Perú, un país sin rumbo
Pedro Pablo Kuczynski (PPK), el empresario que llegó a la presidencia de Perú hace apenas veinte meses, ponía ayer fin a su carrera política tras hacerse pública su dimisión. A priori, tres ideas fuerza podrían destacarse de la actual situación que atraviesa el país en estos momentos.
En primer lugar, conviene destacar la importancia del fenómeno Odebrecht. Y es que, en ausencia de un acervo integrado capaz de consolidar las estructuras del regionalismo posliberal - como Unasur o Celac, y lastrado por los escasos resultados del regionalismo abierto de los noventa, fragmentado y limitado, Odebrecht se ha mostrado como un fenómeno tan común como revelador de la realidad que ofrece el continente. Una constructora brasileña emerge acompañada de un torrente de corruptelas y sobornos que ha puesto de manifiesto la debilidad endémica de un sistema político secuestrado por redes clientelares que están presentes desde buena parte del siglo XX en todo el continente. Argentina, Colombia, Ecuador, Guatemala, México, Panamá o Venezuela si han compartido algo a nivel, ha sido más la corrupción de escándalos como Odebrecht, que una verdadera integración regional.
Y en esta desviación perversa de las normas democráticas, puertas giratorias y el gobierno de los mercados en la sombra, PPK, ni mucho menos ha sido un convidado de piedra. Acusado por tráfico de influencias de la constructora, ya estuvo a punto de ser destituido por el Congreso en diciembre de 2017, siendo solo el controvertido indulto a Alberto Fujimori, condenado a 25 años, el que le mantuvo en el cargo en ese entonces. Sin embargo, ahora, ante el anuncio de un segundo intento, esta vez exitoso, de revocación, el presidente se adelantó y optó por la dimisión.
En segundo lugar, está la propia deriva democrática de Perú. Los años ochenta fueron años de restitución democrática, tras doce años de gobierno militar, pero también fueron años de violencia política, especialmente, con motivo de la aparición de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru. La segunda mitad de la década, (des)gobernada por el APRA, con Alan García a la cabeza, presentó un país desdibujado por inconmensurables dosis de inflación, déficit, endeudamiento y desinstitucionalización del Estado.
Los años noventa no fueron mejores, lastrados por el autoritarismo fujimorista, excesos antidemocráticos y la patrimonialización del Estado en beneficio propio. Y en la década de los 2000, las presidencias de Alejandro Toledo (2001-2006), Alan García (2006-2011) y Ollanta Humala (2011-2015), igualmente, lastraron problemáticas irresolutas tales como el déficit democrático, la escasa descentralización o el pauperismo agrario. Ello, adornado con tendencias positivas de liberalización y desregulación económica que abrieron la economía peruana en clave regional y global, pero que mantuvieron estructuras por completo desatendidas. Empero, la misma corrupción de ayer, y siempre, es hoy la que ha motivado la dimisión de PPK, además de ser la que tiene en prisión a Ollanta Humala y la que hoy mismo hacía que el Congreso peruano aprobase la orden de extradición sobre el expresidente Toledo, prófugo de la justicia en Estados Unidos.
La tercera cuestión por atender tendría que ver con el poder que aún hoy, a pesar de todo, mantiene el fujimorismo en las cloacas del Estado peruano. Las redes clientelares que el expresidente consolidó durante todo los noventa hoy se mantienen vigentes y son las que, en el fondo, han terminado por propiciar el abandono presidencial. La lucha que desde hace años sostienen Keiko y Kenji Fujimori – a veces pareciera sobreactuada, fue la que desencadenó la situación actual. Kenji, hermano menor de Keiko, fue quien presionó a Kuczynski para que indultase a su padre a cambio de evitar su destitución desde el Legislativo. Sin embargo, era la excandidata presidencial, Keiko, quien hacia lo propio para que se hicieran públicos ayer los vídeos en los que se ve a su hermano pactando con parlamentarios fujimoristas para la salvación de PPK, eso sí a cambio de ciertas inversiones regionales. Kenji, quien había vendido su apoyo a PPK desde diciembre, se convertía en una tan peligrosa como poco recomendable alianza política, la cual, finalmente, ha contribuido a desencadenar esta crisis política.
Toca esperar qué pasará en las próximas horas. Lo seguro es que el hasta ahora vicepresidente, Martín Vizcarra asumirá la presidencia y tendrá que recomponer su gabinete de Gobierno, empezando por la misma vicepresidencia. Ello, deberá hacerse tomando distancia con los partidos en liza, de modo que quizá la solución pase por optar por figuras políticas independientes, con las que ganar distancia frente al fujimorismo (Fuerza Popular) pero que, igualmente, pueden implicar reticencias entre los miembros de la bancada de Peruanos Por el Kambio (PPK).
En definitiva, una situación nada fácil en la que los primeros meses marcarán la hoja de ruta y el alcance de un Ejecutivo que, muy probablemente, tenga escasa duración y más pronto que tarde opte por la disolución del Congreso y la convocatoria de nuevas elecciones presidenciales.