. En absoluto. Cuando hay víctimas, hay culpables, y aquí no hay ningún culpable. Aquí sólo estoy yo y mis circunstancias, que no fueron muy favorables; y la realidad es que no supe cómo gestionar mis emociones, cómo ponerle palabras a mis preocupaciones, cómo hablar de mis temores o cómo manejar la situación y pedir ayuda. De hecho, he de decir que siempre se me ofreció ayuda, que siempre hubo gente maravillosa dispuesta a echarme una mano, dispuesta a preguntarme y dispuesta a escucharme; pero fui incapaz de aceptarla, incluso me enojaba, por creerla innecesaria, por hacerme la fuerte, por orgullo, por inconsciencia, por creerme mi propio engaño. Así que ni soy víctima, ni soy culpable, soy responsable de mi vida. Y en ese momento de mi vida, recaí.
Odio mentir, por eso al mentir a mi entorno, pero sobre todo al mentirme a mí misma, me odiaba más aún. Con anorexia no se miente por placer, se hace por necesidad, porque realmente uno siente que no le queda otra alternativa. No es una situación cómoda, es una situación de absoluta desesperación, de verdadero pánico. Sé que detrás de cada "estoy bien", sólo había un intento de protección de mi entorno, pero sobre todo un intento de proteger mi propio mundo, el que yo había creado en mi mente y en el cuál todo encajaba... Supongo que mentía por miedo a que si mi mundo se desmoronaba, yo me desmoronara con él y todo ello acabara conmigo. Sólo pensar que alguien pudiera descubrirlo me hacía sentir pánico, miedo, terror. Así que yo misma me creí mi "estoy bien", hasta el punto de estar totalmente convencida de que estaba bien o de que, al menos, no era para tanto.
Llegaron los problemas médicos digestivos (reales), y digamos que en cierto modo hasta "me vinieron bien" porque ahora ya no era decisión o culpa mía, sino que era algo completamente ajeno a mi, de lo que yo no era absolutamente responsable. Era algo involuntario e incontrolable, y todo ello me permitió, en cierto modo, liberarme de toda carga, culpa o responsabilidad; lo que fue aún peor porque cerró mi círculo perfecto de autoengaño y mentira, y es aquí cuando la cosa realmente se agravó y se desarrolló todo el problema. Yo me había acomodado en mi papel de enferma, cuando sabía que por muy real que fuera la enfermedad, mi verdadero problema era otro, pero ahora ya sí que las tenía todas conmigo. Me creía absolutamente todas y cada una de mis propias mentiras. Y ahora ya no era el "estoy bien", sino el "estoy bien pero harta de mis problemas digestivos". Y era cierto que tenía problemas digestivos y que estaba harta, muy harta; pero no estaba bien. Nada bien. En absoluto. Y ni yo misma era capaz de verlo, y mucho menos de reconocerlo.
Estoy actualmente luchando contra este brote con todas mis fuerzas, mi corazón y mi todo. Lo he aceptado abiertamente, y ya estoy en tratamiento, recibiendo ayuda psicológica experta y, sobre todo, recibiendo todo el amor y el cariño de mi familia. Además, a partir de este instante que lo he compartido abiertamente y sin censura, porque no tengo que avergonzarme de nada y soy guerrera y luchadora... es como si estuviéramos luchando todos juntos. Sé que no será fácil, ni rápido, ni exento de dolor... pero sé que hablando de ello, poniéndole palabras a mis emociones, y contando con el apoyo de todos los míos ya tengo mucho más de la mitad del camino recorrido.
Además, si ya lo superé una vez y era más jovencita e inmadura, ¿¡cómo no voy a vencer de nuevo!?
Estoy lista para luchar. Todo el amor y el cariño del mundo serán bien recibidos.
Yo, que me creía hermética, y he acabado abriéndome en canal.