¿De qué regeneración hablan?
La epidemia de la corrupción corroe al PP, a CiU, al PSOE, a los sindicatos y a la patronal, recorre el país de extremo a extremo, y amenaza el sistema democrático. Tanto que esta semana alguien que conoce bien las tripas de los partidos se preguntaba si no estaremos ante la versión española de Tangentópolis, el escándalo de corrupción que hace 20 derribó los cimientos de la política italiana.
Sostiene Cospedal que el PP está "escandalizada" ante los casos de corrupción.
Sostiene Cospedal que su partido está "comprometido" en la lucha contra la deshonestidad y la corruptela.
Sostiene Cospedal que los populares "trabajan sin descanso para que las malas prácticas no vuelvan a producirse nunca más".
Y sostiene Cospedal que el PP trabaja con el PSOE por un pacto para regenerar la vida pública.
Lo que no sostiene ya Cospedal, como sostuvo el italiano Antonio Tabucchi en "Sostiene Pereira", es que las razones de nuestro pasado pueden ser perfectamente las razones de nuestro incierto presente. Y que por eso el PP hoy anda como anda. Porque supo y calló. Porque conoció y tapó. Porque no limpió las cloacas de la calle Génova....
El caso Barcenas, la supuesta financiación ilegal del PP durante 20 años, la indignidad de Rodrigo Rato en el caso de las tarjetas Black, la imputación de Ángel Acebes por un presunto delito de apropiación indebida por omisión, la imputación de José Manuel Molina, ex alcalde popular de Toledo, por el supuesto cobro de una mordida con la que financiar la campaña de la propia Cospedal en 2007, el dinero negro con el que se pagaron las obras de la calle Génova, los sobresueldos, la caja B.... La corrupción, sí, la corrupción amenaza al corazón del partido de Cospedal y Mariano Rajoy.
Paso a paso, diligencia a diligencia, auto a auto, el juez Ruz va reconstruyendo una dolorosa verdad que puede desangrar al PP a las puertas de un año electoral. Y el máximo responsable del partido se conforma con borrar el nombre de Rato -"la persona a la que usted se refiere"-, con no mencionar la palabra maldita -"esas cosas que no pueden volver a ocurrir"- o con escapar por la puerta lateral del Congreso para no dar explicaciones de lo ocurrido. Fue él quién colocó al artífice del "milagro español" al frente de Bankia para ganar un pulso a Esperanza Aguirre; fue él quien nombró secretario general del PP a Ángel Acebes; fue él quién designó tesorero del partido a Luis Bárcenas y fue él quién dijo que en su partido ni había caja B, ni sobresueldos, ni financiación ilegal.
El presidente del Gobierno no quiere enfrentarse a la realidad de una política putrefacta y prefiere dejar todo en manos de la Justicia como si ésta, además de decidir el futuro penal de los delincuentes, pudiera restituir la dignidad de la vida pública.
La epidemia corroe, no sólo al PP -también a CiU, al PSOE, a los sindicatos y a la patronal-, recorre el país de extremo a extremo, y amenaza el sistema democrático. Tanto que esta semana alguien que conoce bien las tripas de los partidos se preguntaba si no estaremos ante la versión española de Tangentópolis, el escándalo de corrupción que hace 20 derribó los cimientos de la política italiana. El magistrado Antonio Di Pietro investigó las altas esferas de la política romana y llevó al banquillo de los acusados a los líderes del Partido Socialista Italiano (PSI) y de la Democracia Cristiana (DC), Bettino Craxi y Arnaldo Forlani, respectivamente.
En nuestro país tampoco hay institución que escape del saqueo. Pero María Dolores de Cospedal y Mariano Rajoy están tranquilos porque ahí tienen al PSOE de Pedro Sánchez dispuesto a salir en su auxilio y firmar con el Gobierno un pacto por la regeneración democrática. Como si el nuevo secretario general y sus siglas estuvieran limpios de polvo y paja. Si los socialistas sucumben a la tentación de sumarse a semejante remedo, Monedero y Pablo Iglesias correrán a denunciar una nueva componenda para tapar las vergüenzas de unos y otros, incluida la del crédito bonificado y los regalos que recibió "Don Limpio" por ser miembro de la Asamblea General de Caja Madrid. Dos asuntos de los que muy pocos hablan para "salvar al soldado Pedro" y de paso preservar el agónico bipartidismo.
NI PP ni PSOE se han enterado aún de que la gente no les escucha, y lo que es peor, no creen ya en sus palabras. El interés por la política crece hoy en paralelo al desinterés por los grandes partidos, por más que uno de ellos cambie de cara y venda primarias más cosméticas que las del gigante Estée Lauder. Hacen falta hechos y no palabras. Más decisiones y menos pactos. Porque aunque los españoles no salgan a la calle a gritar su rechazo a determinados comportamientos del poder político y económico, seguro que se preguntan cuando escuchan a PP y PSOE: ¿de qué regeneración hablan?