La fábrica (de los horrores) del subsuelo moscovita
Se ha encontrado, como el que se encuentra un billete de cinco euros o un bonobus tirado en el suelo, una fábrica bajo las calles de Moscú. Las imágenes televisivas de la salida de los obreros de la fábrica no se parece en nada a la que inmortalizaron los hermanos Lumière, hacia finales del siglo XIX.
Se ha encontrado, como el que se encuentra un billete de cinco euros o un bonobus tirado en el suelo, una fábrica bajo las calles de Moscú. Las imágenes televisivas de la salida de los obreros de la fábrica no se parece en nada a la que inmortalizaron los hermanos Lumière, hacia finales del siglo XIX. Hoy, aquellos, se nos aparecen con un toque de elegancia, con sus tocados y su cabeza alta. Los obreros moscovitas, aun cuando inmigrantes asiáticos en su gran mayoría, son zombis en un túnel con vías, que bien podrían ser las del metro. Imágenes que parecen sacadas de una película de ciencia ficción distópica. La presencia de unas gallinas, tras mostrar los puestos de máquinas de coser, se convierten en sinécdoque del drama: trabajan en esos puestos, como las gallinas ponedoras en las granjas industriales. Sin moverse más allá de lo que permite la mesa de trabajo, sólo con luz artificial. Imágenes que llevan a interpretar que la vida de estos nuevos obreros empieza y termina en menos de un metro cuadrado.
Hay mitos urbanos que hablan de gente que, como personajes de Víctor Hugo, habita por los kilométricos pasillos del alcantarillado urbano. Y habremos visto más de una película con carreras por tan oscuros recorridos. Pero, aterrizando en la realidad, si es que esto es posible: ¿Cómo podía existir tal infraestructura sin que nadie se diera cuenta, ni nadie lo denunciara? La respuesta seguramente está en la complicidad de muchas personas, terminando por los más débiles y principales víctimas de todo esto, que son los trabajadores, y empezando por las autoridades: municipales, de trabajo, sindicales... ¿A quién se imputaba el gasto de luz? ¿Y las basuras físicas y materiales de todo esto, además de la basura moral, dónde iba a parar? ¿No se veía nunca entrar y salir a tanta gente, pues hablan de varios cientos de personas? Tal vez haya que pensar en la complicidad de toda la sociedad y haya que buscar a los héroes que se han limitado a señalar lo que allí pasaba, que tuvieron la sensibilidad de notar que aquello no era normal, pues nos estamos acostumbrando a muchas cosas que, hasta ahora, las recibíamos como puñaladas éticas, atentados a los más mínimos derechos de la persona.
La fábrica moderna se situaba en el centro de la ciudad. Es más, la ciudad crecía alrededor de ella. Era la sociedad la que se erigía en sus muros, como cuando Foucault habla de la sociedad disciplinar asimilando fábricas-cuarteles-cárceles, y tras sus muros: hacia un lado las casas de propietarios, burgueses y profesionales, por donde crecerían las avenidas y los bulevares; hacia el otro lado, las casas de los capataces eran las primeras en el camino hacia los arrabales. Pero todo estaba a la vista y compartían el mismo sol, la misma lluvia. Eran las fábricas de la Modernidad, sobre las que se erigió -ambivalente, como apunta Bauman- la propia Modernidad.
La fábrica (de los horrores) de Moscú se erige en modelo de las fábricas de la postmodernidad. No es que la industria se haya venido abajo, hacia el subsuelo, sino que es distinta. Su lógica es la de tendencia a coste cero, ínfimo. Coste mínimo de la mano de obra: salarios bajos, sin protección alguna, sin pagos a la seguridad social de turno, sin formación. Coste mínimo de capital constante, con máquinas viejas. Incluso coste tendente a cero, me figuro, del capital inmobiliario: ¿cuánto cuesta el metro cuadrado de subsótano? Producción por debajo de los costes para saturar la sociedad de copias baratas: CDs piratas, ropa con diseño copiada. Todo es (casi) igual, sólo un poco peor, pero mucho más barato. Así hasta llegar a la construcción de una ciudad subterránea: es casi igual, pero más barato.
La fábrica postmoderna ya no se implementa en las grandes máquinas tejedoras, como la Jenny, que sucesivamente fueron haciendo la revolución técnica industrial. Son pequeñas máquinas de coser, individualizadas, para poder controlar la producción de cada puesto, de cada trabajador y trabajadora. Y a partir de estas fábricas del subsuelo se está construyendo una nueva sociedad. No es tan buena como la sociedad de la Modernidad, como la sociedad del Estado del bienestar. Es una copia más barata. Hacia abajo se dispondrán los slums (tugurios) de los trabajadores, como una especie de favelas invertidas, hacia el centro de la tierra. Cuanto más lejos de la superficie, mayores peligros para la salud, pero mucho más barato, para que, así, además, el trabajador cueste menos. Hacia arriba, en la propia superficie, los triunfadores emprendedores.