El voto expatriado, Podemos y la renta básica
Supongo que es en cierto modo bueno que los partidos propongan cosas que interesen a los votantes, pero sobretodo si las piensan cumplir. Mientras tanto, yo seguiré esperando a que un partido de izquierdas haga propuestas que como las de Minsky me resulten mínimamente creíbles.
Antes de escribir este artículo me gustaría aclarar al lector que la última vez que recuerdo haber votado lo hice en 2008 por Rodríguez Zapatero. No me enorgullezco de mi prolongada abstinencia en absoluto, de hecho hasta aquella fecha yo era un votante muy regular, pero sucedió la crisis y expatriarme fue la mejor opción para mí. Admito que me hubiera costado mucho votar en las últimas convocatorias electorales, tanto por lo poco atractivas que me han resultado las propuestas como porque en al menos un par de ocasiones me ha sido materialmente imposible por razones muy similares a las denunciadas por otro bloguero durante las pasadas elecciones europeas.
Cuando se vive en el extranjero es siempre complicado ir a votar, si uno no vive cerca de un consulado a menudo supone dos fastidiosos desplazamientos, uno para registrarse y otro para votar. El primer desplazamiento es casi impepinable (ya que los expatriados que voten lo harán casi todos por correo) y es el que ocurrirá menos a menudo principalmente por dos razones: por el miedo (totalmente fundado) del expatriado español a perder prestaciones sociales en su país de origen y porque nuestras secciones consulares siguen por lo general un estricto horario de oficina, por lo que muchas veces el expatriado deberá tomarse un día de vacaciones para completar la gestión.
Por todo ello estimo que el padrón de españoles en el extranjero, que supera ya oficialmente los dos millones, subestima con seguridad la cifra real de compatriotas en el extranjero. Con todo, dos millones son muchos, si los españoles en el extranjero estuviesemos representados en el Congreso nos corresponderían entre 10 y 15 diputados, que es por cierto la representación que tienen los franceses en el extranjero en su Asamblea Nacional desde la última reforma constitucional en nuestro país vecino.
Puede que Podemos captara alguno de estos escaños en caso de que existiesen, ya que muchos expatriados somos de hecho bajas colaterales de esta crisis. Después de varias rondas de austeridad era casi inevitable que surgiera un partido decididamente contrario a las mismas, y personalmente comparto el diagnóstico de la andaluza Susana Díaz: para nuestra democracia es una buena noticia que el partido que capitaliza el descontento sea de izquierdas, aunque probablemente no lo sea en absoluto para el partido del que Díaz es dirigente.
Pese a que estoy muy de acuerdo con muchas de sus propuestas, no entiendo las simpatías de los dirigentes de Podemos por Chávez, los Castro u otros líderes del sociolismo. Habiendo referentes en la izquierda internacional como Palme, Roosevelt o Jaurès (cuyo legado reclama torticeramente hasta el Frente Nacional francés), me alarma que Podemos se identifique precisamente con los líderes más impresentables.
Podemos propone en el primer punto de su programa salarios máximos para combatir la desigualdad rampante: una medida que no costaría dinero pero que cercenaría con seguridad la libertad y posiblemente el talento. Sería mucho más inteligente reintroducir impuestos progresivos elevados sobre las mayores rentas o sobre el capital tal y como propone Thomas Piketty. Resulta muchísimo más difícil saber cómo pretende Podemos financiar la jubilación a los 60 años, otra de las principales propuestas económicas del nuevo partido, ya que me temo que dada la pirámide de población en este país nos va a costar pagar la pensiones con la jubilación a los 67 sin generar déficit.
Se dice por ello de Podemos que es un partido populista, pero es justo recordar que en las últimas elecciones en las que voté la propuesta estrella de Zapatero era una deducción de 400 euros en el IRPF por el mero hecho de ser asalariado, aunque esta rebaja fiscal fue luego de las primeras en ser recortadas. Se discutió bastante cuando se introdujo si la medida era progresiva: el Gobierno de Zapatero sostuvo que sí porque los mileuristas la notarían más que los que teníamos la suerte de cobrar algo más y que apenas notamos la devolución. Un argumento muy contestable.
La última propuesta económica de Podemos consiste en una renta básica para todos los ciudadanos por el mero hecho de serlo. En este caso, sin entrar en muchos detalles por lo menos se indica que la propuesta se financiará con una reforma del IRPF. En Suiza se celebrará en unos dos años un referéndum para imponer una renta básica de unos 2.000 euros, y aunque aquí nos parezca increíble es muy posible que la iniciativa sea rechazada por una amplia mayoría. La renta básica no es necesariamente una utopía, sobretodo si es de menor cuantía (Podemos no hace mención a cantidad alguna), y de hecho el héroe liberal Milton Friedman propuso algo parecido -él lo llamaba impuesto negativo sobre la renta- allá por 1962.
Un par de años más tarde, es decir hace cincuenta años, el presidente Lyndon B. Johnson -inspiración de Kevin Spacey en la serie House of Cards- inició el programa genéricamente conocido como Great Society, cuyo objetivo era hacer avanzar el Estado del Bienestar. Como parte de la guerra contra la pobreza de este programa Johnson introdujo los cupones para alimentos, de los que aún hoy se benefician casi 50 millones de americanos de rentas bajas, que reciben unos 100 euros por cabeza al mes para alimentos. Parece ser que Johnson pensó introducir igualmente el impuesto negativo sobre la renta a nivel federal, pero un test llevado a cabo en algunos condados (sabia decisión, por cierto) arrojó resultados muy poco alentadores y se descartó el asunto.
El bloguero Mark Thoma sostiene que el nuevo pensamiento económico consiste en leer libros viejos. Le he hecho caso y leí hace poco un libro de ensayos de Hyman Minsky escritos principalmente durante la era Johnson, titulado Ending Poverty: Jobs, Not Welfare, algo así como Acabar con la pobreza: Trabajo en vez de asistencia. Por sorprendente que parezca, y desde una posición de izquierdas, Minsky critica tanto el programa de cupones para alimentos como el impuesto negativo sobre la renta.
Minsky consideraba que la administración ignoró los efectos inflacionarios del programa de cupones en los alimentos de primera necesidad, que potencialmente podría anular el mayor poder de compra acordado a los beneficiarios del programa. Con respecto a la renta básica en su formato impuesto negativo sobre la renta, Minsky era de la opinión de que no era una buena política por considerarla regresiva, y daba por sentado que la cobrarían un mayor número de individuos que no la necesitaran realmente (estudiantes o amas de casa) que de personas que realmente padecieran una situación de pobreza objetiva. Minsky, un keynsiano de pura cepa, creía que lo mejor que podría hacer Johnson para luchar contra la pobreza era recuperar algo parecido a la WPA, la agencia pública que durante el New Deal ayudó a millones de americanos a levantar de nuevo el vuelo.
Cabe recordar que el New Deal logró reducir unos niveles de paro similares a los actuales en España a los que teníamos antes de la crisis en ocho años. La guerra hizo el resto, y la WPA fue suprimida cuando se alcanzó el pleno empleo. Los de Podemos parecen haber leído no a Minsky, sino a economistas como Adam Smith, ya que como aquel, proponen (en el punto décimo del programa) un IVA agravado para los bienes de lujo.
La renta básica no es ni de izquierdas ni de derechas en mi opinión. Es por ello que me ha sorprendido solamente a medias que el PP andaluz se sume ahora al carro de Podemos proponiendo ellos también su renta básica. Como se habla de exclusión social en su propuesta, supongo que el aparachi Moreno Bonilla tendrá en mente algo más parecido a la Renta de Solidaridad Activa francesa (la RSA, cuya puesta en marcha también se experimentó en algunas provincias antes de introducirla en todo el territorio, y que para obtenerla hay que solicitarla a la caja de asistencia) que a lo que se va a votar próximamente en Suiza.
Supongo que es en cierto modo bueno que los partidos propongan cosas que interesen a los votantes, pero sobretodo si las piensan cumplir. Mientras tanto, yo seguiré esperando a que un partido de izquierdas haga propuestas que como las de Minsky me resulten mínimamente creíbles y me saquen de mi abstinencia, siempre que el consulado me envíe las papeletas a tiempo.