La soledad de Palestina, una maldición de 75 años
Este 29 de noviembre la ONU conmemora el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino. Su causa es universalmente considerada justa y despierta simpatías, pero no tiene abogados que la defiendan hasta el final. Y así sigue.
Este miércoles, 29 de noviembre, es el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, declarado como tal por Naciones Unidas desde 1977. Dice la ONU que la jornada "brinda la oportunidad a la comunidad internacional de centrar su atención en el hecho de que la cuestión palestina aún no se ha resuelto". A la vista de lo que ocurre estos días en Gaza, Cisjordania, Jerusalén e Israel, hace falta mucho más que un día para tomar conciencia de semejante asignatura pendiente.
Todo es dolorosamente fresco estos días. En la sede de la organización, en Nueva York, se va a inaugurar una exposición titulada "Palestina, una tierra con su gente", que recuerda la Nakba, cuando los palestinos abandonaron sus casas en la guerra de 1948 y han crecido hasta ser hoy cerca de seis millones de refugiados en el mundo. En Gaza se teme justo una segunda Nakba o catástrofe, por el desplazamiento forzoso de civiles hacia la frontera con Egipto.
En los materiales editados por la ONU para este día se habla de que la palestina es "la causa nacional más universal" del planeta, "extendida en mentes y corazones" de todo el mundo por su carga de "desposesión y desplazamiento, ocupación y opresión". Términos que Tel Aviv rechaza hasta el punto de pedir que dimita el secretario general, Antonio Guterres.
Esa "resistencia épica" de la que dan cuenta libros y folletos, que tiene "ecos de lucha por la libertad y la dignidad que van por encima de la historia y la geografía", llega a este día de recuerdo sumida en una crisis desconocida desde que nació Israel y se iniciaron las guerras con los árabes, hace 75 años. La jornada, de hecho, recuerda la votación de la resolución 181 de la Asamblea General de la ONU, la que partía la Palestina histórica en dos estados, y asume que la tarea sigue "inacabada": sólo hay un estado como tal.
El mundo llora hoy a los palestinos y, efectivamente, su causa siempre ha estado a flor de piel de la comunidad internacional, muy por encima de otros conflictos olvidados. Hay coincidencia en que es justa, en que debe acabar en un país soberano, independiente y en paz al lado de Israel -algo que había avalado en el pasado desde el actual primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a su aliado máximo y habitual mediador, Estados Unidos-, pero no tiene quien la defienda hasta el final, ni dentro -de la Autoridad Nacional Palestina a milicias como Hamás-, ni en el entorno inmediato -el mundo árabe- ni más allá -Occidente y las grandes potencias como Rusia o China-. Se llama soledad, porque aunque se lloren sus males, no se defiende su causa.
Es una larga historia. Tras la guerra del 48 y la diáspora de unos 700.000 palestinos de sus hogares, los estados árabes que habían batallado contra Israel (Egipto, Transjordania, Siria, Irak y Líbano) dieron refugio a los palestinos y un apoyo de palabra que, con los años, se convirtió en una bandera para afianzar legitimidades regionales e internas, especialmente en el Golfo Pérsico. Palabras, pero pocos hechos, por más que la etiqueta de "hermanos palestinos" resuene en todo el mundo árabe y, sin duda, haya una enorme conexión con ellos a pie de calle. Los gobiernos y regímenes ya tal.
Costó años armar un movimiento nacional palestino en el exilio, el de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), primero con operaciones militares aisladas y luego con alma de acción común. Yasser Arafat y su gente lograron unir y visibilizar la identidad palestina, poner la causa en la agenda mundial, negociar en una mesa con Israel renunciando a la violencia y reconociendo el derecho a existir del adversario y conquistar luego cierto autogobierno. Sin embargo, el proceso de paz lleva estancado desde 2014 y no ha habido presiones internacionales serias para retomarlo, porque el mundo se ha entretenido en otras cosas.
Con la actual, la zona ha vivido siete guerras, dos Intifadas, infinitos picos de violencia... Parecía que el conflicto estaba estancado en un statu quo beneficioso para Israel, el ocupante. El olvido era generalizado. Las conversaciones de paz no estaban en la agenda de ninguna gran potencia, que es lo mismo que decir EEUU, que es el único que puede llevar a las dos partes a la mesa, por más parcial que sea, a favor de Tel Aviv, históricamente.
Los años de las primaveras árabes no sembraron la zona de esperanzas de cambio, pero no se perdían las ganas porque en 2012 se abordó y se ganó una batalla diplomática de las más fieras que ha librado: Palestina logró que Naciones Unidas lo declarase estado observador, no miembro, de la organización. Fue por 138 votos a favor, nueve en contra y 41 abstenciones. Eso le abrió la puerta a organismos y agencias de la ONU, incluyendo la Corte Penal Internacional, donde se busca el procesamiento de Israel por crímenes de guerra.
De los 193 países de la ONU, 139 reconocen a Palestina formalmente como Estado. En la Unión Europea, son sólo diez de 27, cuando desde la ANP se defiende este paso como el mejor espaldarazo a su causa y el aval a su propia interlocución y camino, frente a opciones más radicales como la de la propia Hamás. Israel, incluso con este avance, sostiene que Palestina no es un socio fiable para la paz.
En los últimos años, se había producido un aislamiento mayor de los palestinos porque había cambiado una dinámica que, indirectamente, estaba a su favor: el mundo árabe se negaba a tener relaciones con Israel y mantenía sus negocios o universidades cerrados a Tel Aviv. Pero ya no más: la llegada de los Acuerdos de Abraham impulsados por el expresidente de EEUU Donald Trump cambiaron las cosas y pusieron por delante el negocio a la política. Se aceptó paulatinamente como normal que hubiera relaciones con Israel en Baréin o Emiratos Árabes. Lo que antes era el frente panárabe unido con Palestina ahora era una lista de estados deseosos de tener turistas o acuerdos científicos y hasta defensivos con Tel Aviv.
La idea de "tierra por paz", defendida en las últimas décadas, fue aparcada, así como la llamada Iniciativa Árabe de Paz, propuesta por Arabia Saudí en 2002, apoyada por la Liga Árabe y que planteaba que sólo se establecerían relaciones con Israel a cambio del fin de la ocupación militar y la creación de un estado palestino soberano. Si no fue el dinero, fue la estrategia: a Marruecos le venía bien un apoyo en el conflicto del Sáhara Occidental; a Sudán que se levantaran parte de sus sanciones de EEUU; a Emiratos, tener mejor acceso a armas norteamericanas... Arabia Saudí estaba preparando su acuerdo para ya, cuando la guerra lo ha frenado.
Los estados hermanos estaban en esta fase, mientras los grandes del mundo miraban a la guerra de Ucrania o las amenazas en el Indo-Pacífico, como si Palestina fuera algo secundario. Rusia y China siempre han usado y usaron la causa palestina para denunciar el doble rasero occidental, sin más compromiso real con su gente. Israel, mientras tanto, ha tenido margen de maniobra para seguir ocupando y aplicando políticas calificadas hasta por la ONU como de "apartheid" y la apuesta por las colonias en Jerusalén Este y Cisjordania -en la que residen ilegalmente casi 600.000 personas- se ha redoblado con la llegada al poder del Gobierno más ultraderechista de la historia de Israel, aún con Netanyahu a la cabeza.
Frío... y división
La llegada de radicales de derechas, nacionalistas y religiosos, es uno de los motivos por los que se explica el ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre pasado. Cada vez más colonias, cada vez más provocaciones en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén. A eso se ha sumado el acercamiento de Riad con Tel Aviv, que se entiende como un abandono definitivo de la causa palestina, una traición, y se enmarca en esa corriente general de abandono, más el bloqueo de la franja de Gaza desde 2007 y sus consecuencias humanitarias, la imposibilidad de tener una solución política al conflicto a la vista, la cercanía de Occidente con Israel, la falta de relevo en el liderazgo palestino y la debilidad de la ANP.
Estos dos últimos factores son esenciales para entender la situación actual de Palestina, más allá de ese frío general. La fragmentación interna es causa de desesperanza desde hace 17 años. La victoria de Hamás en unas elecciones y su poder en Gaza, mientras la ANP, desde la capital administrativa de Ramala, seguía bajo el poder de Fatah, ha separado a los palestinos. Físicamente separados, con una fragmentación del territorio buscada por Israel que los estrangula en sus relaciones familiares, académicas, empresariales y culturales, y políticamente enfrentados, también.
No ha habido avances en estos años -tampoco a esto han ayudado naciones árabes, cuando por ejemplo en Qatar vive el líder de Hamás, Ismail Haniye-, más allá de conversaciones de unidad que no han cuajado realmente. No ha habido elecciones, no ha habido cambio en el poder, en el que mandan ancianos como Mahmud Abbas cuando más de la mitad de su población tiene menos de 25 años y el tiempo es otro. Ahora, el golpe brutal de Hamás le ha reportado cierta popularidad en capas de la cansada sociedad palestina, que ven en el partido-milicia al liberador de decenas de presos. Frente a eso, una ANO lenta, opaca, con sospechas de corrupción, frente a la que también se levantan partes de su sociedad, reclamando más libertades y derechos.
La Carta de la OLP no se cambia desde 1996 y las facciones palestinas son otras, el poder es otro, la ocupación es otra. Palestina necesita nuevas fórmulas de representación, en un intento de mejorar desde dentro, no esperando tutela de fuera. Hay un potente movimiento joven, mujeres, asociaciones cívicas, a las que dar cabida y que pueden influir en una nueva dirección política, que recalibre las prioridades y necesidades.
Pasó así en los primeros tiempos de la OLP pero, de nuevo, la contienda iniciada por Hamás y redoblada por Israel puede cambiarlo todo, para bien o para mal: acelerar los cambios, porque la situación previa era inaguantable, o frenarlos si estaban en ciernes, por la entrada en juego de la violencia y sus consecuencias.
El problema persiste, la causa sigue ardiendo, se ha ido resolviendo en parte el problema árabe-israelí con los acuerdos de Israel y el mundo árabe, pero el conflicto palestino-israelí no está arreglado, como se recuerda en este 29N. Pese al lastre, entre los palestinos no hay señales de rendición y de la derrota del 48, con el tiempo, nació la estructura que hoy representa a un pueblo y se sienta en despachos de todo el mundo. Del abandono y la quiebra pueden surgir nuevas dinámicas que contagien a Occidente -dicen las encuestas que cada vez más propalestino, hasta EEUU- y el mundo árabe. Que se retome la Iniciativa Árabe, que haya apuestas regionales de ayuda, que se impulsen nuevos tiempos.
Por ahora, barbarie de de Hamás hace daño a la imagen de su causa, pero los muertos inocentes de Israel recuerdan al mundo que la herida sigue abierta. Con la solución de dos estados sólo se sueña, por si un día esto acaba. Palestina no sabe si esperar, efectivamente, una Segunda Nakba de sus gazaríes hacia Egipto, si la ofensiva israelí se intensifica, una intensificación del asedio y control sobre Cisjordania por parte de Israel, una mayor toma de conciencia de los ciudadanos israelíes de que por la vía armada nada se puede resolver... Es tan grave y nuevo lo que hay sobre el tablero que nadie puede apostar por lo que habrá que llevar a exposiciones y carteles en el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino del año que viene.