Llevar el último iPhone en el bolsillo no nos hace más modernos
No hay hijo de vecino que no cargue un smartphone de última generación y decenas de apps (algunas bastante inútiles por cierto), y muchos son los que casi no tienen para costearse los libros o para pagarse la gasolina, pero llevan un iPhone de 600 euros en el bolsillo.
Cuidado con el papanatismo tecnológico que se ha impuesto en España porque puede llevar a confusión. Si uno echa un vistazo alrededor, se podría pensar que somos un país tecnológicamente avanzado. Y es que hoy no hay hijo de vecino que no cargue un smartphone de última generación y decenas de apps (algunas bastante inútiles por cierto), y muchos son los que casi no tienen para costearse los libros o para pagarse la gasolina, pero llevan un iPhone de 600 euros en el bolsillo. A la fetichización del telefonino se une aquí la divinización de la manzana mordida y de su santo creador, Steve Jobs. En esto, España está a la altura de Estados Unidos, Alemania o cualquier país avanzado del mundo.
Si se miran las facturaciones y las millonarias bases de clientes de las telecos, también se puede decir que estamos en la primera división mundial. Por precios y competencia, España vuelve a ser uno de los mercados de las telecomunicaciones más dinámicos del planeta. Además, gracias al celo de los diferentes gobiernos, tenemos a un supercampeón nacional -Telefónica- que está entre las primeras compañías del mundo de este sector.
Sin embargo, España es un enano en el ámbito de las nuevas tecnologías y de su aplicación a los negocios. Nunca hemos tenido grandes players en el mundo del hardware, tan solo aventureros que esporádicamente han destacado importando equipos desde China o Taiwán y vendiéndolos por aquí a precios muy ajustados. Tampoco tenemos consultoras de TI potentes -a excepción de la misma Telefónica e Indra, que han heredado monopolios públicos-, ni fabricantes relevantes de programas. En 2013, la firma de antivirus Panda fue la primera empresa española en el ranking europeo de proveedores de software, pero no pasó de la posición 52º.
No tenemos una industria tecnológica potente, y tampoco somos un país avanzado en la adopción de las TIC. Las empresas españolas no acaban de creerse eso de que las nuevas tecnologías las hará más eficientes. Según el observatorio europeo EITO, el gasto en sistemas de información y servicios asociados en España solo es un pelín mayor que el de Holanda, un país de 16 millones de habitantes, y es cuatro veces más pequeño que el del Reino Unido o Alemania. La comparativa da idea del subdesarrollo en que se encuentra aquí una industria básica para garantizar la competitividad de nuestras empresas a medio y largo plazo. Hace poco un alto directivo de Microsoft en España me contaba, con una mezcla de resignación y amargura, lo mal que lo pasa cuando le toca acudir a alguna reunión europea de su compañía y se tiene que comparar con sus colegas de Holanda o de Alemania. "Siempre me sacan los colores", me decía. "Allí vender es mucho más fácil porque los potenciales clientes son mucho más receptivos", añadía.
Y es que en Europa, cualquier gestor, además de ir pertrechado con el último iPhone o Galaxy de turno, mantiene a la última su parque de PC y toda la informática corporativa (servidores, herramientas de colaboración, comunicaciones, ERP, CRM, comercio electrónico, redes sociales...). Hasta el gestor de la pyme más insignificante sabe del valor que tiene la informática en sus negocios y en la productividad de sus empleados.
Windows XP es una muestra de la desidia nacional. El sistema operativo anda desde el 8 de abril a la intemperie, sin soporte, ni parches de seguridad, ni actualizaciones por parte de Microsoft. Sin embargo, en España todavía hay más de cuatro millones de ordenadores funcionando con el viejo sistema operativo. Según StatCounter, un 21,5% del total, 5 puntos porcentuales más que en Estados Unidos o en Europa.
Alguien podría decir que por el perfil de empresa que predomina en España (pequeña y orientada al sector del turismo y la hostelería), la necesidad de dotación tecnológica es menor. Al fin y al cabo, según ese razonamiento, la demanda y sofisticación de la informática en las empresas va en función del tamaño de la misma y del sector de actividad, y aquí hay muchas menos firmas industriales y de ingeniería que en Alemania, y además, las que están son más modestas.
Sin embargo, hay ejemplos suficientes de que las cosas no funcionan así. Cualquier actividad puede experimentar mejoras estratosféricas con las oportunas dosis de inversión en bienes de equipo y de acierto en la gestión. Ahí está el ejemplo de Amadeus, uno de los sistemas de reservas de viajes más usados en todo el mundo, y que además tiene su sede en España. Y tampoco hay que olvidar el de Amazon, que empezó siendo una pequeña librería en Seattle y hoy es una de las empresas clave de Internet y de la nube, o el de Zara, que salió de una tienda de batas para señoras en A Coruña y se ha impuesto en su sector gracias a un modélico sistema logístico y de interpretación de la información de las ventas en tiempo real.
Las pírricas cifras de gasto en sistemas de la información en España son una muestra más de nuestro patrón de crecimiento, que descansa en actividades de escaso o medio valor añadido, intensiva en mano de obra poco cualificada y con una insuficiente dotación tecnológica. Cambiar la situación va a requerir consensos fuertes en materia de educación y de política industrial, para que todo el país reme en la misma dirección. Y eso por el momento no se ve. Y también va a necesitar de unos directivos y gestores más formados, más sensibles al discurso tecnológico y con más visión de futuro, para que esos holandeses o esos alemanes a los que tan brillantemente hemos derrotado en los campos de fútbol en los últimos años no nos sigan sacando los colores en el mundo de la empresa.