Coser EEUU, el reto no superado de Biden: la división y la polarización se hacen fuertes
El demócrata llegó al cargo no sólo porque lo quisieron los electores, sino porque parte de ellos odiaba a Trump. En estos cuatro años, la fractura social no se ha curado y hasta han aparecido casos de violencia abierta. Una deuda pendiente.
"Mantened la fe. Soy un presidente que no ve estados rojos y azules, sino Estados Unidos. Es hora de unir. Vamos a darnos una oportunidad". Las palabras de Joe Biden el 7 de noviembre de 2020 en su ciudad, Wilmington (Delawere), una vez constatada su victoria en las elecciones norteamericanas, sonaron a música celestial. El mundo tenía ganas de que fueran verdad.
Tras cuatro años de legislatura de Donald Trump, o lo que es lo mismo, de división (preexistente y ahondada), de trincheras y de retórica caótica y mentirosa, 80 millones de ciudadanos de distinta tendencia ideológica se unieron para entregar al demócrata su confianza, justamente para, entre otras cosas, que hiciera eso: coser bien un país que estaba unido apenas con hilvanes.
Aquella necesidad de regeneración nacional quedó más clara que nunca poco después, en el ataque al Capitolio de un grupo de insurrectos, seguidores a ultranza del republicano, que acabó con cuatro civiles y un policía muertos, con una veintena de heridos y más de 50 de detenidos. Aquel día de Reyes de 2021, la duda era si Biden, aún con toda la buena voluntad que se le presuponía, iba a poder cerrar estas heridas.
Ahora que su legislatura se acaba y que vienen nuevas elecciones, el 5 de noviembre próximo, la respuesta es que no. O no lo suficiente. Es verdad que las aguas se han calmado un poco, porque no ha habido mensajes incendiarios de Trump desde el mismísimo Despacho Oval, ni legislaciones polémicas, ni fanfarronadas varias, pero sí que ha habido una polarización perpetua entre republicanos y demócratas en todos los frentes públicos, que por extensión ha calado en una ciudadanía ya empapada de desencuentro.
Para los primeros cien días de Gobierno, los de gracia, Biden tenía diseñado "para ganar la confianza de todo el pueblo norteamericano porque de eso trata EEUU, del pueblo", decía. Su administración, dijo, se apoyaría en un empeño: "restaurar el alma de esta nación" y "recuperar su fuerza", que localizaba en la clase media. Un mensaje que aún repite en campaña su vicepresidenta y aspirante a la Casa Blanca, Kamala Harris.
Sin embargo, los restos de la pandemia, el riesgo de recesión primero y la inflación después por la guerra de Ucrania, la contienda en sí, más las de Oriente Medio, o los panes de infraestructuras o empleo, acabaron primando sobre esas horas de costura prometidas.
No ha ayudado que, frente a Biden, haya estado de nuevo Donald Trump, un señor que en estos años no ha reconocido su derrota electoral y ha azuzado entre su gente el rencor a la Administración demócrata. Más aún: con sus numerosos procesamientos judiciales, se ha hecho el mártil, culpando a Biden de persecución política, alimentando más la rabia.
Trump ha sufrido, además, un atentado y dos intentos de ataque, pero ni por esas ha alterado su tono. 15 minutos le duró la solemnidad en la Convención Republicana que lo encumbró como candidato, en julio, para pasar de seguido a acusar a los demócratas de lo ocurrido. La sangre no lo transformó, sólo le obligó a ponerse una gasa en la oreja.
No era sencillo, pues, que Biden cambiara las cosas de raíz, pues debía gobernar un país donde aproximadamente la mitad de la población lo consideraba un presidente ilegítimo o, poco poco, sospechoso: hasta 74 millones de votantes apostaron por Trump el 3 de noviembre de 2020. Hoy las encuestas dicen que hay empate técnico con Harris, que le saca entre apenas un par de décimas y punto y medio, con una media de 48,1% de los votos para la demócrata y un 46,4% para el republicano, al cierre de esta edición.
El odio, al alza
En septiembre de 2023, el Fondo Carnegie para la Paz Internacional publicó un informe (lo tienes completo al final de esta noticia) que se ha convertido en la biblia para entender cómo están las cosas en EEUU. Tan completo como demoledor. Rachel Kleinfeld, investigadora principal del Programa de Democracia, Conflicto y Gobernanza del tanque de pensamiento, constata que se ha producido un aumento de la polarización, la tensión soterrada y abierta, con picos de violencia, y las manifestaciones de odio, hasta con rango de delito.
"La polarización afectiva parece estar impulsada en gran medida por percepciones erróneas. Las percepciones erróneas sobre las identidades demográficas reales del otro partido, las creencias políticas sostenidas por los miembros del otro partido, el grado en que los miembros del otro partido sienten desagrado y desacuerdo con los encuestados y si los miembros del otro partido apoyan la ruptura de las normas democráticas son todas ellas causas del problema", indica.
La mayoría de los estadounidenses, afina, "no tienen creencias políticas muy intensas", "alteran sus preferencias políticas para que coincidan con sus identidades partidistas". "A diferencia del Congreso, que parece estar polarizado ideológicamente, el problema para el público parece ser más emocional que ideológico, aunque parte de la polarización emocional se basa en diferencias ideológicas reales y percibidas entre los sectores activistas de cada partido", ahonda.
Habla también de violencia directa. "No sólo han aumentado las amenazas contra las figuras políticas -desde directivos de escuelas a congresistas- sino también contra los jueces. Los delitos de odio están en el nivel más alto de este siglo. También aumentan los casos en que los autores del ataque adoptan retóricas políticas sobre sus propósitos o contra el grupo al que han disparado", asegura.
El estudio habla de una "polarización afectiva" en el ánimo de los ciudadanos, en un nivel social, no sólo político, lo que demuestra que los mensajes cruzados saltan de la Cámara de Representantes, el Senado o los medios, y cala en la ciudadanía, en los electores. Está acentuada y es mayor que en otros países occidentales, pero no es nueva. "En Estados Unidos, la polarización afectiva lleva décadas aumentando, mientras que la violencia política se disparó a partir de 2016", el año en que Trump ganó las elecciones. Hay diferencias, pues, pese a que el magnate y su equipo traten de unir ambas cosas tras los ataques a su persona.
"La polarización afectiva es bastante simétrica, se da en niveles parecidos entre ambos partidos. Sin embargo la violencia política es muy superior en la derecha [dice señalando el caso del Capitolio]. Esto sugiere que los sentimientos, o el odio, hacia los simpatizantes del otro partido no son la causa principal de la violencia política".
La explicación, sigue el estudio, es que la violencia la ejercen siempre personas agresivas y lo que cambia es el objetivo de sus actos violentos. En momentos de baja polarización política y social suelen dirigir esa violencia a entornos cercanos como el hogar, el lugar de trabajo o la escuela. "Cuando la polarización es alta, sin embargo, es habitual que líderes políticos y algunos medios de comunicación demonicen al otro partido, con ello pueden crear sentimientos de ira entre sus seguidores, que van acumulando miedo ante las acciones del adversario. La retórica que deshumaniza y denigra normaliza la violencia o las amenazas contra algunos grupos, porque esa ira y ese miedo convierten al adversario en objetivo".
Aunque haya matices, el clima político actual de E.UU genera una espiral peligrosa que alimenta esos acentos. Tras el presunto atentado frustrado en las cercanías del club de golf, el aliado de Trump, Elon Musk, el multimillonario que compró twitter, publicó en su red: "Nadie intenta siquiera asesinar a Biden/Kamala". Musk borró el mensaje horas después. Pero el mensaje estaba lanzado y el mensaje estaba recibido.
En campaña ha habido una anécdota llamativa, cuando en el debate cara a cara con Harris, Trump dijo aquello de que expresidente de los inmigrantes haitianos se comían los gatos y perros de los vecinos de Ohio. Tras aquello, varios lugares públicos del estado recibieron amenazas de bomba. "Este ambiente sumado a la polarización electoral, fruto del aumento de teorías conspirativas, y la desinformación conforman una situación peligrosa (...). A esa mezcla añádale nuestra cultura de armas de fuego y el acceso fácil a ellas".
Y la prensa, por supuesto, no se escapa de la responsabilidad. Los políticos más agresivos obtienen más atención mediática y tienen mejores resultados electorales que los políticos más amables. Es un hecho. Entre la población, las personas más agresivas tienen más posibilidades de desconfiar de la política, creer en teorías conspirativas y apoyar movimientos secesionistas.
Kleinfeld asume que solucionar esta situación no es sencillo, pero propone varias cosas a sociedad y políticos: corregir las percepciones erróneas sobre el otro partido, de forma individual o mediante campañas de concienciación más amplias; aumentar la relevancia de una identidad común; reunir a grupos para que tengan relaciones sociales a pesar de las diferencias y realizar modificaciones estructurales en los sistemas electorales, para empezar.
¿Y si somos así?
El periodista Mark Leibovich, de The Atlantic, avisa ante un posible segundo mandato de Trump de que, a lo mejor, si gana el republicano, hay que empezar a preguntarse si es que la sociedad norteamericana ha cambiado. Que no es que pase una racha, sino que se ha vuelto más violenta, más sectaria, más de trinchera, menos abierta, multilateral y tranquila. "A lo mejor esto es también los Estados Unidos", plantea. Un debate que es más hondo, que habla de la transformación de una sociedad con nuevas corrientes ideológicas, como pasa en Europa.
"¿Qué les gustó tanto a sus seguidores de su ruidoso nuevo salvador? Asistí a algunos mítines y escuché la misma idea básica una y otra vez: Trump dice cosas que nadie más diría. No necesariamente estuvieron de acuerdo ni creyeron todo lo que declaró su candidato. Pero él habló en su nombre", escribe, tratando de buscar explicaciones.
"Uno esperaba que Biden tuviera razón, que en realidad no fuéramos una nación de vándalos, chiflados e insurrectos. Pero entonces, el mismo día en que saquearon el Capitolio, 147 republicanos de la Cámara y el Senado votaron a favor de no certificar la elección de Biden", recuerda. No hubo tampoco réplica desde el partido más antiguo del país. Un "vacío moral" que pueden compartir los votantes, si ahora repiten por él, ante el que también los más progresistas deberán hacerse preguntas. Qué no hicimos, qué respuestas dimos, por qué no convencieron.
En una sociedad tan polarizada, todo el mundo vive siempre con mucho odio, miedo y sospecha. El ganador de las elecciones presidenciales puede cambiar quién soporta la carga cada cuatro u ocho años, pero no la carga en sí. EEUU la sigue llevando a cuestas, haciendo deshonor a su historia.
¿Habrá un líder que comience a cambiar las cosas?