Keir Starmer, el sobrio laborista que puede arrasar en Reino Unido copiando el lema de Zapatero

Keir Starmer, el sobrio laborista que puede arrasar en Reino Unido copiando el lema de Zapatero 

Tras 14 años de Gobiernos conservadores y una legislatura con tres 'premieres', este abogado y fiscal de prestigio, nombrado hasta sir, promete un cambio tranquilo y estabilidad. Ahora debe demostrar que no sólo crece por deméritos ajenos. 

Keir Starmer, en febrero de 2023, participando en el congreso de los laboristas escoceses, en Edimburgo.Jeff J Mitchell / Getty Images

Su nombre viene aparejado a sustantivos épicos y grandilcuentes: "remontada", "reconquista", "avalancha", "goleada", "marejada", "huracán", "terremoto". Pero Keir Starmer parece la antítesis de todo eso: un señor de leyes moderado y sobrio, con fama de responsable y cumplidor. Pero la historia lo ha puesto ante una misión de las que hacen época, es es así: quiere acabar con 14 años de Gobiernos conservadores en Reino Unido y devolver al laborismo al 10 de Downing Street. Y las encuestas dicen que lo hará arrasando.

Cero agitador, soso y poco carismático según sus críticos, sensible y prudente según su gente, puede lograr en las elecciones de este 4 de julio hasta un 37% de los votos, 17 puntos por encima del 20% previsto para los tories, muy distanciado del 17% de los ultras de Reform UK o el 13% de los liberales. 

"Yo sé quién soy", decía don Quijote. Starmer usó esa frase en una entrevista televisiva para asumir ante el electorado que no era una estrella, pero a cambio ofrecía "trabajo, tesón, seriedad y estabilidad". Eso se resume en el "cambio tranquilo", la misma idea que ya usó en España su correligionario José Luis Rodríguez Zapatero. Con eso le basta, dice, con saber quién es y lo que da, para prometer a la gente una vida mejor, tras años turbulentos y liderazgos muy personalistas y reconocibles -no habrá rincón del mundo que no conozca al personaje Boris Johnson. A sus 61 años, quiere "un nuevo comienzo" y hasta el Financial Times cree que es el hombre capaz de ofrecerlo y de mandar a la oposición al primer ministro Rishi Sunak. Su popularidad apenas está en un 30%, pero parece que le ha llegado el momento de demostrar que no sólo crece por deméritos ajenos.

Starmer ha pasado cuatro años como líder de la oposición arrastrando a su partido socialdemócrata desde la izquierda hacia el término medio político, un viraje al centro bien acogido por los que pensaban que su antecesor, Jeremy Corbyn -que pelea con lista propia en estas elecciones- era demasiado radical. Su mensaje a los votantes es que un Gobierno rojo, laborista, socialdemócrata, traerá nuevos tiempos y que serán más tranquilizadores que aterradores. "Un voto por el Partido Laborista es un voto por la estabilidad, económica y política", dijo Starmer después de que el primer ministro Sunak convocara las elecciones para esta semana, el 22 de mayo pasado.

Si las encuestas de opinión que dan al laborismo una ventaja constante de dos dígitos se confirman el "día d", Starmer se convertirá en el primer primer ministro laborista de Reino Unido desde 2010. Ha llovido tanto que ni el país está ya en la Unión Europea ni reina Isabel II. 

Keir Rodney Starmer (Southwark, Inglaterra, 2 de septiembre de 1962), es un abogado especializado en derechos humanos, muy comprometido con las mejoras del reglamento penal de su país, que ha ocupado el cargo de fiscal jefe de Inglaterra y Gales entre 2008 y 2013. Por más que sus oponentes quieran caricaturizarlo, no es "el típico abogado de izquierdas londinense", porque digamos que le diferencia, por ejemplo, haber sido nombrado caballero por su papel al frente de la Fiscalía de la Corona. Keir Starmer es, pues, Sir Keir Starmer, aunque él prefiera que se le siga llamando mister, algo que los tories se niegan a hacer, en un intento de demostrar que es elitista y está alejado de la realidad -como si no los hubiera en sus propias filas...-. 

Justo es eso lo que Starmer no quiere perder y, más aún, quiere enfatizar: su trayectoria de hombre común, sus raíces humildes, su apuesta por la política cuando ya tenía la vida hecha, a los 50 años, por una cuestión de compromiso. Poco que ver con un Sunak que es un exbanquero de Goldman Sachs y está casado con la hija de un multimillonario. Una de las cosas que le encanta repetir a Starmer es que adora el fútbol y va cada domingo a jugar con sus colegas del Homerton Academicals, un grupo de aficionados del norte de la capital británica. Dice de sí mismo que es un centrocampista peleón y versátil. Cuando no puede ir a ver a su Arsenal al estadio, se va al pub a verlo por la tele, cerveza en mano. "De ahí vengo", dice su vieja rutina.

Jeremy Corbyn y Keir Starmer, en el Congreso de los laboristas de 2017, en Brighton.Stefan Rousseau / PA Images via Getty Images

Carrera de caballero

Starmer es hijo de un trabajador de una fábrica de herramientas y una enfermera del servicio público de salud. Ella fue la que elogió su nombre, haciendo un homenaje a Keir Hardie, el primer líder del Partido Laborista. Apuntando maneras desde la cuna. La familia tuvo cuatro hijos y, con los sueldos cortos de los padres, los problemas de liquidez en un pequeño pueblo en las afueras de Londres eran relativamente habituales. 

"Hubo tiempos difíciles", dijo el candidato Starmer en el discurso de lanzamiento de su campaña. "Sé cómo se siente una inflación fuera de control, cómo el aumento del costo de vida puede hacer que uno tenga miedo del cartero que se acerca: '¿Traerá otra factura que no podemos pagar?'", señaló en una entrevista televisiva, en la que explicó que, si venían mal dadas, el teléfono era lo primero que se dejaba de pagar. 

La madre de Starmer sufría además una enfermedad crónica, la enfermedad de Still, que le causaba un enorme dolor y temporadas de incapacidad, y el labrista ha dicho que visitarla en el hospital y ayudar a cuidarla forjó su carácter y le permitió querer para siempre a los profesionales públicos del NHS. Si de su padre aprendió "la dignidad del trabajo", de su madre integró "la nobleza de los cuidados", explica haciendo mucho énfasis en las palabras "dad" y "mum". 

El joven Keir fue un niño de buenas notas y, tras la Secundaria, se convirtió en el primer miembro de su familia en ir a la universidad: estudió derecho en la Universidad de Leeds y en Oxford, dos campus en los que coqueteó con la izquierda radical. Después de graduarse, en 1987, comenzó a trabajar como abogado. Pasó gran parte de su tiempo brindando asesoramiento legal gratuito, "defendiendo a personas contra los poderosos", como dice en su web, trabajando en casos de alto perfil y luchando "contra viento y marea" contra firmas como Shell y McDonald's. También trabajó con el Sindicato Nacional de Mineros para evitar el cierre de minas por parte de los conservadores y defendió a personas condenadas a muerte en campañas internacionales. 

Dejó la práctica privada para mudarse a Irlanda del Norte, donde pasó cinco años como asesor legal de la nueva Junta de Policía de Irlanda del Norte. Dicho órgano fue una parte importante para unir a las comunidades después del Acuerdo del Viernes Santo que llevaron la paz a la zona. "Estoy orgulloso de haber contribuido a garantizar que funcionara en beneficio de las personas a las que servía", expone. Fue durante ese tiempo en el que conoció a la que es su esposa, Victoria, antigua abogada que trabaja para el NHS. Se casaron en 2007 y tienen dos hijos, un chico de 16 años y una chica de 13, a los que protegen con celo de la prensa. 

En 2008, el laborista pasó a la Fiscalía. "Fue todo un cambio pasar de dirigir equipos pequeños a dirigir el Servicio de Fiscalía de la Corona y liderar a sus miles de empleados. Durante ese tiempo hubo grandes recortes en los servicios públicos. Tuve que reformar el servicio para asegurarme de que siguiera brindando la justicia que la gente espera del sistema", explica. En paralelo, tuvo que participar en la resolución de algunos casos importantes que tuvieron un gran impacto en la sociedad británica, como el asesinato por motivos raciales de Stephen Lawrence, un joven negro de 18 años, o la reforma y aplicación de nuevas normas de apoyo a las víctimas de violencia sexual y doméstica. Incluso ayudó a procesar a varios parlamentarios por malversación de gastos. Un tema, el de la corrupción, que lo "asquea". 

Subió peldaños hasta convertirse en caballero en 2014 por sus servicios a la justicia penal. "Fue uno de los días de mayor orgullo de mi vida al invitar a mis padres al Palacio de Buckingham para recibirlo conmigo. ¡Incluso trajeron al perro de la familia!", suele contar. 

Keir Starmer y su esposa, Victoria, en una cena de gala para el emperador japonés Naruhito en Buckingham, el pasado 25 de junio.Aaron Chown / Getty Images

Rauda carrera política

Ingresó a la política cuando tenía 50 años, muy tarde si lo comparamos con las tradicionales carreras que empiezan en las juventudes o las nuevas generaciones de los partidos. Fue elegido al Parlamento en 2015, en la misma legislatura que Sunak. A menudo no estaba de acuerdo con el líder del partido, Corbyn, y en su papel de recién llegad y verso suelto con la vida hecha fuera no se calló ni se echó al lado, prefiriendo abandonas puestos orgánicos antes de ir por caminos que no le gustaban. Aún así, aceptó servir como portavoz laborista para el Brexit bajo las órdenes de Corbyn y también en materia de migración, lo que le dio una amplitud de miras importante en cuanto a dos de los principales problemas de Reino Unido. 

Ahora que Corbyn le hace la competencia, a Starmer le siguen preguntando por su antiguo jefe, quien fue derrotado en las elecciones de 2015 y 2019, en este último caso con los peores resultados para el Partido Laborista desde 1935. El ahora aspirante ha acuñado una respuesta de la que no se mueve: "Los líderes son temporales, pero los partidos políticos son permanentes". 

Los laboristas eligieron a Starmer por un 56,2% de los votos para liderar los esfuerzos de reconstrucción del partido tras ese hundimiento, tras no tocar poder desde los tiempos de Gordon Brown, que dejó el cargo de primer ministro en 2010. Lleva en el cargo desde abril de 2020, por lo que no es ya un recién llegado y se ha merendado cuatro años en la oposición, contra tres premieres (Boris Johnson, Liz Truss y Rishi Sunak) que no han podido con él y a los que se ha enfrentado sin excentricidades, en esa línea de datos, calma y perfil bajo. 

Su liderazgo ha coincidido con un período turbulento en el que el país atravesó la pandemia de covid-19, abandonó la UE por completo, absorbió el shock económico de la invasión rusa de Ucrania, con la peor inflación en 40 años, y soportó la agitación económica del turbulento mandato de 49 días de Truss como primera ministra en 2022. Los votantes están cansados de la crisis de la cesta de la compra y los combustibles, de la ola de huelgas en el sector público y la agitación política de los conservadores, que han agitado el barco en el peor de los momentos, cuando más necesaria era la confianza. Starmer viene prometiendo eso: futuro sin sorpresas.

Al llegar a la cabeza de su partido, hizo una limpia importante: además de pulir las aristas más a la izquierda y mirar más al centro, ha logrado reducir la división interna en un laborismo donde no hay familias, sino bandos. "el país antes que el partido", repite machaconamente. Abandonó algunas de las políticas más abiertamente socialistas de Corbyn, para disgusto de parte de sus electores, y se disculpó por el antisemitismo que, según una investigación interna, se había permitido que se propagara durante el gobierno de su antecesor. Ahora a él se le critica por lo contrario, alinearse con Israel en la guerra de Gaza. Su esposa, además, es judía y sus hijos se están criando en esta fe, aunque Starmer se dice ateo. 

Starmer se opuso firmemente a la decisión de abandonar la Unión Europea, hizo lo que pudo en la campaña del referéndum de 2016, pero ahora dice que un Gobierno laborista no buscaría revertirla. La derecha se le echa encima diciendo que es un veleta y no tiene criterio, pero él insiste en que una cosa es el deseo y otra la obligación, que el proceso es complejo y costoso y que no va a meter al país de nuevo en un lío semejante, por mucho que añore Bruselas. No habrá una segunda consulta popular, como un día quiso. 

Ahora Starmer, sobre todo, debe persuadir a los votantes de que un gobierno laborista puede aliviar los problemas del poder adquisitivo, la crónica crisis inmobiliaria o los desgastados servicios públicos, pero sin imponer aumentos de impuestos ni profundizar la deuda pública. Quiere abolir las tasas universitarias, nacionalizar algunos servicios, dar 40.000 nuevas citas semanales para reducir las listas de espera y contratar a 6.500 maestros más, sacando el dinero de impuestos a los centros privados. En inmigración, su prioridad es impedir que lleguen más barcos a través del Canal de la Mancha, desde Francia, con un comando especial de seguridad que persiga a las mafias. Ha bajado, eso sí, sus aspiraciones ambientales, ya no habla de su promesa de gastar miles de millones en inversión en tecnología verde, diciendo que un Gobierno laborista no pediría más préstamos para financiar el gasto público.

Keir Starmer, el pasado octubre en Liverpool, tras ser atacado con pegamento y purpurina por un crítico.Ian Forsyth / Getty

Sobre la mesa ha puesto incluso el debate de la conciliación, porque afirma que le gustaría estar libre el viernes a las seis de la tarde para disfrutar de sus hijos. Los conservadores dicen que eso no es un primer ministro, sino un mandatario "a tiempo parcial". "Nunca he acabado antes de las seis", insiste Sunak. En campaña, hasta han cargado con esto diciendo que sólo quiere irse porque sus hijos y su mujer celebran la cena semanal judía del shabat. 

Aunque en el debate con Sunak el primer ministro se le escapó vivo, porque ni está acostumbrado al formato ni le gusta la pelea dialéctica, Starmer espera que con su promesa de "dignidad, limpieza y sentido común", sus propuestas más edulcoradas y los errores de sus adversarios, las cuentas le salgan este jueves. "Crecí en la clase trabajadora. He estado luchando toda mi vida. Y no me detendré ahora", dijo la semana pasada en un mitin. En el anecdotario, supo mantener una compostura notable cuando un crítico subió a su escenario y lo roció con brillantina y pegamento. Ganó puntos. 

Algunos han comparado estas elecciones con las de 1997, cuando Tony Blair llevó al Partido Laborista a una victoria aplastante después de 18 años de Gobierno conservador. Pero Starmer no tiene ni el carisma de aquel líder, que hasta ponía celoso en su éxito a la reina Isabel, ni tiene un programa ideológico distinto, como aquella tercera vía que tantos ríos de tinta hizo correr entonces y tanta decepción dejó pasados los años (y las guerras). Reino Unido parece conformarse ahora con menos estrellato y menos pompa. A lo mejor, hasta le conviene aburrirse tras tanto meneo, mientras se hacen cosas por el país. "Estoy decidido a asegurarme de que las organizaciones trabajen para las personas a las que se supone deben servir", dice Starmer. Cuadra para ese propósito.