La crisis es un camino de arena, no un abismo
En buena lógica, sólo Rajoy puede presentarse como un médico, ya que a él le han votado para remediar el lío que dejaron los socialistas. Esa es la verdad.
La política es una metáfora de la vida. Con sus pasiones descarnadas y sus rumores mortales, sus carreras cronológicas y sus protagonistas capaces siempre de renacer, sus fidelidades traicionadas y sus extraños compañeros de cama, eso está clarísimo. Lo que resulta más novedoso, y alarmante, es que en estos tiempos de crisis y desconcierto también la vida pueda ser presentada a la inversa, como metáfora de la política. Para que la crisis sea culpa de todos. Al menos en el lenguaje de los políticos y los periodistas. Es injusto para con los ciudadanos, e inaceptable. La política decente se acaba donde empiezan las entrañas, pero la vida discurre justo al revés.
Al igual que los mercados financieros lo monetizan todo, los políticos en tiempos de crisis lo politizamos todo. Obviamente porque nos viene bien. Es una forma simple de presentar reducida y accesible la triste realidad. Difícil y compleja de abarcar y, en consecuencia, de gestionar. Resulta más cómodo echar la culpa de los problemas que padecemos a la codicia de toda la sociedad, en vez de reconocer que el euro se constituyó mal, que España escondió la cabeza debajo del ala durante los gobiernos de Zapatero y que, ahora mismo, cuesta encontrar remedio político para tanto desaguisado.
La más evidente consecuencia, de esta socialización de la perplejidad y la impotencia ante la crisis que alientan muchos políticos y periodistas, la encontramos en la proliferación de metáforas médicas en sus lenguajes respectivos. En sus vocabularios, las enfermedades de la vida se convierten en metáfora de los males de la política, como si la vida fuese como la política y no al contrario.
Si lo pensamos un poco, veremos que algo no encaja, porque ni los políticos somos doctores ni nuestro país está infectado o contagiado por la crisis. No es tan sencillo, la crisis no proviene de un virus, por desgracia. Ni de una bacteria, como no sea la bacteria de la estupidez o de la desidia. Pero, contemplada la crisis como una plaga, se entiende que alcance a todos y que no se pueda sanar hasta que un laboratorio descubra una vacuna.
Últimamente, todos hablamos como cirujanos (intervenimos y extirpamos, también cortamos y recortamos, incluso inducimos un coma a los sectores productivos), endocrinos (adelgazamos, impulsamos el crecimiento o denunciamos la anorexia financiera) o internistas (recetamos tratamientos, aplicamos terapias de choque o describimos patologías). Y entre tanto, la economía, en nuestro lenguaje se comporta como un paciente que se estabiliza, se agrava, mejora, recibe el alta, le sube la fiebre o entra en cuidados intensivos o en fase terminal.
Los políticos de siempre utilizaban un muestrario más variado de metáforas. Metáforas militares (hacían estrategias, combatían ideas o conquistaban el centro), metáforas deportivas (llevaban las riendas de la situación, perdían en el último minuto o le metían goles a la mayoría), metáforas marineras (navegaban con buen rumbo, escuchaban cantos de sirena o ponían a todos a remar), incluso metáforas sexuales (cohabitaban, cambiaban de pareja o practicaban desnudos fiscales). Lo de ahora tiene más miga, porque las enfermedades siempre vienen de fuera, las traen otros, nadie sabe cómo llegan, se soportan con paciencia y, al final, pese al sufrimiento con que cursan, se curan. O sea que los políticos no seríamos responsables de la epidemia económica que, de algún modo invisible, alguien ha pegado a los españoles y, en todo caso, trabajamos para sanarles.
En buena lógica, sólo Rajoy puede presentarse como un médico, ya que a él le han votado para remediar el lío que dejaron los socialistas. Esa es la verdad.
Debo mencionar también a los apocalípticos, los que hablan como si estuvieran en una película de grandes catástrofes y esperan ser rescatados, tocar con la orquesta del Titanic, alertar de que España se hunde o impedir que Sansón derribe las columnas del templo. Estas metáforas van más lejos que ninguna, relacionan la crisis con los vicios y debilidades generales. Como la penitencia sigue al pecado.
Yo soy un político y pido respeto para el público. Porque en la crisis nos metimos todos, pero los gobernantes debieron haberla visto venir y debieron reaccionar a tiempo, hace cuatro años. Porque la política se parece a la vida, pero, afortunadamente, la vida a la política, no. Porque la crisis es un camino de arena, pero no un abismo, y la gente, tarde o temprano, llegará a la salida del desierto.