"Hay mucho miedo a réplicas. Es como un bombardeo sobre otro bombardeo tras 12 años de guerra"
Un misionero, un cooperante y un voluntario explican desde Siria y Turquía el día después del terremoto doble. "Preocupa cómo va a poder llegar la ayuda", dicen.
Al menos 12.000 personas han muerto y otras 58.000 han resultado heridas en Turquía y Siria debido a los dos devastadores terremotos del lunes. Mientras continúan las labores de rescate, con el temor de que haya aún cientos o miles de personas atrapadas bajo los escombros, los supervivientes tratan de superar el shock, divididos entre el dolor de lo perdido y la fiera esperanza que da estar vivo. Son momentos de resiliencia y solidaridad pero, también, de ruegos: que el mundo no se quede sólo mirando los cascotes, el humo y las camillas, sino que actúe.
Es el llamamiento común que hacen tres hombres, Alejandro, Khaled y Kaan, un misionero, un cooperante y un voluntario que trabajan sobre el terreno y tratan de asistir a quienes ahora necesitan todo, porque todo lo han perdido. Hay peticiones que se repiten constantemente: ropa de abrigo y mantas para el invierno y las nevadas, tiendas de campaña, material de higiene, medicinas, potabilizadoras...
Alejandro León es un misionero salesiano venezolano que ahora mismo se encuentra en Alepo (Siria), una ciudad terriblemente castigada por la guerra interna que azota al país desde 2011 y, ahora, por el terremoto. Vía Misiones Salesianas, relata que la situación es "caótica y desesperada, muy dura". “Algunas familias se refugiaron en nuestra casa de Alepo. Llegaron con lo puesto. Las atendimos con ropa de abrigo y comida. Sus casas no se encuentran en buenas condiciones después de casi 12 años de guerra”, explica. En su caso, el temblor le encontró lejos de la zona más afectada, en el Valle de los Cristianos, pero se movilizó rápido hacia el edificio de su congregación en Alepo donde, dice, las personas empezaron a llegar rápidamente. De 100 pasaron a 200, de ahí a las 300 que han dormido esta noche pasada bajo su cobijo. Había mucha gente en la calle, "alejándose de todos los edificios a partir de cuatro alturas” por si había desprendimientos o hundimientos.
"Las personas se sienten muy inseguras sobre todo porque se han encadenado réplicas, las estructuras de las casas están muy dañadas por los misiles y temen que no resistan, por eso pedían un techo", insiste. “Entre el frío, la nieve y la situación de muchos edificios debido a la guerra, la población necesita ayuda urgente”, añade. No ayuda, ahonda, la situación de "casi histeria colectiva" por la posibilidad de nuevos terremotos a lo largo del mes de febrero, una posibilidad no descartada por los expertos y que está corriendo como la pólvora en una zona aún con precarias comunicaciones. "Nadie se atreve ni a volver a sus casas a ver cómo están o a buscar pertenencias, por si repite", explica.
En cuanto a necesidades, “lo que estamos priorizando es tratar de hacernos con colchones y con comida”, explica este misionero que lleva en el país desde la Primavera Árabe, desde 2011, y que pide a "quien pueda colaborar" que se dirija a los Salesianos para encauzar la ayuda.
Como un bombardeo que se repite
El cooperante palestino Khaled Abusalama trabaja en un proyecto educativo para niños huérfanos, con sede en Damasco pero desplazamientos habituales a Maaret al-Numan, en la zona de Idlib (Siria), donde también ha golpeado con fuerza el temblor. En su caso, estaba en la capital cuando ocurrió la tragedia, pero se ha trasladado allí este martes. A través de Facebook, explica que le ha "sorprendido" la "entereza" de la población, "porque ya ha sufrido mucho en estos años", pero por otro lado explica que hay una sensación de "estupor". "Aunque los temblores no son novedad, no se acuerdan de nada parecido. Un combate en la guerra te lo esperas, lo ves venir, pero esto es tan inesperado...", indica.
Su primera sensación es que "hay mucho miedo a réplicas. Es como un bombardeo sobre otro bombardeo tras 12 años de guerra, casi, que llevamos", compara. En una zona donde el daño fue muy grande, también por el dominio del Estado Islámico, "los servicios estaban ya bajo mínimos y, si no aguantaban lo diario, ahora no sé qué va a pasar". En su caso, dice que las necesidades básicas son médicas. "Los hospitales casi no pueden llamarse hospitales, hay carencias de materiales y medicamentos desde hace años y ahora no hay cómo abordar tantas heridas abiertas, traumatismos y necesidad de sangre", apunta.
Cooperantes como él, que no son de sanidad o logística, han abandonado estos días su tarea para sumarse donde más falta hace. "Es que no se pueden abrir las escuelas, está todo tirado". Y se duele: "Ha costado mucho poner puertas o ventanas, comprar lápices y cuadernos. Superar la guerra. Los sirios no pueden, no podemos más. Parece que nadie se acuerda de lo que aquí pasa. Por favor, hace falta ayuda. Es el momento de entender que da igual que Bachar el Assad esté o no esté, la ayuda tiene que entrar", reclama.
Es uno de sus miedos, dice: que la ayuda se concentre en Turquía ante las complicaciones para hacerla llegar a suelo sirio. Pasan unos minutos desde el final de la conversación y escribe de nuevo Khaled: "Irak, Irán, Argelia y Rusia han mandado ya ayuda. Ha aterrizado. Hamdulillah", o lo que es lo mismo, Alabado sea Dios.
"Es como una película"
Kaan Polat es funcionario del área de Turismo en el Ayuntamiento de Bruselas (Bélgica). Es de origen turco, pero lleva 32 años en la capital belga. A la luz de los terremotos, el lunes por la mañana hizo las maletas y se trasladó al que hoy es aún el país de su familia. Atiende al teléfono desde Osmaniye, recién llegado. Es voluntario y va a empezar a ayudar con la ONG Ahbap de ayuda a personas necesitadas, pero dice estar "dispuesto a hacer todo lo que se necesite con quien sea".
Mientras activa vías burocráticas para hacer llegar la ayuda que ya otras personas están organizando en Bélgica, se sitúa sobre el terreno. "Hay un montón de tiendas de campaña., imposibles de contar. Miles de personas están en polideportivos y gimnasios. Lo primero que falta es combustible para calentarse o estufas o leña, porque el frío es tremendo", indica, a la vez que apunta que lo último que hizo antes de partir de su casa fue ir a un Decathlon y comprar "todos los polares" que pudo. "Esto es como una película, pero es de verdad. Ves las calles destrozadas, sin luz, tantos bloques hundidos. Ves los restos de las vidas de la gente. No se encaja. Lo más emocionante son los equipos de emergencia. Siguen saliendo personas vivas. Es un milagro", se emociona.
En sus pocas horas en Turquía, dice que está todo "bastante bien coordinado", que la policía y la Media Luna Roja "ayudan mucho, sobre todo evitando que la gente se acerque a las casas a buscar algo, porque hay riesgos de desprendimientos, y también dando alimento a la gente. No veo a nadie desamparado". Pero a renglón seguido insiste: "Que el mundo entero mande ayuda, por favor. Hace mucha falta. Es una región destrozada. De la noche a la mañana, faltan 5.000 padres, hijos, abuelos, panaderos, vendedores, médicos. Es una catástrofe", concluye.