Putin y las elecciones: la ficción de su 87% de votos le empodera y revela a la vez su debilidad
El mandatario ruso encara ya su quinto mandato sin que haya cambios a la vista, sólo más Vladimir, más expansionismo, más nacionalismo, más represión y control de un pueblo que no se le revuelve, donde la resistencia hace lo que puede.
Un candidato logra un 87% de los votos y la lectura inmediata de semejante dato está clara: aval mayoritario de los electores, por aclamación. Pero si hablamos de Rusia y Vladimir Putin, hay que poner matices. Que no había candidatos opositores reales, más que tres señores de poco fuste. Que quien levanta la voz acaba en la cárcel, en el exilio o muerto. Que ha habido sectores obligados a ir a votar hasta llegar a los niveles de vasallaje de la época soviética, de récord de apoyos a un presidente en funciones. Los números no siempre dicen la verdad. El campo no estaba nivelado.
La victoria aplastante de Putin en las elecciones de ayer refleja que hay un poder vertical que funciona, capaz de acometer las elecciones menos competitivas de la historia -Josep Stalin mediante- y las menos transparentes -no ha habido observadores internacionales y 29 regiones han podido votar de forma digital, por un protocolo del que se desconoce todo- sin que por ello la población se le levante, por más llamativas que hayan sido las protestas de opositores en colegios electorales. Concentraciones que demuestran que resistencia hay, pero no la necesaria para darle la vuelta al país.
Putin ha logrado otros seis años de poder, aún en medio de su invasión de Ucrania, ya en su tercer año, y la brutal represión de la disidencia, por lo que podrá estar en el cargo hasta 2030 si la salud se lo permite, porque no hay que olvidar que ahora tiene 71 años. Ahora está por ver el desarrollo de la nueva legislatura.
Hay líneas maestras que se ven venir, porque con el mismo capitán al mando del barco lo que se espera es continuidad. Probablemente, seguirá la guerra en el país vecino y su paralela confrontación con el Occidente que apoya a Volodimir Zelenski, además de una campaña ideológica en el frente interno para convencer a su gente de que eso es lo que hay que hacer, insistiendo en que la sociedad debe ser cada vez más militarista y poner los ojos en crecer superando sus fronteras, en volver a ser lo que fueron los rusos en otro tiempo. El afán expansionista y la amenaza a otros países del entorno postsoviético, manifestado a diario por Putin y su equipo, seguirá siendo una presión constante.
Los aliados de Kiev han salido en tromba a denunciar que las elecciones no han sido limpias y que su resultado no se puede aceptar, pero internamente la victoria, el rodillo, sí que permite al Kremlin argumentar que toda la nación se ha unido en torno a Putin y que el presidente ruso cuenta con el pleno apoyo de su pueblo. No es que ese pueblo ruso esté ciego, sino que la plancha de silencio que aplasta a buena parte de ellos los ha llevado, forzadamente o por inercia, a darle su voto y avalar sus políticas. Un "ejército de almas muertas", como las llama con precisión la socióloga Ekaterina Schulman, del Fondo Carnegie para la Paz Internacional (Carnegie Endowment for International Peace) en una entrevista en POLITICO.
Los matices
"Ha habido protestas importantes en Moscú o San Petersburgo, cuando la represión a los críticos está llegado a niveles desconocidos, gente que se ha atrevido a emitir votos nulos con mensajes que no llegarán a mi abuela por televisión, pero de los que el Kremlin tomará buena nota", sostiene el activista Andrei Safronov, exiliado en Letonia y colaborador en reportes de organizaciones internacionales como Human Rights Watch.
"La frase de Putin en la noche electoral de que todos somos un solo equipo es una mentira", lanza. "Lamentablemente, hay una porción importante de mi país que lo apoya, no lo niego, pero también que ese apoyo parte del miedo a lo que pueda venir si no está él o a la falta de otros liderazgos, porque los ha anulado poco a poco. Y hay que denunciar que hay colectivos que han acudido a votar obligados, claramente en sentido de Putin, rehenes de él, funcionarios de empresas nacionales, estudiantes universitarios, personal de fábricas de millonarios amigos...", recuerda.
En Rusia, en los últimos dos años se cerraron todas las cabeceras de la prensa libre y las principales organizaciones de derechos humanos, mientras que el Parlamento, los tribunales y la Comisión Electoral están abiertamente al servicio del poder, de acuerdo al plan de "purificación" de la sociedad rusa, como lo llama el presidente. Ese no es un escenario limpio en el que leer ningún dato con claridad.
Safronov, vía Facebook, añade que no se pueden contar como válidos los votos de los "supuestos" 4,6 millones de ciudadanos de las cuatro regiones ucranianas que Rusia declaró como propias en septiembre de 2022 -Donetsk, Lugansk, Zaporizhzhia y Jersón-, donde "se ha votado a punta de pistola, donde los soldados han entrado en las cabinas, donde se ha ido por las casas ordenando a los civiles que preparen su voto". Además, dice que la cifra de electores, de partida, ya no es creíble, porque las regiones han quedado "prácticamente desiertas" por la guerra. "La gente se fue, la gente se ha ido muriendo, quedan además combates en varias zonas que no están 100% bajo control ruso. Queda poca gente y esa poca gente ha sido obligada a votar. Es ficción", ahonda.
Aunque sea con elecciones "fake", como las ha llamado España, Putin puede afirmar que tiene un mandato popular para su guerra en Ucrania y para la dirección en la que dirige a Rusia, sea la que sea. Es una confirmación útil de que su sistema de asfixia social funciona y se ha tejido una redo un colchón por si llegan manos tiempos. Por ejemplo, en la prensa crítica con Moscú -en en exilio, como el Nóvaya Gazeta- se señala que en 2018 el mandatario usó públicamente su apoyo en las urnas para justificar una dolorosa reforma de las pensiones y ahora podría abordar, con la misma técnica, apuestas complicadas, desde la reforma de su gabinete a un aumento en el reclutamiento de reservistas, cuando ya hay 300.000 enviados a Ucrania. En su intervención de anoche, Putin dijo vagamente que tenía "muchas tareas por delante" tras su reelección.
Tiene la espalda resguardada con la población y, también, con quien puede levantarle la voz, en el Kremlin o entre los poderosos, los ricos, en los que sostiene su sistema. El mensaje queda lanzado: cambiada la Constitución a capricho en 2020 y con la pátina de legitimidad de las urnas, Putin queda declarado como "el hombre", el único líder que puede hacer frente a los problemas del país, constatando frente a esos otros tres candidatos cuyos nombres casi nadie recuerda que la opción eran él o el caos, un mensaje que ha calado tremendamente en la población.
Aunque ya se ha encargado la maquinaria estatal de sacar de la foto a los verdaderos opositores, anulando la lista del llamado candidato por la paz o metiendo entre rejas a otros -la familia de Alexei Navalni atribuye a Moscú su muerte, aunque encontrar pruebas es prácticamente imposible-, el mensaje que lanza Putin de puertas para adentro es igualmente importante, cuando no ha pasado aún un año de que el grupo de mercenarios Wagner intentó dar un golpe. Aquel levantamiento, encabezado por Yevgeny Prigozhin, planteó un desafío directo a la autoridad de Putin y acabó con su cabecilla muerto y el grupo rediseñado y bajo el manto del Kremlin. Fin.
Así que el mensaje queda claro ante sus críticos, los que entienden que es un blando y habría que ir a por Ucrania con todo y aquellos que ponen dinero para que siga donde está, los poderosos, los oligarcas, algunos críticos también en los últimos tiempos, a los que les pone por delante un verdadero sobresaliente electoral. Es como decirles que no hay alternativa, que está fuerte, que sigan con él. El problema es cuánto de espejismo hay en esa realidad y si el remedo de democracia ayudará a tapar las grietas del liderazgo.
Importante es también cómo encaja el aval el propio Putin, con sus aires de grandeza, como los viejos emperadores, porque puede sentirse aún más poderoso, incluso invencible. En su intervención para festejar la victoria, en su cuartel general de Moscú, se mostró desatado. Todo confianza, la de quien se acerca a los 30 años en el poder con un nuevo mandato y se convertirá en el líder ruso con más años de servicio desde Catalina la Grande, más que Stalin. La confianza de un líder que ha construido un sistema político que le ha proporcionado el 87% de los votos y un quinto mandato presidencial. Casi nada.
"Estoy convencido de que comprenden el difícil periodo que atraviesa ahora nuestro país, los difíciles desafíos a los que nos enfrentamos en casi todas las esferas", dijo. "Y para seguir respondiendo a ellos con dignidad y superar con éxito las dificultades, seguimos necesitando estar unidos y tener confianza en nosotros mismos".
Putin se felicitó de los avances de Rusia en la guerra en Ucrania, hablando más con seguridad que con aires, porque hay ganancias que mostrar y pisa fuerte. Insistió en que la iniciativa está "plenamente" del lado de su país, atacó a las democracias de Occidente, las amenazó de nuevo si entran en Ucrania y, embravecido, hasta habló por primera vez de su máximo opositor, Navalni, y su muerte sospechosa en una cárcel más allá del Círculo Polar Ártico. Es un nombre que siempre evita, siempre. "Así es la vida", lo despreció en una rueda de prensa de esas que tan caras vende desde el inicio de la "operación militar especial" sobre Ucrania.
Los críticos señalan que la confianza política en un líder, especialmente el exceso de confianza, puede ser peligrosa. Más aún en un país en el que no hay controles, filtros ni equilibrios, porque el presidente lo es todo. Así que hay riesgo de que su delirio de grandeza, tras las elecciones, le haga despegar aún más los pies de la tierra.
El riesgo de creérselo
"Que ganaría era lo sabido, porque había convocado justo para eso, para tener estabilidad, un dato bueno de participación y avales como un pilar en el que apoyarse. Sin embargo, la estabilidad viene de la legitimidad, algo que él mismo ha defendido en la campaña, y aquí no hay tal. Está tan magnificado su éxito, es tan exagerado, tan poco natural esa cifra, que ni él puede confundirla con la realidad", sostiene al teléfono la asesora política independiente bielorrusa Volga Nikitsenka, desde Bruselas.
A su entender, es "evidente" que la victoria de Putin era "la conclusión inevitable" de la cita de ayer, pero porque "prohibió toda crítica al Kremlin, a su persona o la guerra y bloqueó la postulación de cualquier candidato de la oposición" y eso evidencia, entiende, "debilidad". "La necesidad de atarlo todo es un signo de fortaleza, sino de autoritarismo", destaca.
Putin ha solidificado su control del poder a pesar de los esfuerzos occidentales por imponer duras sanciones económicas a Moscú por la invasión de Ucrania. El ejército ruso ha recuperado la iniciativa contra las fuerzas de Kiev, superadas en número y armamento, mientras que la economía rusa se ha recuperado, aunque sea poniendo todos los huevos en el mismo cesto, gracias a un aumento del gasto en defensa en tiempos de guerra y los salvavidas económicos de países amigos como China. El mandatario parece cada vez más confiado en una victoria rusa en el país vecino, porque logran conquistas y la ayuda occidental a su oponente se estanca. "Negociar ahora sólo porque se están quedando sin munición es algo ridículo de nuestra parte", dijo anoche, mostrando confianza en que Ucrania está en posición de repliegue.
"Más que una medida del sentimiento del público, las elecciones parecen una prueba a nivel nacional del aparato estatal, una puesta al día. Ha funcionado", sostiene la politóloga, por más que la contienda le haya costado más de 350.000 bajas a Rusia, además de importantes pérdidas de equipos y daños por los ataques ucranianos detrás de las líneas del frente.
Aún así, advierte del riego para el presidente ruso de quedarse "con la impresión y no con la realidad". "Una cosa es saber lo que hay detrás de ese 87% de apoyo y, otra, no querer asumir que no te lo han dado porque lo vales", resume. "Si los que hoy lo apoyan, empezando por quienes ponen dinero, hacen una lectura de debilidad, de que ha tenido que recurrir a demasiados trucos para lucir ese buen dato, a lo mejor se plantea un debate interno que no guste a Putin, hasta la posibilidad de un cambio interno, algo que nunca se ha concretado", dice.
A su entender, no es "desdeñable" la base popular de quien piensa que Putin fue el hombre que los salvó a finales de los 90, cuando aún la descomposición de la URSS pasaba factura, electores que confían en su fortaleza y en su capacidad de "poner orden", aunque el precio haya sido la libertad y la democracia. "Eso toca la fibra de cierta parte del país, numerosa, mientras otros están sumidos en la apatía cortoplacista de estar bien, tener las necesidades cubiertas y callar mientras se limpia el panorama político y se les niegan potenciales alternativas".
Predecir el curso de acción de Putin tras las elecciones es complicado. A corto plazo, el líder ruso ha blindado su economía contra las sanciones; sus fábricas de municiones están produciendo más que Estados Unidos y sus socios -se dedica a Defensa un 6 % del Producto Interior Bruto ruso- y el panorama político se ha despejado de toda competencia. Pero pueden venir tiempos complicados si esas sanciones, ya rodadas, empiezan a surtir efecto y su industria, tan poco diversificada en este instante, queda expuesta, o si aliados como Pekín dan un paso atrás en sus lazos para no ser también pasto de castigos occidentales.
Y la guerra siempre es impredecible, ya se sabe, con variantes que pueden venir del campo de batalla o de los despachos. Por ejemplo, la amenaza occidental de no reconocer los resultados de las elecciones presidenciales rusas no preocupa a Putin, quien ha depositado todas sus esperanzas en la victoria de Donald Trump en los comicios estadounidenses de noviembre. Todo puede darse la vuelta.
Sean cuales sean los esfuerzos de Putin por poner las cosas a su favor, no es probable que los problemas a largo plazo de Rusia, como el declive demográfico, el coste de la guerra y su aislamiento mundial o la fragilidad inherente al gobierno unipersonal desaparezcan antes de que Putin se presente a un sexto mandato. Con eso tendrá que lidiar y con la precaución de no creerse lo que no es.