La maldición de los ex
El ex ministro más locuaz de cuantos ha tenido Rajoy, José Manuel García Margallo, se siente víctima -una más- de la vicepresidenta, y ha emprendido contra ella su particular venganza. "Aquí llega el último cadáver de la muñeca asesina", se le ha escuchado decir sobre sí mismo hace unos días.
Todos dicen que se irán en silencio, que no molestarán, que se dedicarán a recuperar el tiempo perdido, la lectura, la familia, los viajes, el deporte, los paseos... Todo eso que tanto añoran y les robó la vida pública. Bla, bla, bla... El patrón es siempre el mismo, tengan o no vida laboral antes de la política. Al final, la realidad acaba desmintiendo sus palabras. Será porque no les suena el teléfono ni con la alarma programada. Unos, entre bambalinas; otros, a pecho descubierto. Todos reaparecen para que se les escuche. Hablamos de ex presidentes del Gobierno, de ex ministros, de ex secretarios generales, de ex diputados... De la maldición de los que fueron y se convierten en un castigo para los que se quedan.
Hay decenas de casos. Aznar para Rajoy; Guerra para González; González para Zapatero; Chacón para Rubalcaba; Rubalcaba para Sánchez y Sánchez para Díaz... En niveles inferiores, lo mismo. Una conferencia, un canutazo, la presentación de un libro, un pasaba por aquí y me han preguntado... Siempre hay una excusa para volver al candelero y ajustar cuentas con el pasado.
El ex ministro de Exteriores José Manuel García Margallo es el último ejemplo tras el del secretario general del PSOE. Por algo dicen en el PP que Margallo ha decidido hacerse un Sánchez, una especie de suicidio televisado como terapia para sanar la herida. Si el líder de los socialistas cargó hace semanas contra su partido, el Ibex, los medios de comunicación y Susana Díaz para aliviarse del dolor de verse obligado a dejar la primera línea, el ex jefe de la diplomacia española ha hecho lo propio contra el gobierno al que perteneció y contra Soraya Sáenz de Santamaría.
Su excusa, la publicación de su último libro, Todos los cielos conducen a España. Una tele por aquí, una radio por allá, y no precisamente para hablar de su libro, sino de su cese. El exministro más locuaz de cuantos ha tenido Rajoy se siente víctima -una más- de la vicepresidenta, y ha emprendido contra ella su particular venganza. "Aquí llega el último cadáver de la muñeca asesina", se le ha escuchado decir sobre sí mismo hace unos días.
Margallo relaciona su salida del Ejecutivo con su disposición a tender puentes con el nacionalismo catalán, con sus diferencias con Santamaría sobre cómo afrontar la agenda catalana y con su tendencia natural a decir siempre lo que piensa, también que la vicepresidenta ha hecho más mal que bien en el gobierno. Un gabinete al que ha llegado a culpar de la deriva soberanista por su estrategia de judicializar la vida política. Ahí queda eso. Justo lo que la izquierda ha reprochado a la derecha durante los últimos cuatro años, que el PP fuera una máquina de fabricar independentistas.
En Génova han aceptado con resignación católica el road show de Margallo por los medios de comunicación para reivindicarse, no así en Moncloa donde los "sorayos" han reaccionado de inmediato para desmentir con hechos la teoría de uno de sus más furibundos críticos sobre la responsabilidad de la vicepresidenta en la falta de flexibilidad del Gobierno con la agenda catalana.
Santamaría ha pasado a la ofensiva para recuperar posiciones en los medios y acabar con la imagen de dama de hierro del Gobierno. Demasiados paralelismo con Susana Díaz, de periplo por las televisiones nacionales en los últimos días. Ambas aspiran a llegar a lo más alto, ambas miden los tiempos, ambas han dejado por el camino demasiadas víctimas, ambas saben cómo manejar a los medios de comunicación y ambas andan en una campaña personal por recuperar el perfil de la candidata perfecta.
La vicepresidenta ha pasado, en un par de semanas y en los mismos medios de comunicación, de ser castigada por Rajoy al quitarle la Portavocía del Gobierno a ganar poder con el nuevo reparto ministerial. Lo que hace unos días era una penalización por haber hecho de su cargo un instrumento al servicio de sus aspiraciones en la carrera sucesoria, ha pasado a ser un premio para restarle exposición en una legislatura que será un tormento para un PP en minoría.
Lo cierto es que Santamaría, que quedó desdibujada durante casi un año de Gobierno en funciones, tiene ante sí uno de los mayores retos del nuevo gabinete -la gestión del problema catalán-, además de un Ministerio -el de Administraciones Públicas- con el que proyectar su imagen por toda España. Para lo primero, deberá aportar alguna respuesta más que la judicial que hasta ahora ha conducido al choque de trenes con Cataluña. Sus primeros nombramientos, tanto el del nuevo delegado del Gobierno en Cataluña como el del secretario de Estado de Administraciones Públicas, apuntan en esa dirección, y han sido ampliamente elogiados por la prensa. Para lo segundo, no le faltarán grupos de comunicación que colaboren en su campaña de autopromoción.
En esto también se parece a Susana Díaz. Nadie como ellas para moverse en el proceloso universo mediático y sumar apoyos incondicionales para sus respectivas causas. Santamaría tiene tantos aliados en la izquierda mediática como Díaz en la derecha. Llámenlo arte, destreza o desenvoltura. Pero ninguna está dispuesta a que la maldición de los ex caiga sobre ellas y les haga mella. Es lo que tiene tener en tu poder el BOE o el BOJA. Que se preparen Margallo y Sánchez porque otros cayeron antes.