No es sólo la división interna
Como acostumbra a decir el presidente de Asturias, Javier Fernández, no hay vieja y nueva política, sino buena y mala. Y la ejercida por Sánchez no ha sido la más conveniente para que el PSOE vuelva a ser partido de gobierno. Lejos de reportar un sólo voto o mejorar su valoración en las encuestas, las negociaciones con las que ha ocupado el centro de la escena en busca de una investidura no han frenado la caída del socialismo.
El 2 de mayo no es sólo un festivo en el calendario laboral. Tampoco una batalla más de la historia de España. Ni siquiera "una de las pocas fechas en las que es posible no avergonzarse de ser español", Arturo Pérez Reverte dixit. Parafraseando al escritor podría ser también uno de los escasos días en el que muchos socialistas no se azoren por el discurrir de su partido en el último año.
Entre la hemorragia electoral, la falta de liderazgo sólido y la ausencia de un relato creíble para la próxima cita con las urnas, bien está la memoria de Pablo Iglesias Posse y el 137 cumpleaños de unas siglas a las que otro Pablo está a punto de arrebatar la hegemonía de la izquierda, según las encuestas.
Y todo, se lamenta el vigésimo secretario general del PSOE, por el jolgorio orgánico. ¿Sabéis cuál es la gran herida electoral que tenemos?, les preguntó tan altanero como enérgico a los suyos en el último Comité Federal. "No se llama Pedro Sánchez. No se llama esta Ejecutiva. No se llama el número uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete ocho, que llevemos por aquí o por allá... ¿Sabéis cómo se llama? División interna".
Pedro Sánchez no es muy dado a la autocrítica, menos a la enmienda de propios o extraños. Si lo fuera, debería escuchar a quienes sin restar un ápice de trascendencia a la gresca interna lamentan que el actual secretario general haya gangrenado las relaciones con prácticamente la totalidad de los cuadros dirigentes, en especial con los que además del poder orgánico ostentan el institucional en sus respectivos territorios. Mención aparte merece el "zasca" gratuito que Sánchez propinó a Chacón este fin de semana al entender que su renuncia a encabezar la lista por Barcelona abría una oportunidad para que el PSC mejore los resultados del pasado 20 de diciembre.
Y aunque el lamento de Sánchez por la falta de unidad interna tenía como destinatarios media docena de nombres, nadie cree que el problema del PSOE y de la actual dirección sean sólo Zapatero, Bono, Susana Díaz o el puesto que ocupe Eduardo Madina en las candidaturas.
Que la "reina del sur" no ha cejado en la intriga nadie lo duda y que una cosa es apoyar a Madina y otra apoyarse en el vasco para batallas personales también es obvio. Tanto como que no hay puente que Sánchez no haya destruido con los barones, a excepción de con los conocidos como "los del 15 por ciento" (dícese de aquellos que perdieron las elecciones con un porcentaje de voto raquítico en sus territorios y en los órganos de dirección acostumbran a hablar a mayor gloria del secretario general que llevó al PSOE al peor resultado de la democracia).
Por tanto, sí, el socialismo está dividido: entre quienes ganan y pierden elecciones. Los primeros han decidido callar, y por tanto otorgar, a la espera de que el 26-J les permita escribir el epitafio de Sánchez. Pero no es sólo la división interna la causa de la hemorragia que desangra al PSOE en votos, sino el abuso de la escenografía, las consignas y los tópicos en detrimento de un proyecto político capaz de emocionar y conectar con el electorado perdido.
Como acostumbra a decir el presidente de Asturias, Javier Fernández, no hay vieja y nueva política, sino buena y mala. Y la ejercida por Sánchez no ha sido la más conveniente para que el PSOE vuelva a ser partido de gobierno. Lejos de reportar un sólo voto o mejorar su valoración en las encuestas, las negociaciones con las que ha ocupado el centro de la escena en busca de una investidura no han frenado la caída del socialismo. Es más, los ciudadanos culpan sobre todo al PSOE del fracaso de las mismas y de que el 26-J haya que pasar de nuevo por las urnas. El dibujo de un socialismo atrapado por la derecha, tras su solemne pacto con Ciudadanos, tiene más de realidad que de reclamo de Podemos.
Sólo así se explica que ni siquiera entre los miembros de la dirección federal sean capaces de ponerse de acuerdo en cuál debe ser la estrategia electoral. Unos, como Sánchez, han decidido honrar hasta el final el matrimonio de conveniencia con Albert Rivera, y otros, como Meritxel Batet, sentencia que "PP y Ciudadanos son partidos de derechas, muy alejados del PSOE". Si los primeros y los segundos no se ponen de acuerdo en qué es y que quiere hoy el socialismo, cómo van a saberlo los ciudadanos. Así que no, no es sólo la división interna.