Autoritarismo encadenado
No vayamos a creer que se trata de una especie de estrategia ideológica y que el relanzamiento de la autoridad tiene que ver con otros síntomas, como el hecho de que un policía te pueda exigir un documento de identidad cuando paseas a menos de dos kilómetros de una manifestación pacífica.
Desde las más tempranas exposiciones de los analistas de los medios de comunicación de masas, una de las afirmaciones más extendidas -tanto en la izquierda, como en la derecha- es que una de las principales funciones de los medios era la de generar consumidores, ya sea motivándoles, ya educándoles, ya mostrándoles modelos de consumo. La expansión de la sociedad de consumo es difícil de entender sin el trabajo de los medios de comunicación, desde la información a la ficción, pasando, como no podía ser de otra manera, por la publicidad. Es más, parece que el mensaje era casi siempre el mismo: consumir, consumir y consumir.
Por el contrario, en ese mundo que se desarrollaba en lo que llamábamos el "otro lado del telón de acero", se afanaban por unos medios de masas destinados al adoctrinamiento ideológico y la instrucción laboral. Propuestas que, vistas desde hoy, significaron un absoluto fracaso. El consumo parecía llevarse mejor con los principales medios de comunicación, como la televisión. Generaba satisfacción.
Desde aquí, fuimos englobados en el universo del consumo de tal manera que empezamos a decir que la profesión y el trabajo eran secundarias, que apenas configuraban ya la identidad de los sujetos, o que suponían una especie de mal menor en la trayectoria vital; pero que lo importante y lo que generaba vida y satisfacción estaba en el consumo, que no es más que consumir más que los otros cercanos. Era un mundo imaginario en un doble sentido. En primer lugar, porque estaba poblado de imágenes, de propuestas de identidades, a las que llamamos estilos de vida. Pero también en el sentido lacaniano, pues era en el consumo donde se proyectaban los ideales del yo, de lo que uno quería ser.
Ahora bien, la crisis económica nos ha devuelto, entre otras cosas, al desierto de lo real, como lo denomina Slavoj Zizek. No sé si tanto, pero sí que ha revalorizado, hasta grados extremos, el trabajo. Al menos, la disponibilidad de un empleo. Y no sólo por cuestiones materiales obvias, como el tener una fuente de ingresos. También porque se reconoce cómo estructura nuestro tiempo, nuestras relaciones sociales y nuestra vida.
Tal vez por ello, los medios de comunicación más populares también se están adentrando en la formación para el trabajo. Y lo están haciendo de la peor manera. Lejos de ofrecer empleos o vías para obtener éxito en el mercado laboral, se descuelgan con espacios que muestran una dura competitividad en la que casi todo vale. Me estoy refiriendo a los programas de concurso-reality de convivencias competitivas feroces en clave de interiores donde no caben los amigos a la hora de la verdad y, por supuesto, la solidaridad. Ni teniendo grandes capacidades se tiene todas consigo, por lo que estar en el paro es lo normal para los normales.
El último episodio de lo que puede considerarse un modelo para las relaciones en el centro de trabajo se encuentra en un programa, también concurso, en el que los participantes tienen que mostrar sus cualidades culinarias y ser juzgados por un pequeño tribunal de expertos. Pues bien, buena parte de los comentarios que hacen estos jueces están al borde de lo denigrante. Sus expresiones son muestra de un autoritarismo atroz, que la otra parte -concursante, subordinado, empleado- ha de soportar estoicamente si, al menos, quiere seguir; aunque después será expulsado. Se trata de una autoridad sádica ante alguien desarmado de argumentos y, sobre todo, instrumentos, porque previamente ya lo ha aceptado todo, lo que parece incluir dejar la dignidad en la puerta del concurso o de la oficina. El juez-jefe tiene toda la razón. Es indiscutible.
Lo peor es que el programa de referencia lo emite La Primera de RTVE, que creíamos que era una televisión pública de corte moderado en esto de las bajas pasiones. Pero no vayamos a creer que se trata de una especie de estrategia ideológica y que tal relanzamiento de la autoridad tiene que ver con otros síntomas autoritarios, como el hecho de que un policía -sólo identificado con su uniforme- te pueda exigir un documento de identidad cuando paseas a menos de dos kilómetros de una manifestación pacífica, haciéndote ya responsable de lo que allí pueda pasar -hagas o no hagas- y componiendo tu currículo de expresiones políticas, pues nada sabes del control sobre tales datos, o disuadirte de cualquier acercamiento. ¿Nada que ver? Tal vez sólo sea un encadenamiento de ideas.