El científico sin fórmulas
Para entender el amor, pero también muchas otras facetas de nuestras vidas, necesitamos sumar los resultados de varias áreas del conocimiento, desde la química, la física y las neurociencias, hasta la biología y la paleoantropología, sin olvidarnos nunca de dos ingredientes indispensables: el pensamiento crítico y la imaginación. Como científico sin fórmulas, cargo todas estas herramientas en mi mochila y me embarco en un viaje alucinante para conocer los secretos de la vida.
A aquel niño las matemáticas nunca se le dieron especialmente bien. Además, tenía la impetuosa y fastidiosa costumbre de llevar la contraria a todo el mundo. La conjunción de ambas cosas llevó al chico a convertirse en un científico sin fórmulas, puesto que, pese a la desaprobación de algunos profesores, decidió estudiar ciencias. Aquella persona era yo, y me alegro de haber tomado ese camino.
Y es que el conocimiento científico resulta apasionante y representa uno de los mayores hitos de la carrera del ser humano como especie: la ciencia nos ha permitido viajar en el espacio -utilizando hidrógeno, hemos enviado a astronautas a la luna- y en el tiempo -mediante isótopos de carbono, hemos puesto fecha a restos humanos enterrados durante milenios en el hielo-. Ahora disponemos de fórmulas para calcular el tiempo de vida de una estrella o la presión que Supermán debería aplicar sobre un trozo de carbón para convertirlo en un diamante. Sin embargo, la compleja realidad de los seres humanos, así como de otros seres vivos, no puede explicarse con simples fórmulas. Por ejemplo, la atracción física entre dos personas, así como los lazos emocionales que les unen, no pueden medirse ni ser calculados mediante ecuaciones del mismo tipo de las que describen la fuerza entre dos partículas.
Por tanto, para entender el amor, pero también muchas otras facetas de nuestras vidas, necesitamos sumar los resultados de varias áreas del conocimiento, desde la química, la física y las neurociencias, hasta la biología y la paleoantropología, sin olvidarnos nunca de dos ingredientes indispensables: el pensamiento crítico y la imaginación.
Como científico sin fórmulas, cargo todas estas herramientas en mi mochila y me embarco en un viaje alucinante para conocer los secretos del amor, el sexo, el miedo, la soledad, la creatividad, el éxito, la educación o el futuro.
Durante el viaje, conozco a investigadores que me llevan al nanomundo, a astronautas que me cuentan cuál es la mayor amenaza del planeta, a científicos que mueven cuerpos con la mente y a exploradores del tiempo y de nuestra evolución. También descubro que la ciencia puede ser sexy, y que se pueden construir naves espaciales que no vuelan, que los pulpos podrían algún día conquistar el mundo y el espacio, o que desmontar terapias alternativas te puede llevar a enfrentarte a un príncipe. Y muchas cosas más que os traigo en mi formato favorito: historias de ciencia.
Todo ello con un único objetivo: tratar de entender el mundo sin entender de fórmulas.
¿Lo queréis intentar conmigo?
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