Por un voto (general) de castigo
Todos los que creemos que ha llegado la hora de que se nos escuche más a menudo tenemos una magnífica oportunidad para expresarnos y no debemos dejarla pasar. Este es el momento, sin alharacas, sin la estridencia de las manifestaciones callejeras, solo con nuestra papeleta.
A medida que vamos consumiendo las últimas horas de campaña, redoblan los llamamientos a acudir a las urnas. Las formaciones políticas simplifican al máximo sus mensajes y el partido en el poder insiste en uno de sus eslóganes con el que nos ha venido machacando en las últimas semanas: no es momento para un voto de castigo, Europa es demasiado importante para dejarlo en manos de unos socialistas que han arruinado el país, que nos han llevado al borde del abismo.
Teniendo en cuenta lo limitada que es mi fe sobre los poderes reales de Estrasburgo, la pregunta que yo, como tantas otras personas, me hago es: si este no es el momento para avisar a nuestros gobernantes que no nos gusta como hacen las cosas, ¿cuándo se supone que debemos hacerlo? ¿Una vez cada cuatro años? Sinceramente, yo me rebelo ante este sistema arterioesclerótico y desfasado por el cual solo debemos pronunciarnos una vez por legislatura y en el que, por si fuera poco, podemos comulgar con todo lo que nos dan los partidos envuelto en un bonito paquete: una lista bien cerradita, de la que no podemos excluir a imputados varios o simplemente a candidatos que no nos caen bien, y un programa electoral que nos tenemos que merendar entero, sin posibles enmiendas, acotaciones, puntualizaciones, sin límites, en definitiva. Luego los partidos podrán hacer de su capa un sayo, respetar este programa o hacer un origami con él, pero nosotros tenemos que tragar por su embudo, no nos podemos quejar porque, como dicen ellos, estaba escrito, ya sabías a lo que te atenías cuando te dejamos emitir tu opinión generosamente una vez cada cuatro años.
De esta perversa paradoja democrática es tan culpable el Partido Popular como el PSOE, que también ha gobernado atrincherado tras esta patente de corso durante muchos años y que no está haciendo ningún esfuerzo por cambiar un sistema del que, estoy seguro, una gran parte de la población está harta. Porque están muy cómodos así, porque tienen suficiente con tirarse los trastos a la cabeza y con distraernos con polémicas tontas sobre quién dijo o dejó de decir algo inadecuado en un momento determinado. Porque parece que prefieren tratarnos como niños que como adultos, porque creen que no se nos puede explicar nada serio porque nos desconcentramos y hacemos zapping para ponernos a ver a Jorge Javier Vázquez peleándose con la Esteban.
También tienen su cuota de culpa los partidos que comparten responsabilidad de gobierno en algunas comunidades autónomas, como IU, CIU, CC o PNV, a los que tampoco se les ve muy preocupados por la participación ciudadana a menos que tenga que ver con la autodeterminación u otros inventos con gaseosa. Aun menos disculpa tienen los que hacen llamamientos de forma más o menos encubierta a una violencia que solo sirve de coartada.
Pero que cada palo aguante su vela, todos los que creemos que ha llegado la hora de que se nos escuche más a menudo tenemos una magnífica oportunidad para expresarnos y no debemos dejarla pasar. Este es el momento, sin alharacas, sin la estridencia de las manifestaciones callejeras, solo con nuestra papeleta. Podemos optar por candidaturas testimoniales, partidos utópicos, el voto en blanco o alternativas más consolidadas, de derechas, de izquierdas o de centro. Lo importante es que se nos oiga, que en los despachos del poder se den cuenta por fin que las cosas están cambiando, que los ciudadanos estamos cambiando.