No es una pesadilla, pero tampoco es una maldición
Nada exime al PSOE de enfrentarse a su propia sesión en el diván. No es razonable insistir en que los ciudadanos "no nos perdonarían" que dedicásemos tiempo a arreglar los desperfectos en nuestra propia organización en lugar de "concentrarnos en la recesión y en el paro".
El último Consejo Europeo, celebrado en Bruselas a finales de la semana pasada, ha infligido un enésimo revés a cuantos desde España esperábamos medidas que permitiesen aligerar los insoportables costes de la deuda. Pero ha golpeado sobre todo a quienes todavía no se habían caído del caballo ante las mil y una evidencias del daño incuantificable que la derecha alemana -y a su cabeza Angela Merkel- viene perpetrando hace años a todo el proyecto europeo con su manejo de la crisis mezquino, cortoplacista e injustamente sesgado contra los más vulnerables y a favor de los más fuertes.
Quería escribir sobre esto en este post semanal. Lo dejaré para el próximo, vista la contundencia del resultado de la jornada del domingo 21 de octubre en Euskadi y en Galicia.
En el País Vasco prevalecen las posiciones soberanistas, en un desafío a la vertebración constitucional de España que interpelará de inmediato al Gobierno del PP. En Galicia, el PP amplía su mayoría absoluta -no se olvide, con menos votos y menos apoyo porcentual que en 2009- en un momento en que toda España sufre la acción de gobierno de una derecha cada vez más agresiva, arrogante, fatua y despiadada con los paganos de la crisis, los que no la provocaron.
Es claro que, en ambos escenarios, los socialistas sufrimos graves retrocesos. No basta, ante la dolorosa enormidad de los problemas a los que nos enfrentamos, simplificarla hasta la banalidad mediante una rituaria digestión del resultado, imputándolo sin más a los tiempos duros que ahora nos toca pasar, y a que los remontaremos como hemos hecho otras veces. Hay que decir y hacer más.
Frente a quienes nos espetan que quienes estamos "en política" no estamos acostumbrados a soportar las críticas, ni mucho menos la autocrítica, yo replico que en treinta años de militancia en el PSOE no he conocido un solo día donde la realidad no nos imponga vivir con las más aceradas e inmisericordes críticas (la prensa, la calle, la vida), ni donde no ejerzamos continuamente la autocrítica. Esto creo que hay que decirlo, y que hay que explicarla mejor.
El reciente Congreso del Partido de los Socialistas Europeos -también éste en Bruselas, a finales de septiembre- dio ocasión a repasar la agenda de desafíos que acechan a las formaciones socialdemócratas a todo lo largo y ancho de los progresistas de la UE.
El paisaje de los progresistas es heterogéneo, pero en el denominador común destaca la necesidad de recuperar con urgencia una identidad -la nuestra- diluida en décadas de exaltación de la codicia financiera y de retrocesos constantes de la progresividad fiscal.
El resultado es un brutal aumento de las desigualdades y la insostenibilidad del endeudamiento privado, lo que compromete a los partidos socialistas a tres imperativos urgentes: a) la actualización de nuestro compromiso con la igualdad radical en derechos y en oportunidades frente a las insoportables injusticias en el reparto de la carga y de los sacrificios irrogados por la crisis; b) la reafirmación de nuestra vocación mayoritaria para liderar los cambios (no somos conservadores); y debemos apostar por cambiar, para empezar, nuestros métodos de trabajo y de comunicación; c) la defensa de la democracia exige hoy decir NO a toda política o forma de hacer política que no pueda legitimarse en su aceptación mayoritaria por la ciudadanía. Y ello requiere hacer frente a esos poderes fácticos, financieros y mediáticos, que actúan desde la opacidad, no se presentan a las elecciones ni dan la cara a los problemas pero nos imponen su oscura agenda de intereses bajo la apología de la antipolítica y al grito "there is no alternative".
Nada en este cuadro genérico de desafíos compartidos exime al PSOE de enfrentarse a su propia sesión en el diván. No es razonable insistir en que los ciudadanos "no nos perdonarían" que dedicásemos tiempo a arreglar los desperfectos en nuestra propia organización en lugar de "concentrarnos en la recesión y en el paro". Lo único cierto y real es que no seremos eficaces desde la acción de gobierno hasta que nuestra herramienta -el partido- no recupere el crédito que hemos perdido ante millones de ciudadanos cabreados, aturdidos y golpeados por la crisis, cuyos votos no volverán como sucede con el flujo cíclico de las mareas a menos que los socialistas volvamos a merecerlo.
En la batalla de los valores, debemos hacer creíble nuestro compromiso con la dimensión revolucionaria de la fraternidad, con la cohesión social y con la solidaridad que propugna la transferencia de renta de los más ricos hacia los menos ricos, y no exactamente al revés, como viene sucediendo a consecuencia de la política de la derecha. Pero en el ámbito orgánico, cambiar significa contar con todos y todas, absolutamente todos, sin ninguna concesión a un sectarismo que diezma la capacidad del partido en función de lo votado en los últimos congresos.
Resta, en la acción política de la organización, dar prioridad al capital humano. Es cierto que nos hace falta más militancia que nunca frente a la adversidad. Pero también nos hacen falta más militantes que hoy, más militantes que nunca. Ello quiere decir que nos hace falta crecer. Los cambios para crecer en militancia, en simpatizantes, en adherentes, en colaboradores, en activistas, en voluntarios y finalmente en votantes, son todos círculos concéntricos de una estrategia expresamente dirigida a refrescar la política y la forma de hacer política. Pero sobre todo orientada a recuperar la política frente a la antipolítica del populismo, la demagogia de la confrontación de identidades y de los nihilismos suicidas, frente a la desmovilización y la deserción de las urnas. Ya va siendo hora de que los nihilistas de la antipolítica se paren a pensar un poco en su contribución decisiva a las mayorías absolutas del PP, incluso cuando el PP desciende en votos y apoyos como ha sido el caso en Galicia.
Con más fuerza que nunca, debemos primar la ejemplaridad ante todo. Ello nos exige empeñarnos en la búsqueda de los mejores en todo. No segregar, ni mucho menos aburrir, a quienes nos visitan. Es preciso asegurar una correspondencia clara entre lo que hacemos y lo que decimos, entre lo que predicamos y lo que practicamos. Pero sobre todo debemos recuperar el largo plazo, la luz larga. No es simplemente tuiteando como recuperaremos los partidos socialistas una identidad nítida, fundada en nuestra idea de Europa, en nuestra idea de España y en nuestra razón de ser. Nuestra razón de ser es un proyecto de cambio social progresista con vocación mayoritaria, lo que implica que en cada proceso electoral debemos acudir al campo con ganas de ganar en las urnas y ser la primera fuerza, en ningún caso contentarnos con ser un ingrediente más en una sopa de letras de gobiernos de coalición allí donde al PP le falte un escaño para la mayoría absoluta.
Debemos sentarnos a hablar tanto como sea necesario para la formulación inteligente y comprensiva de un proyecto federal para España y para Europa. Cimentado en la suma de identidades compatibles, en la ciudadanía abierta a la complejidad y al cambio; y en el compromiso beligerante contra las desigualdades y contra las injusticias, no sólo a la puerta de casa sino allí donde quiera que hieran a quienes representamos.
Los socialistas europeos necesitamos eso y más si no queremos que, cuando por fin veamos luz al final del túnel, el dinosaurio de la hegemonía conservadora en Europa continúe estando allí.
No. Esto que estamos sufriendo no es una pesadilla: los daños son muy reales cada mañana al levantarnos. Pero tampoco es una maldición contra la que no podamos luchar, sin miedo ni superstición. Podemos y debemos hacerlo con voluntad, ideas y una determinación a prueba de la amargura que producen las derrotas.