Tramo 22, Alcanar
Una semana después de la Diada la cuestión sobre qué hacer ahora aún está en el aire. Y no va ser fácil porque aunque en la calle y en las encuestas hay una mayoría que apuesta por la independencia, falta concretar el itinerario democrático para su consecución.
A las 17:14 intentamos darnos las manos. Digo que intentamos porque los congregados en ese tramo de la Vía Catalana superábamos con creces el número necesario para poder enlazar la cadena. Más que darnos las manos nos abrazamos. Me di la mano con Pepi, una señora de unos sesenta años, había venido con amigos y parientes desde el Maresme, al norte de Barcelona. En su pecho una foto de su marido sujetada con un imperdible, falleció el año pasado. Él siempre tuvo la esperanza, el anhelo más bien, de que un día Catalunya sería independiente. Más optimismo que nostalgia. Pasaron los minutos y cuando ya llevábamos un buen rato formando la cadena sin saber cuándo acabar, la consigna de la organización era disolver la cadena humana a las 18 horas, Pepi verbalizó aquello que la mayoría teníamos en mente: ¿Y ahora qué hacemos?
Una semana después de la Diada la cuestión aún está en el aire. Y no va ser fácil porque si bien es verdad que en la calle y en las encuestas hay una mayoría que apuesta por la independencia de Catalunya, falta concretar el itinerario democrático para su consecución, y esto necesariamente debe pasar por las urnas.
Sólo veo tres posibles escenarios ante la situación. El primero pasa por un acuerdo entre los gobiernos catalán y español, que permitiría una consulta con un triple opción u otra pirueta parecida. Una especie de referéndum del desahogo. Financiación, un amago de asimetría para Catalunya y promesas vagas como las que hacían Rubalcaba y Zapatero después de la Sentencia del Tribunal Constitucional contra el último Estatuto catalán. Un escenario óptimo para aquella "mayoría silenciosa" que cree que ganando tiempo se frena el auge independentista. Una vía que no lleva a ninguna parte porque en dos tres años el pleito volvería a estar encima de la mesa.
La segunda es la que la mayoría de catalanes que salieron a la calle la semana pasada y muchos que se quedaron en casa, por no decir la mayoría, tienen en mente: ante las escasas posibilidades de no poder celebrar un consulta de verdad, es decir, con una pregunta clara e inequívoca: ¿Quiere usted que Catalunya sea un estado independiente?, piensan que la única solución es un avance electoral para que los partidos que apuestan por la independencia puedan proclamarla des del Parlament de Catalunya en caso de tener mayoría.
Y en un estado en el cual su presidente es el rey de los indolentes no hay que descartar un tercer escenario y el más posible, que no pase nada, que el Gobierno español crea que gana tiempo y que el final de la crisis y la fatiga minaran la reivindicación catalana.
El primero es el más deseado por el autonomismo que ahora mismo encarnan Durán, los socialistas catalanes, una parte del pequeño establishment catalán e incluso un porcentaje significativo de votantes de los populares. El segundo es el preferido por los independentistas, que consideran que no hay marcha atrás posible. Mi caso. Y el tercero es el mejor escenario para los nacionalistas españoles, sobre todo los de Catalunya.
La pregunta clave es cuál de los tres escenarios desean Mas y la mayoría de votantes de la coalición que él y Jordi Pujol encarnan. Esta porción de ciudadanía es la que decanta la balanza.
Mi opinión es clara, este porcentaje del electorado estaba a mi lado la semana pasada en la Vía Catalana y ante la pregunta de marras de ¿Y ahora qué?, lo tiene claro: ahora o nunca.