Zelenski, dudas y grietas del líder que admira al mundo y aún resiste contra Rusia
El presidente de Ucrania, fuertemente contestado antes de la invasión, se convirtió en un héroe pero, con los meses, su gestión ha dado lugar a algunas críticas.
“No necesito que me saquen de aquí, necesito munición”. La frase de Volodimir Zelenski está llamada a aparecer en los libros de Historia, porque Historia hizo. Se la dijo a Estados Unidos cuando Washington le tendió la mano y le propuso sacarlo de Kiev, ante la invasión de Rusia, el pasado febrero. El presidente ucraniano manifestó que se quedaba, que iba a resistir y a echarse a la espalda la situación más compleja que un político puede afrontar, una guerra. Desde entonces, se convirtió en el “Capitán Ucrania”, un líder, un héroe.
Nada de eso era hasta aquel 24 de febrero. Tras su elección, en 2019, este antiguo actor sin experiencia política estaba en horas bajas, con la popularidad por los suelos y tremendas críticas internas (porque había salido en los Papeles de Panamá, porque no estaba metiendo mano a la corrupción en el grado prometido, porque estaba rodeado de amigos/asesores de su época de cómico que inspiraban poca confianza, por su populismo y hasta porque minimizó en sucesivas ocasiones el riesgo ruso), pero la violación de su soberanía lo aupó hasta una popularidad del 91%, el triple que dos meses antes según Rating Group Ukraine.
“La lucha es aquí”, repetía. Y allí se quedó, para admiración del mundo y respeto de su gente. Zelenski ha logrado en estos meses unir al país, algo esencial para afrontar una contienda, y conmover a los mandatarios y la opinión pública internacional, igualmente esencial para lograr recursos (dinero, armas) que le ayuden a resistir. Sigue fuerte, pero no tanto como hace casi seis meses, cuando comenzó la “operación militar especial” del Kremlin. Han surgido dudas, se le han visto grietas. Unas dentro, otras fuera. No está en tela de juicio su cargo y su papel, sigue sin rehuir su responsabilidad de buscar la protección de su pueblo, pero brilla menos, porque su posición es cada vez más compleja.
Crisis de Gobierno y decisiones bajo la lupa
El episodio más desestabilizador que ha pasado Zelenski ha sido la constatación de que tenía “espías y traidores” trabajando para Rusia en el seno de su propio Gobierno. Hace tres semanas, tuvo que despedir de forma abrupta al jefe de la poderosa agencia de seguridad nacional de Ucrania, el SBU, Ivan Bakanovy -su amigo desde la guardería- y a la fiscal general del Estado -Irina Venediktova-, citando decenas de casos de colaboración con Moscú por parte de funcionarios de sus agencias.
Primero se anunció una investigación pero luego, de forma tajante, se declaró su marcha. Los despidos son, sin duda, los más importantes desde que Rusia invadió el país, lo que obligó a toda la maquinaria estatal a centrarse en el esfuerzo bélico. Y no se quedaba en estos nombres: el presidente ucraniano desveló que se habían abierto 651 casos similares contra funcionarios de la fiscalía y las fuerzas del orden y que más de 60 funcionarios de los organismos de Bakanov y Venediktova estaban trabajando ahora “contra” Ucrania en los territorios ocupados por Rusia, en el sur y el este del país.
El gran número de casos de traición pone al descubierto el enorme desafío de la infiltración rusa al que se enfrenta Ucrania en su lucha contra Moscú en lo que dice ser una lucha por la “supervivencia”.
Tan voluminoso es que han comenzado a surgir voces internas, de partidos opositores, quejándose de las amistades de Zelenski o de falta de control. Son tibias, pero se mueven especialmente en redes sociales. No es momento de hacer sangre, todos lo saben, pero tampoco de dejarlas pasar a un político que el año que viene tenía elecciones parlamentarias y sólo quería votar el 23% de los ciudadanos y que en 2024 parecía llamado a no repetir mandato.
Incomoda, por ejemplo, la aprobación y mantenimiento posterior de la ley marcial -debería renovarse el 23 de agosto- y que otorga poderes ampliados a las fuerzas armadas y restringe las libertades civiles, como el derecho a manifestarse. Ha ido en paralelo a la movilización general, que supone que la población masculina de entre 18 y 60 años no puede salir del país y debe estar preparada para combatir. La guerra está siendo larga y en ello se justifica la medida desde el Gobierno, pero se reprocha que sirva, además, para impedir la disidencia, sin rebajar el puño siquiera en zonas donde se vive con una calma mayor, como Kiev. La queja viene, sobre todo, del partido del exmandatario Petro Poroshenko, el predecesor de Zelenski.
En estos meses, también se ha acometido la ilegalización exprés de una docena de partidos opositores, “ante la guerra a gran escala emprendida por la Federación Rusa y los vínculos de algunos de ellos con este país”. Más tarde, fue la mayoría de los diputados -330 de los 450 que componen de la Rada- quienes votaron a favor de la medida. Finalmente, los tribunales de Lviv y Kiev oficializaron la prohibición de estos partidos.
Hay dudas sobre si se tomaron las debidas garantías legales en este proceso, porque varias sentencias fueron a puerta cerrada, sin abogados defensores. Sin embargo, hasta la Comisión Europea ha respaldado este paso, justificable para “defender la vida de sus ciudadanos”.
Los oligarcas locales han perdido parte de su influencia, sobre todo mediática, en un momento de pérdidas de cabeceras por la crisis o de cesión ante la amenaza rusa, todos a una. Eso también está limitando el número de voces críticas en el país.
El último motivo para tirarle de las orejas ha sido el reportaje publicado por Vogue, con fotografías de la mítica Annie Leibovitz. La retratista norteamericana visitó a la primera dama ucraniana, Olena Zelenska, en un palacio rodeado de sacos terreros, posando entre uniformados o en el despacho de su esposo. Que si frivolizaba la guerra, que si la romantizaba, que si había que estar a otra cosa... y que si le hacía ganar enteros ante un público al que dichas fotos pueden llevar a arrimar el hombro a su causa. Rusia se rió de aquello, dijo que recurría a “promociones” porque su imagen estaba “podrida” y quería cambiarla. “Está cansado y la audiencia mundial no lo percibe”, señalo Maria Zajarova, su portavoz de Exteriores.
No hay que olvidar que esta guerra abierta ha estallado en un país que no estaba precisamente en paz consigo mismo. En los últimos 20 años, Ucrania ha sufrido dos levantamientos significativos: uno que obligó a repetir una elección presidencial plagada de fraudes y las protestas masivas y sangrientas que llevaron al presidente partidario del Kremlin a huir del país en 2014. Ha vivido peleas a puñetazos en el Parlamento, las alianzas políticas han cambiado a bandazos y han surgido multitud de escisiones encontradas.
Ese poso, pese a todo, es difícil de meter en el cajón, donde están las reformas necesarias para fortalecer el estado que prometía Zelenski, esas que eran necesarias para entrar en la Unión Europea y en la OTAN, y que no se pueden hacer en mitad de una guerra.
La guerra y su evolución
A Zelenski se le criticó en las semanas previas a la invasión por rebajar la alarma. La acumulación de tropas rusas en la frontera ya era evidente desde antes de acabar 2021 y las Inteligencias de EEUU y Reino Unido ponían incluso fecha al ataque de los de Vladimir Putin. El presidente pedía que no se creara “alarma!”, porque se podía dañar la economía del país.
Entraron los primeros soldados rusos y esa postura, que había incomodado a su sociedad, quedó en segundísimo plano. Comenzó su transformación, abandonó el traje y la corbata y se vistió esa especie de uniforme militar que no abandona ya, y comenzó a tener una presencia frenética en las redes sociales. Era el inesperado hombre del momento.
No ha sido hasta más tarde que sus aliados occidentales le han afeado en público aquellas reticencias. Lo hizo en junio Joe Biden, el presidente de EEUU. “Sé que muchas personas pensaban que quizás yo estaba exagerando, pero sabía, y teníamos datos para sostenerlo, que (el presidente de Rusia, Vladimir Putin) iba a entrar por la frontera. No había ninguna duda. Y Zelenski no quería oírlo, ni tampoco mucha gente”, señaló. El portavoz presidencial ucraniano, Sergei Nikiforov, señaló que las declaraciones de Biden “desde luego que deberían ser aclaradas” y que el proceder de Kiev había sido “cuidadoso”, no ciego. No hubo más.
La invasión avanzaba y pronto cayó Jersón, la primera ciudad, el mayor centro de población aún ocupado por los rusos, puerto clave que da acceso a la costa sur, hasta Odesa. El coronel español retirado Manuel Gutiérrez explica que “hay quien vio errores de Zelenski por no evitarlo en los albores de la guerra, por no proteger el sur”, aunque a su juicio es “imprescindible recordar que Rus abrió seis frentes el mismo 24 de febrero y que no era sencillo proteger el territorio”.
Hoy, “la estrategia de Kiev para reconquistar la zona está en marcha y los ánimos empiezan a mejorar, puesto que la llegada de ayuda internacional está empezando a cambiar las tornas en esa zona”, añade.
Moscú se fue en primavera de Kiev y decidió centrarse en el este, en la zona del Donbás, donde estaba cosechando éxitos dolorosamente lentos. Sin embargo, en las últimas semanas, la entrada en liza del HIMARS norteamericano ha detenido ese avance. El High Mobility Artillery Rocket System (Sistema de cohetes de artillería de alta movilidad) es un sistema de lanzamisiles múltiple ligero montado en un camión, capaz de cargar seis cohetes o un misil ATACCMS de superficie-superficie, con un coste por misil de cien mil dólares. Una joya que Washington ha decidido entregar y que está siendo determinante en favor de Ucrania y que, por eso, se ha convertido en diana de las tropas rusas. “Es determinante”, resume el militar.
Gracias a las nuevas armas, Ucrania está destruyendo depósitos de municiones, centros de mando y control y sistemas de defensa aérea rusos, según los partes que dan diariamente las autoridades militares locales vía Facebook. “Eso ha mermado la capacidad rusa de nutrir de armas a quienes tiene en el frente y sa relativa contención está llevando a Zelenski a intentar ganar lo perdido en el sur y poner incluso en aprietos la mayor base rusa en el Mar Negro, la de Sebastopol. Asestar este golpe sería un punto de inflexión en la guerra, especialmente en lo psicológico. Más aún que la salida de los rusos de la Isla de las Serpientes o del hundimiento del Moskva”, indica.
Funcionarios de EEUU han informado al diario The Wall Street Journal de que hay “avances” en el sur, que cobra “impulso” la posible reconquista de Jersón, que estaría aislada ya de otros territorios ocupados y que además Zelenski puede aprovecharse de los resistentes que quedan dentro y la información que pueden suministrar. “El problema es que precipitarse en ir a por el sur puede dejar vendido el este, donde aún hay mucho por perder. No es buena, pero entiendo que quiere dar una buena noticia a sus ciudadanos y evidenciar ante la comunidad internacional que está conquistando logros con su ayuda, material y económica”, afina Gutiérrez, quien recuerda que el desgaste en el ejército ucraniano es un factor a tener, también, en cuenta.
Luego están las negociaciones, intensas en las primeras semanas de guerra, muertas hoy, más allá de para pactar la salida de grano de Ucrania. Zelenski se enfrenta a fuertes tensiones para que la guerra acabe -cuando no fue él precisamente el que la empezó- y hay en la comunidad internacional partidarios de que Ucrania ceda territorio y así contente a Rusia. El presidente se niega. “Enfrente sólo hay una ilusión de paz”, critica al Kremlin.
No sólo no quiere solar ni un pedazo de país sino que aboga por recuperar lo perdido en 2014, cuando Putin se anexionó Crimea y se autoproclamaron como independientes las repúblicas prorrusas de Donetsk y Lugansk. Que no esté hoy al alcance de la mano no quiere decir que sea un objetivo renunciable. Paz a cualquier precio, no, dice el mandatario, para quien se pide hasta el Nobel de la Paz.
Su reto sigue siendo movilizar a los ciudadanos y a su ejército, sostener la voluntad de combate de un pueblo cansado y que no ve la luz, que teme que el conflicto se enquiste aún más, frente a una potencia militar muy superior. Pese a todos los matices, no ha perdido apoyos, aunque quizá sean menos intensos. No es que canse él, es que cansa la guerra: hay mensajes en su Telegram con casi cinco millones de reproducciones y otros, los más recientes, que oscilan entre los 100.000 y los 200.000. En tiempos de paz no fue el líder ansiado, pero ahora sigue siendo el líder moral de un país atacado. Dónde lo dejarán los próximos meses es lo que aún se desconoce.
El fenómeno de una figura: estrategia o desgaste
El considerado “héroe de la guerra” hace unos meses intervenía en parlamentos internacionales, acaparaba portadas en medios de todo el mundo, había saltado del anonimato internacional a estar en boca de todos. Era el poli bueno de una guerra que en el campo de batalla dejaba miles de muertos, militares y civiles.
Sin embargo, en las últimas semanas, su presencia mediática ha decaído. Aún así, Zelenski sigue ahí, como símbolo de la resistencia ucraniana, aunque cada vez más en la sombra. ¿Estrategia de propaganda o desgaste de un líder?
Para el reportero de guerra y profesor titular de la Universidad Complutense, Pablo Sapag, esta situación corresponde a un cambio de fase en la estrategia de comunicación del presidente ucraniano. En un primer momento, Zelenski ha buscado con una estrategia de agitación a corto plazo una intervención de terceros a favor de su país o la creación de una coalición separada de la OTAN que diera un paso más allá y combatiera junto al Gobierno de Kiev para equilibrar las fuerzas con Moscú. Lo que se conoce como “resistir para vencer”. Sin embargo, más allá del apoyo con armas, esa intervención nunca llegó. Al contrario de lo que sí pasó en la Guerra de Kosovo, recuerda.
“El problema que tenía Ucrania es que por sí misma no le podía ganar una guerra a Rusia y necesitaba imperiosamente la intervención de un tercero a su favor”, explica a El HuffPost.
En ese momento, añade, el plan no era dirigirse a los líderes mundiales, sino a la población común y corriente: personas que pudieran incitar a sus dirigentes a involucrarse más en el conflicto. Por eso también sus discursos con referencias personalizadas en cada país, como cuando mencionó a Guernika en España o el holocausto nazi en Alemania, y con el mensaje de “terror” señalando que eran la última línea en Europa para los intereses de Putin. “Pero esto tampoco le funcionó y eso nunca se produjo”, subraya.
Por ello, Sapag destaca que su presencia se ha desvanecido, porque el mensaje es otro, que ya no va dirigido a la comunidad internacional sino a su propia gente y no para vender una victoria sino para amortiguar los daños de una derrota y antes de “quemar” a una figura. “Si eres un ucraniano que está viviendo el conflicto, a medida que pasa el tiempo te vas desmoralizando porque ves que tu presidente aparece en la esfera internacional pero no consigue los objetivos y eso le pone en entredicho”, explica. Y esta nueva fase durará lo que Ucrania sea capaz “de aguantar” y de la habilidad del presidente para repartir las responsabilidades. Y para ello, recomienda que salga del foco.
“Si construye un mensaje distinto sobre una derrota que va a ser parcial, porque va a tener beneficios como por ejemplo la entrada en la Unión Europea, si es capaz de construir un buen relato en torno a eso y una comunicación más coral el podrá ganar tiempo para administrar eso”, comenta.
Además, añade el catedrático, en esta nueva fase Zelenski busca “resguardar su imagen” y “acotar daños” para repartir responsabilidades, es decir, que no termine pagando el precio de “una derrota que se personificaría en él”.
Sapag, pese a reconocer aciertos en la estrategia, también reconoce que se podían haber manejado los tiempos de otra manera y se podrían haber construido alternativas tanto de autoridades como de mensajes. Porque, insiste en que la propaganda no gana guerras, pero puede ayudar. “La propaganda es efectiva cuando los hechos militares acompañan tu discurso”, comenta.
Por su parte, Gabriel Colomé, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Barcelona, argumenta el factor desgaste como un punto clave y más cuando todo el mundo pensaba que esta iba a ser una guerra rápida. “El problema es que las guerras, como todo, cansan y forman parte ya del espacio y lo tienes asimilado”, responde.
Según el experto, “el día 24 de febrero, Ucrania nos quedó muy cerca, ahora ya nos queda muy lejos”. Pese a esto, recuerda que no hay que olvidar que es una guerra en Europa y que en cualquier momento “nos puede salpicar”.
Colomé también aplaude la personificación de la guerra en la figura del presidente ucraniano porque “era la única manera de funcionar”. No obstante, apunta que para que Zelenski vuelva a recuperar presencia mediática necesita una victoria militar y “eso es lo que le queda como estrategia”.
Aunque pese a las luces en su estrategia también reconoce errores y el más reciente en relación al reportaje fotográfico del matrimonio Zelenski en medio de la guerra al que considera “un error de comunicación bastante impactante”. “Sois una pareja presidencial. Si te has construido una figura como el resistente no puedes romper esa imagen con la revista Vogue”, critica.
Por el momento, Colomé considera que la figura de Zelenski es intocable y está “blindado” aunque reconoce que esta situación le acarrea un desgaste político. Y aunque durante una guerra no se contemplan elecciones, no se puede pronosticar qué pasará en el futuro con su carrera política. “También Churchill fue el héroe y perdió las elecciones del 45, pero eso no lo sabemos, dependerá de como acabe la guerra”, recuerda.
El riesgo de simplificar un conflicto enquistado
Para ambos expertos estaba claro lo que tenía que hacer Ucrania al comienzo de la guerra porque Ucrania es un estado que no ha conseguido desarrollar instituciones sólidas y la presencia presidencial es muy importante. Además, lo mas lógico es que el mensaje lo traslade quien puede ser una figura visible y reconocible y encima procedente del ámbito de la comunicación y del arte que maneja bien los tiempos y los discursos.
Sin embargo, Sapag critica el intento de crear una figura heroica exagerada vestido siempre con ropa militar sin tener ese rango con el objetivo de simplificar un conflicto geopolítico de décadas enquistado, por lo menos, desde 1989, para que así lo entienda mejor el ciudadano de a pie.
″¿Quién diseñó esa campaña de propaganda? ¿El aparato estatal ucraniano o fue alguna manera controlada desde fuera que pensaban que Rusia podría echarse atrás con una combinación de sanciones y amenazas?”, cuestiona el profesor de la Complutense.
Sapag también recuerda que en la guerra de Siria, Bashar al Assad, pese a contar con formación militar, mantuvo su vestimenta incluso cuando Damasco estaba casi cercada dando una imagen de gestión y dejando la guerra a los generales. ”¿Va a ser creíble el día de mañana negociando Zelenski con traje y corbata después de estar todo el día vestido de militar? Es que eso es muy importante desde el punto de vista de la comunicación”, añade.
Otra estrategia muy diferente se ha creado desde el Kremlin donde Vladimir Putin ha logrado orquestar su discurso a través de figuras como el ministro de Exteriores, Sergei Lavrov, la portavoz del Kremlin, Maria Zajarov o el secretario de Comunicación, Dmitri Peskov.
La diferencia con Zelenski, según Colomé, es que Putin habla para Rusia y cohesionar su país y no para el resto del mundo. “Para expandir su mensaje ya hace su trabajo diplomático el ministro de Exteriores”, añade.
Según el experto, la guerra sí ha personificado fuera de Rusia a Putin como “el malo de la película” y, por tanto, el malo “no tiene que salir mucho en escena. Pero la situación dentro del Kremlin es más orquestada que en Kiev. Aún así reconoce que sea cual sea la táctica de cada parte, al término del conflicto no “puede haber ni ganadores ni vencidos”.