Fela Kuti, Ramoncín y las autoridades
Los detalles mezquinos de cómo el tesorero del PP logró desviar a Suiza un importe ni más ni menos que 440 veces superior al del fraude literario de Amy Martin son completamente desconocidos por el momento, pero lo que la repercusión en la prensa de uno y otro asunto ha sido parecida.
Fela Kuti, o simplemente Fela, es desgraciadamente poco conocido fuera de África, en donde su figura alcanza por el contrario proporciones míticas. Los españoles amantes del funk probablemente lo conozcan como el padre de un ritmo de cualidades hipnóticas denominado afrobeat, pero en su Nigeria natal es más conocida su faceta como activista político contra el régimen militar que oprimió a ese gran país durante décadas y por el personaje que Fela en sí mismo encarnaba, que llevó una existencia de esas que los americanos (que hicieron un musical de éxito sobre su vida en Broadway) denominan bigger than life.
Hijo de un maestro acomodado y pianista de talento y de una activista feminista y primo-hermano del escritor Wole Soyinka, en 1958 su familia le envió a Londres, donde confiaban en que Fela estudiaría medicina como sus hermanos. Pero Fela tenía otros planes en mente: se inscribió en un conservatorio y formó una banda de jazz, los Koola Lobitos. Regresó a Nigeria en los 60, reformó la banda y se convirtió en la figura más destacada del incipiente afrobeat, lo que le llevó de gira a Estados Unidos a finales de los sesenta. Coincidió allí con los Panteras Negras, su presencia en América dejó de ser bien recibida y se volvió a Nigeria al no serle renovado el permiso de trabajo.
Ya en los setenta, completamente convertido al Black Power formó una comuna que llamó la República de Kalakuta; una República de lo más peculiar ya que Fela la compartía con 27 esposas que recibían el título de reinas. La República de Kalakuta funcionaba también como una discográfica cooperativa, en la que los músicos que la integraban podían producir su música con plena independencia. Totalmente politizado, se cambió uno de sus nombres (Rer) que estimaba de origen esclavo, por Anikulapo, que en lengua yoruba significa algo así como el cazador que lleva la muerte en su petate. Pese a que Kalakuta preconizaba un retorno a las raíces africanas y el culto a los Orishas en vez de a divinidades extranjeras, Fela decide cambiar el yoruba por el inglés (en su variante pidgin) para lograr una mayor repercusión de sus canciones con un contenido político más marcado, logrando un enorme éxito en Ghana y en su propio país, muy incómodo para la junta militar a la que Fela denominaba la I.T.T. (por International Thief-Thief (Ladrón-Ladrón)) Corporation.
Después de que su comuna y el templo en el que actuaba habitualmente fueran destruidos por el Ejército, Fela y sus reinas se refugiaron en el Hotel Crossroads de Lagos, en cuyo club actuaba casi todas las noches. He encotrado un link en Youtube que permite hacerse una buena idea de lo que debió de ser aquella época. En él vemos a un Fela con un atuendo mínimo rodeado de un coro de reinas y armado de un micrófono y un cigarrillo -probablemente de la categoría mágica- regalándonos uno de sus grandes éxitos, Authority Stealing. La letra no tiene desperdicio, y Fela dedica a los dirigentes nigerianos algunas lindezas como thief (ladrón), rogue (sinvergüenza), robber (atracador) o pickpockets (carteristas), para proclamar antes del final "we must do something about this nonsense!", es decir: "¡Tenemos que hacer algo (para acabar) con este sinsentido!"
Y bien que intentó Fela canalizar toda esa indignación: a finales de los 70 formó un partido político, el Movimiento del pueblo, e intentó presentarse a las elecciones presidenciales dos veces. Su candidatura fue vetada por el poder del que era enemigo declarado. Inició un periplo judicial, que incluyó 4 detenciones, 365 visitas a los tribunales y que le costó la separación de 20 de sus 27 reinas. Después de llevar una vida llena de excesos de todo tipo, Fela falleció en 1997 víctima del maldito VIH que tantos estragos causa en África.
La bloguera Alana Moceri nos contaba hace poco en un post cómo un chusco asuntillo relativo a unos artículos escritos con un seudónimo ridículo por un ideólogo del PSOE posiblemente le costara indirectamente a ella o a otras personas honradas su puesto de trabajo. En un giro esperpéntico de la historia, la exmujer del ideólogo dijo ser ella la autora de los textos de lo que no era más que un inocente juego literario, del que su ex sería completamente ignorante.
Los detalles mezquinos de cómo el tesorero del PP logró desviar a Suiza un importe ni más ni menos que 440 veces superior al del fraude literario de Amy Martin son en cambio completamente desconocidos por el momento, por lo que la repercusión en la prensa de uno y otro asunto ha sido parecida. Por la misma regla de tres, en el apogeo de Gürtel se hablaba tanto de trajes como de cuentas en las Islas Caimán. 22 millones de euros son muchos, es una de esas cifras en las que uno empieza a perderse y en cambio 50.000 euros nos los podemos imaginar muy bien. Retomando el ejemplo de la historia de Alana Moceri, y para dar una idea precisa de la magnitud de la cifra, 22 millones de euros podría tranquilamente traducirse indirectamente en más de 500 empleos de ciudadanos honrados afectados, aunque es justo reconocer que la ministra Báñez sería capaz de obtener la cifra que usted desee en base a los mismos datos.
Si hay algo que no echo de menos de España, salvo alguna honrosa excepción, es su música, pero quizás lo que está ocurriendo hoy en España inspire a algún trovador de talento a traducir la justa indignación existente en gran arte, como fue el caso de Fela, y por lo menos algo bueno quede de todo esto. Dudo sin embargo que Ramoncín y sus coleguis de la SGAE resulten mínimamente creíbles en el papel de juglares del contrapoder.