Sobreviví 8 veces al cáncer. Estas son las 5 lecciones que aprendí
A lo largo de los últimos 40 años, he pasado por una historia increíble con el cáncer. Habiendo afrontado el cáncer no una ni dos, sino ocho veces, y habiendo ganado las ocho, no hace falta decir que he tenido que luchar mucho y muy duro para convertirme en una superviviente. Por suerte, tuve la fortuna de contar con unos estupendos servicios médicos que me apoyaron durante todo el proceso. Y sí, he aprendido unas cuantas cosas por el camino.
Me he enfrentado muchas veces a la posibilidad de la muerte. Sobreviví al cáncer y aún a día de hoy sigo luchando contra la enfermedad metastásica. Cuando has vivido una vida como la mía, lo que aprendes por el camino puede ayudarte a llegar al día siguiente. Estas son las lecciones vitales que aprendí durante mis batallas contra el cáncer.
Cuando eres una joven de 27 años, lo último que esperas que te diga el ginecólogo es: "Los resultados dan positivo. Tienes cáncer". El corazón se te sube a la garganta. Te entra miedo de morir por no poder respirar, pero el sistema nervioso autónomo aparece y te hace pegar una bocanada de aire. Y, entonces, te viene un pensamiento a la mente: a la abuela también le diagnosticaron cáncer cuando era joven y murió unos meses después. No era tan joven, pero ¿estaré muerta pronto?
Y así se presentó mi primer cáncer. Tras respirar hondo varias veces, consternada, recobré la compostura y pregunté con más calma: "¿Qué es lo que ha dicho?". Cuando el ginecólogo repitió el diagnóstico, no fue menos angustioso, pero al menos en aquella ocasión pude respirar y pensar.
Intenté con todas mis fuerzas no entrar en pánico. También fue difícil convencerme a mí misma de que cuidar de mi abuela cuando tenía 11 años no me había provocado el cáncer. No me lo había "contagiado". Sí que me di cuenta, sin embargo, de que lo había heredado a través de los genes de mi madre. Conocer mi historial familiar no cambió mi realidad, pero me hizo más sencillo asumir los hechos. También me dio la voluntad de luchar por una mejor atención médica de la que no disponía mi abuela hacía 16 años.
Conocer la historia de mi abuela me animó a luchar para sobrevivir. Para ello tuve que indagar. Antes de nada, quise saber en qué consistía exactamente mi enfermedad y si había información disponible para guiarme durante la batalla.
Empecé a llamar a mis familiares para preguntarles algunos detalles sobre lo que tuvo mi abuela y el tratamiento que recibió. También acudí a la biblioteca pública y al centro de recursos del hospital para recabar toda la información posible. A veces esa información era aterradora, pero también aprendí que no todo podía extrapolarse a mi caso. Eso sí que fue un alivio. En la actualidad, tenemos la información a mano en Internet. Demasiado a mano, a veces. Por eso, en ocasiones advierto a otros enfermos de cáncer que se aseguren de qué información es válida para su diagnóstico concreto y que no caigan en una espiral de datos que no tienen nada que ver.
Asegúrate de recurrir también a tu equipo médico como fuente de información. En mi caso, mi médico general fue una inacabable fuente de conocimiento. Me explicó muchos de los tecnicismos que no entendía sobre mi enfermedad. También me recomendó con insistencia que pidiera una segunda opinión para confirmar el diagnóstico, ya que así podría escoger mejor las opciones que tenía.
Tras hablar con mi médico general y con el especialista, busqué una segunda opinión. Hice un listado con todos los centros médicos de mi ciudad y me pregunté qué opciones tenía tomando en consideración mi seguro médico y mi situación financiera. ¿Podría pagar el tratamiento que necesitaba para sobrevivir? ¿Era mejor extirpar solo el tumor o extirpar el órgano entero? ¿Valdría cualquiera de esas alternativas para salvarme la vida? ¿Qué opción me brindaría la mayor calidad de vida tras la operación? ¿Cuál era la mejor opción para asegurarme de que el cáncer no regresara, o al menos no en el mismo lugar?
Me llevé una alegría cuando me confirmaron que el seguro médico que llevaba años pagando cubría los gastos de la operación. También fue una batalla conseguir que me hicieran la operación que quería, la que sentía que necesitaba, en lugar de la que me recomendaban. Debido a mi edad, me insistieron en dos ocasiones que era muy joven para someterme a la operación que pedía. La comunidad científica me recomendaba quitarme solo el tumor. Yo quería extirparme el útero completo.
Este fue otro de los momentos en los que fue muy importante analizar con cuidado todas mis opciones y hacer lo que me convenía. Activé el modo de batalla. Contacté de nuevo con mi médico general y cambié de especialista para asegurarme de contar con un médico que apoyara mis decisiones. Me enviaron sus recomendaciones, solicité registros médicos que sustentaran mis preocupaciones, presenté mi solicitud a la aseguradora y pedí que me hicieran la operación que consideré que mejor me vendría, que fue la que me salvó.
Por suerte, la junta de apelación fue rápida deliberando, en parte por la naturaleza agresiva del cáncer de mi abuela. Coincidieron en que, si tenía exactamente el mismo tipo de cáncer que mi abuela, no me quedaba mucho tiempo de vida. Di saltos de alegría y lloré como un bebé cuando leí la carta en la que me concedían la aprobación para el pago de la operación que quería. Esta experiencia fue la prueba de que tenía que ser mi propia defensora, incluso cuando hay que luchar a contracorriente.
Esas primeras lecciones las aprendí durante mi primera batalla con el cáncer. Son lecciones que me quedaban cada vez más claras conforme me diagnosticaban una y otra vez distintos tipos de cáncer. Y sí, fui aprendiendo más lecciones conforme pasaba el tiempo, y por eso también me alegro de haber mantenido un diario del proceso. Me ayudó a recordar lo que había aprendido cada una de las veces y lo que hice para sobrellevar la enfermedad. Me ayudó a recordar cómo me había comunicado con los doctores y con la aseguradora. También me sirvió de recordatorio para seguir luchando por lo que quería y necesitaba.
Una de las lecciones más importantes que he aprendido a lo largo de mi vida es que debo conocer mi cuerpo. Muchas personas solo están en sintonía con sus cuerpos cuando están enfermos, pero también es importante saber cómo se siente el cuerpo cuando está sano, cuando no hay indicios de enfermedad. Saber cómo es estar normal te ayudará a notar cuando algo cambia, que será el momento de ir al médico a comprobarlo.
Algo muy importante y a la vez una de las formas más sencillas de hacerlo es pedir que te realicen un chequeo anual para que tu médico general pueda verte cuando estás en buen estado. Así tendrá unos datos de referencia para ver cuándo estás bien y cuándo hay indicios de que se acercan problemas. De este modo, podrán controlarte y tratarte antes de que el problema empeore. Y, de nuevo, tu historial familiar adquiere importancia: el médico podrá ver qué síntomas, si los hay, suponen un riesgo mayor para ti. Problemas como la hipertensión, la diabetes, e incluso a veces el cáncer pueden detectarse antes de que supongan una amenaza importante para el organismo y para tu vida. En muchos casos, la detección desempeña un papel importante a la hora de conseguir que el tratamiento tenga éxito.
El cáncer ha sido una constante en mi vida, pero todavía no ha ganado ninguna batalla. He aprendido muchas cosas como superviviente de varios cánceres y espero seguir transmitiendo estas lecciones que me han ayudado a llegar hasta aquí. El cáncer me ha enseñado un montón sobre la vida y sobre mí misma. Espero que estas lecciones os ayuden, aunque sea un poco, a afrontar vuestra enfermedad. O mejor aún: espero que jamás tengáis que afrontar una de ellas.
Anna Renault es escritora, oradora y locutora de radio. Ha sobrevivido a múltiples brotes de cáncer en los últimos 40 años. También es madre y abuela. Cuando no escribe, suele estar leyendo o disfrutando con la familia y los amigos. Puedes leer más sobre ella en su página web.
Este post fue publicado originalmente en Healthline, apareció posteriormente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.